‘Lucy’

18 septiembre, 2017 • Miscelánea

Fue como un relámpago que me atravesaba el alma. Con violencia el mundo parecía haber reventado a mi alrededor; una nube de polvo y se hizo la noche.

Me despertó un ladrido y el aliento de un perro a pocos centímetro de mi rostro, traté de abrir los ojos pero no veía nada, una noche sin fin inundaba todo. Me faltaba saliva, sentía un sabor salado y seco que me atravesaba la boca; me dolían los labios, agrietados cual los campos de nuestra lejana meseta castellana en agosto. El perro no dejaba de ladrar, y una confusión de voces en una lengua que no entendía. Tardaron unas horas, que se me hicieron días, en quitar la viga que me apresaba y rescatarme de los escombros.

Very good, Lucy, atendí a comprender. Era una perra y me había salvado la vida. Una perra robusta y negra, cuya raza me era totalmente desconocida. Una labradora me dijo Teórico, al que llamábamos así por su amplia formación universitaria. Curioso nombre para la raza de un perro, pensé.

Era una perra y me había salvado la vida. Una perra robusta y negra, cuya raza me era totalmente desconocida. Una labradora me dijo Teórico, al que llamábamos así por su amplia formación universitaria.

Corría diciembre de 1942, formábamos parte del Corps Franc d´Afrique (1942), éramos un numeroso grupo de españoles que habíamos huido de la victoria franquista y allí estábamos, en plena segunda guerra mundial luchando en alguna parte del norte de África, y nada mejor para romper el hielo que hacerlo contra un tal Rommel, mas conocido como el zorro del desierto.

Un grupo de seis soldados permanecíamos refugiados en una ruinosa construcción bereber cuando nos sorprendió aquel proyectil. Sólo sobrevivimos Teórico y yo, gracias a Lucy y aquel destacamento americano que llegó a tiempo.

Fueron días intensos en los que Lucy no se separó de mí ni uno solo. Pasé postrado y convaleciente dos largos meses; disfruté de la compañía de aquel bello animal y de unas puestas de sol que sólo África regala a los sentidos.

Cada día dotaba de alas a mi mente y me dejaba llevar hasta Montacedo, porque seguro que mi padre estaría allí, con su sabuesa La ladrando el rastro de la liebre desde el Pozo del Diablo hasta la Enredadora, para ir a morir no más allá de los Pilones, cuando pendiente del latido de la perra no reparase en la presencia de mi padre, viejo zorro, junto a alguna encina, recreándose en la belleza de aquel animal que lo tenía completamente ensimismado.

A principios de mayo del 43 conquistamos Bizerta, y aquí terminó nuestra aventura africana. Ese mismo mes nace la división Leclerc, compuesta por 16.000 hombres de los que 2.000 éramos españoles, y constituíamos la novena compañía, más conocida como “La Nueve”, o “La Española”, al mando un francés: Raymond Dronne.

Nos trasladaron de Marruecos a Gran Bretaña en el buque HMS Franconia. El 6 de junio del 44 se lleva a cabo el desembarco de Normandía, nosotros quedaríamos en Inglaterra, para desembarcar unas semanas después al norte de Normandía, como unidad del ejército estadounidense de Patton.

En pocas semanas llegamos y tomamos París, lo abandonamos desfilando vencedores escoltando a De Gaulle, Montgomery y Patton.

Llegamos Andelot donde capturamos a 300 alemanes, cruzamos el Mosa y establecimos una cabeza de puente tras las líneas alemanas. Durante estos días capturábamos tantos alemanes que se los vendíamos a los americanos por tabaco, alcohol, comida, etc.

Un buen día la Diosa fortuna quiso que en un viejo caserón, derruido por la artillería alemana, encontrara una bonita escopeta de perrillos del 16, con los cañones muy atacados por el óxido, pero en un óptimo estado de funcionamiento, como pude comprobar con algunos de los cartuchos que pude salvar.

Un buen día la Diosa fortuna quiso que en un viejo caserón, derruido por la artillería alemana, encontrara una bonita escopeta de perrillos del 16, con los cañones muy atacados por el óxido, pero en un óptimo estado de funcionamiento.

Montamos el campamento junto al caserón, flanqueado por un frondoso hayedo que suscitaba en mí una enorme atracción, algo me llamaba desde el mismo corazón del bosque.

Al amanecer del segundo día, me dí un pequeño paseo por las inmediaciones del campamento con Lucy, y cual fue mi sorpresa al ver en el suelo excrementos de sorda. Era inconfundible, aquella forma de huevo frito la delataba, no podía estar muy lejos. Por un momento me olvidé de la guerra y volví a pensar en mi padre, seguramente ya estaría pateando monte con su sabuesa tras el rastro de la liebre. Seguro que La le pondría mas de una perdiz, pero ninguna sorda, pues era demasiado pronto y las sordas solían venir a primeros de noviembre, rara vez antes. Sin embargo, allí , en mitad de la guerra, podía constatar que ya había al menos una. Nosotros nos dirigíamos al norte de Europa y ellas ya estaban bajando al sur, tal vez escapando del sinsentido.

