Esos pequeños detalles

21 noviembre, 2016 • Pluma invitada

ana-b-marmolejo

Vamos creciendo (que no es igual a ir madurando), las arrugas de nuestros rostros y manos nos delatan y, según nos castiga el monte, algunas son más marcadas. Y aunque en apariencia cambiamos, hay algo que permanece intacto.

Al sonar el “bip” irritante de nuestro despertador en la mesita de noche, acudimos veloces y saltamos de las sábanas calientes. No nos hacemos los remolones, no perdemos el tiempo en quejarnos, nos da igual que la noche anterior corrieran veloces las horas y que el sueño apenas las alcanzará. Todo nos da igual: huele el ambiente a monte y no hay lugar para la queja.

Revisamos achiperres, movemos el café haciendo que su soniquete deje claro en la casa que alguien se va, colocamos las botas, miramos si llueve… Un protocolo que en cada casa cambia pero que en todas se mantiene. No queremos dejar de enseñar lo que aprendimos y yo, por ejemplo, a día de hoy sigo colocando mi escopeta y mi zurrón en la puerta de la habitación, igual que mi padre sacaba la suya la mañana anterior. Era nuestra seña, nuestro aviso… Mañana se caza, mañana tenemos monte. Con este gesto mi padre avisaba, porque él no tenía que entrar a despertarme, con esa señal yo debía estar en alerta para no quedarme en tierra. Si algo nos caracteriza como cazadores es que somos celosos de nuestras tradiciones, de nuestras costumbres, de mantener vivos esos pequeños gestos, tan simples y para nosotros tan importantes. No sería lo mismo salir al campo sin esos detalles previos.

Tendiendo tan claro esto, no llego a asimilar porque siendo tan cuidadosos con estos detalles estamos dejando escapar tantos otros. Cómo estamos dejando que esa cantera crezca víctima del “me gusta” barato de una red social, del “selfie” sonriente rifle en mano, cómo estamos consintiendo que prime más un “en línea” con estado “estoy cazando”. Toca entonar ese “mea culpa”: hemos bajado la guardia y lo estamos pagando.

Cuando se generaliza siempre nos equivocamos, y posiblemente sean muchos los que inculquen otros valores, pero la pena es observar que el ruido lo hacen los otros. Los que no levantan la voz y dicen “deja ya el telefonito” que no hace falta tanta “foto” que hay momentos que se escapan en un abrir y cerrar de ojos.

Llamadme clásica si queréis, o extremista quizá. En el término medio está el equilibrio, pero la balanza se ha ido muy lejos de ese punto mágico donde todo fluye. Yo sí que me siento y me pregunto: ¿Estaremos siendo el buen ejemplo que necesitan?

Cazar no es solo salir al campo, cazar no es solo cobrar una pieza, cazar no es solo encararse un arma. Cazar, una palabra tan corta y que es capaz de albergar tantos sentimientos… Cazar es amar, es perder la noción del tiempo, es silencio y es ruido, cazar es incomunicación, cazar siendo guerra es a la vez paz. Y nos estamos olvidando de todo ello.

Estamos dejando que el joven que se sienta con nosotros en una junta vea cómo estamos más pendientes de subir una foto de un plato de migas que de saborear la conversación llena de tensión del alrededor, estamos dejando que nos vea tirar miles de hashtags (#) con frases profundas en lugar de enseñarle a leer nuestro puesto, a explicarle si cargamos el aire…  Tenemos que hacer un examen de conciencia (yo llevo tiempo haciéndolo). Observar a los que siguen nuestros pasos y velar porque su mirada siga estando cargada de ilusión. Recuperar la esencia de lo que a nosotros nos enamoró para que puedan entender que no se aprende más persiguiendo vídeos en redes sociales, ni se es más por colgar la foto con más “me gusta” en una red social… Que la caza como el amor necesita aprovechar el momento, saborear el instante. Necesita de una intimidad sin prisa para que luego pueda ser la alegría pregonada a los cuatro vientos… Cada cosa a su tiempo.

Ana B. Marmolejo


Hay sólo 1 comentario. Yo sé que quieres decir algo:

  1. Rocío dice:

    No se puede explicar mejor ni no con más sentimiento …

    Es una triste realidad

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