Paradójicamente me había enterado de que mi primo Cándido, con quien había compartido tantas frías mañanas tras las becadas, se había alistado en la División Azul con destino a Rusia. Aún tardaríamos muchos años en compartir nuestras experiencias; sería al calor de la gloria donde pudimos constatar que era tal nuestra pasión que, incluso en tan difíciles circunstancias, ambos fuimos capaces de evadirnos de aquella prisión sin barrotes y disfrutar de unos maravillosos momentos de caza en parajes completamente diferentes a los que estábamos acostumbrados y en un contexto poco menos que surrealista.

Cuando la quietud de la noche amenazaba invadirnos, la guitarra de Rogelio “el zurdo” rompió a cantar, y no paró hasta bien entrada la madrugada, bulerías, coplas, rancheras, y mucho whisky… Había que engañar a la alargada sombra de la guerra, y por la guitarra del zurdo (nuestro único Dios esa noche) que lo conseguimos.

Cuando la quietud de la noche amenazaba invadirnos, la guitarra de Rogelio “el zurdo” rompió a cantar, y no paró hasta bien entrada la madrugada, bulerías, coplas, rancheras, y mucho whisky… 

Yo me fui pronto a dormir, tenía planes.

La niebla envolvía la mañana acariciando las hayas, éstas parecían no querer dejarla escapar y la amarraban entre sus ramas rompiéndola en mil jirones, ella jugaba con el bosque y se escurría entre las primeras hojas caídas en el suelo. Aquella combinación daba al bosque un olor tierra húmeda que por un momento me transportó a Ubierna, con las mismas sensaciones que una mañana cualquiera de caza en otoño por Valdevacas. Esa curiosa y mágica capacidad de los sentidos de lograr transportarte en el espacio y en el tiempo a partir de una imagen, un olor, una sensación.

Crepitaba el manto de hojas secas a mi paso rompiendo el inusual silencio. Un silencio apagado en los últimos tiempos por el eco de detonaciones, disparos, llantos: la ruidosa y áspera voz de la muerte en la guerra, ese grito desgarrado del Hades que nos venía acompañando desde Normandía.

Lucy rompía el sobrecogedor silencio con su alocada carrera, iba, venía, saltaba, su aliento daba voz al monte, de repente, paró junto a una zarza  rodeada de helechos, sólo fueron unos segundos, todo sucedió muy deprisa… Se abalanzó, y la magia del aleteo anárquico de la sorda me cautivó, activó el bombeo de sangre en mi corazón, multiplicó por el infinito mis pulsaciones. Ni siquiera me dio tiempo  a encarar, observé su vuelo, imperfecto, esquivando obstáculos y desapareciendo rápidamente. Lucy parecía mirarme decepcionada, aquella perra ya había cazado, no cabía duda…

Lucy rompía el sobrecogedor silencio con su alocada carrera, iba, venía, saltaba, su aliento daba voz al monte, de repente, paró junto a una zarza rodeada de helechos, sólo fueron unos segundos, todo sucedió muy deprisa…

Seguimos escrutando cada rincón del bosque, hasta llegar al Mosa, las últimas lluvias le traían muy caudaloso, nuestro querido Arlanzón parecía un arroyuelo comparado con aquel río, ni siquiera el Ebro, a cuyo cañón nos escapábamos de cuando en cuando tras las sordas se le acercaba ni de lejos. Era un río imponente.

De nuevo Lucy de muestra… Ahora fue la sorda quién no aguantó, salió rápida y desconcertante, pero no tuvo tiempo de terminar el zigzag, se topó con mi disparo, certero esta vez. La mala suerte quiso que cayese sobre el río. Lucy no se lo pensó, se abalanzó sobre el agua, la violencia de la corriente la hizo desaparecer en pocos segundos, la engulló el agua, apenas tuve tiempo de lamentarme, se sucedieron una sucesión de explosiones a mi espalda, venían de la casa, corrí hacía allí. Sobre mi cabeza sobrevoló el caza alemán que sin duda acababa descargar los proyectiles sobre nuestro refugio.

Afortunadamente mis compañeros habían oído llegar el caza a tiempo, abandonando el viejo caserón. Me tendí de rodillas, extenuado, dejé la escopeta en el suelo, cerré los ojos y sentí en mi nuca una bocanada de calor y humedad, ¡era Lucy! Estaba allí, sentada, mirándome con cara de satisfacción y la sorda en la boca.

Me tendí de rodillas, extenuado, dejé la escopeta en el suelo, cerré los ojos y sentí en mi nuca una bocanada de calor y humedad, ¡era Lucy! Estaba allí, sentada, mirándome con cara de satisfacción y la sorda en la boca.

De regreso a España con Lucy me eché al monte en Casaio (Galicia) junto a la partida de Mario de Langullo “O Pinche”, y junto con la perra escrutamos cada rincón de la Ribeira Sacra, Tribes, Manzaneda y en general todo el macizo central ourensano con el único cometido de cazar y suministrar alimento a nuestra partida. Lucy se convirtió en una perra inigualable, tenaz e incansable, tan capaz de parar una liebre, un conejo, perdiz o arcea, como de latir un jabalí encamado, pero esa es ya otra historia…

Miguel Ángel Alonso Valdivieso


Hay sólo 1 comentario. Yo sé que quieres decir algo:

  1. Jose luis Moya Heras dice:

    Menudo artista Miguelito. Me has puesto los pelos como escarpias.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *