Yo cazo, tú toreas: hablemos
El cazador Carlos Falcó y el torero Francisco Rivera, mano a mano, abordan la actual situación de ataque contra la caza, afirmando que «en la crítica subyace mucha ignorancia».
Al toro por las astas, y al hombre por la palabra. Carlos Falcó, marqués de Griñón, y el torero Francisco Rivera aplican la expresión taurina para defender con pasión aquello en lo que creen: los toros, la caza… Esas cosas contra las que la ministra Teresa Ribera acaba de arrojar muleta y estoque en un arranque de espontaneidad durante una entrevista para la radio. A la política no le agradan ni la cacería, ni las romerías, ni las corridas de toros. Vamos, que, si por ella fuera, borraría todas de un plumazo. LA RAZÓN reúne al aristócrata y al torero en torno a una mesa de desayuno y entran al quite con firmeza. Linaje, nobleza y el aroma de un café mañanero. Excelente maridaje para hablar de la dignidad de la crianza del toro de lidia y de la caza como un uso racional, sostenible y lícito del medio natural.
Rivera entra en corto y por derecho: «Las palabras de la ministra son incongruentes y a destiempo. Arremete contra la identidad, la preservación de la naturaleza y la visión del campo como pilar básico para el desarrollo, desfigurando la realidad desde un punto de vista sensacionalista y de un modo perverso, quedándose en el recurso fácil de la sangre y la muerte». El marqués asevera con gesto reflexivo: «Difícilmente España podría ya desasirse ni de la caza, ni del toro de lidia. Además de afición y pasión son imprescindibles para el medio ambiente y forman parte de nuestra vida y de nuestra idiosincrasia como país». Torero y aristócrata son conversadores incansables. Hablan entusiastas, pero con templanza y sensibilidad, hilvanando su charla con anécdotas llenas de sensaciones, olores y sabores. La caza y la fiesta del toro movilizan a millones de personas en todo el mundo y han generado una cultura muy genuina. Rivera recuerda la amistad de su abuelo Antonio Ordóñez con el cineasta Orson Welles: «Cuando vino a España le deslumbró la valentía de los toreros y le asombró cómo la gente vivía de la fiesta, tanto económica como emocionalmente. Sus cenizas fueron depositadas en nuestra casa, en La finca de San Cayetano, en Ronda». Ernest Hemingway fue también testigo de un histórico mano a mano entre su abuelo y su tío Luis Miguel Dominguín, en Málaga, el 14 de agosto de 1959: «Fue una de las mejores corridas que he visto», escribió en su obra «El verano peligroso». Las historias de uno y otro llegan en tromba. En sus fincas, el marqués de Griñón cuenta que la caza ha unido a reyes, banqueros, políticos, toreros y empresarios. «Significa diversión, momentos de felicidad, amistad y celebración de la vida». Frente a los estacazos que viene recibiendo la cinegenética, el marqués rescata aquel memorable prólogo de Ortega y Gasset en «Veinte años de caza mayor», del Conde de Yebes, en el que habla de la caza desde la ética y la razón, ahondando en nuestros orígenes como cazadores. «El hombre –dice el texto– desde el principio de los tiempos ha tenido la necesidad de cazar. Luego se convirtió en nómada y aprendió la agricultura y la ganadería, lo que le llevó a hacer de la caza un entretenimiento y no una necesidad». En las siguientes líneas, el filósofo se refiere a ella como forma de felicidad que no puede quedarse en lo mundano del placer.
A Falcó le cuesta comprender «la desfachatez y falta de consideración a quienes, por gusto, afición o trabajo, dedican parte de su tiempo a este noble arte que es la caza». En poco rato, ambos trazan una crónica completa tocando esos pilares de la naturaleza ahora fustigados. Los cazadores son un colectivo grande, unido y con razones para defender una actividad que genera riqueza y estimula el desarrollo rural. Aunque el ataque de la ministra Ribera ha recibido críticas de todos los colores consideran que a España aún le faltan los arrestos de Miguel Delibes, que se definía, no como escritor que caza, sino como cazador que escribe. «Lo mismo que hacía de chico lo he hecho de mayor, con mayor perfeccionamiento, con mayor sensibilidad, con mayor mala leche…», declaraba el escritor en su defensa de todas aquellas cosas a las que guardó fidelidad. Entre ellas, la caza.
Mientras habla, el marqués busca en su móvil una grabación del presidente extremeño, Guillermo Fernández Vara, socialista, que ha defendido públicamente la caza y los toros después de las declaraciones de Ribera. Sonríe satisfecho. También lo han hecho el PSOE andaluz y el oscense. Y no es extraño. La caza genera unos 6.500 millones de euros anuales, según la Real Federación Española de Caza (RFEC). Solo en Andalucía, más de 250.000 ciudadanos practican esta actividad en más del 80% del territorio. Por su agilidad y bravura, la perdiz roja es la más preciada en la caza. Pero las especies emblemáticas de la montería española son el ciervo y el jabalí. También el corzo es pieza habitual, sobre todo en el norte, aunque en muchas provincias está prohibida su caza. Nuestros invitados no dejan de encontrar argumentos. El aristócrata los expone con más pragmatismo y el torero con mayor fervor, pero la consistencia es la misma. «La caza realiza un control y ordenamiento de las especies salvajes necesarias para el hábitat. Representa un beneficio para miles de personas que viven en el medio rural y cubre gran parte de sus ingresos anuales. Es también necesaria para la sanidad animal silvestre y útil para la seguridad vial», señalan.
La población del jabalí
Según la Fundación Artemisan, en 2016 se produjeron 9.472 incidentes agrícolas causados por fauna silvestre, casi siempre por especies de caza. Además, hubo unos 13.900 accidentes de tráfico provocados por animales en vías asfaltadas. De ellos, algo más del 54% correspondieron a dos especies cinegéticas, el jabalí y el corzo. Una investigación de la Universidad de Barcelona, publicada por el «European Journal of Wildlife Research», ha ratificado el papel de la caza para regular la población del jabalí en España, cuyo espectacular aumento se ha convertido en un problema serio para la sostenibilidad del entorno, la agricultura y la economía de los territorios. «Estos animales, igual que los ciervos y los corzos, se han beneficiado del cambio de hábitat en España y en parte de Europa, haciéndose muy comunes en lugares en los que antes no existían», indica Falcó.
También el ganado bravo es un ejemplo de desarrollo sostenible y modelo único de biodiversidad puesto que su presencia garantiza el crecimiento de otras especie, y Rivera aprovecha el momento para hacer hincapié en ello: «Las dehesas son unos de los pulmones del planeta y su supervivencia depende de las ganaderías. El toro bravo protege animales en peligro de extinción, como el lince ibérico, el lobo ibérico o la cigüeña negra. El toro de lidia convive con ganaderías ovinas, bovinas y porcinas. Gracias a su cría estamos preservando el entorno natural de su hábitat, evitando la tala indiscriminada de árboles y facilitando la biodiversidad de la flora y fauna autóctonas». Su crianza se extiende por más de 500.000 hectáreas en la Península Ibérica, espacio considerado por la UE de alto valor natural y reserva natural de biodiversidad donde coexisten muchas especies animales y vegetales. La riqueza que emana de la ganadería brava, aseguran, es incalculable. Su crianza ayuda a la fijación del tejido rural y genera miles de puestos de trabajo. «Si no existieran las corridas, el toro de lidia se extinguiría», matiza.
Con sus reflexiones, estos dos amantes de la caza y de los toros, quieren mostrar que el conocimiento podría hacer cambiar muchos puntos de vista. «En la crítica subyace mucha ignorancia», se lamenta el marqués. Reconoce que los ataques llegan de un colectivo minoritario, pero muy ruidoso. «Lo más decepcionante es que el criterio personal lleve a ningunear la dehesa ibérica y la cinegenética en sus políticas. Solo se escuchan frases resabiadas y gastadas por parte de quienes aprovechan cualquier resquicio para aflorar su inquina, pero sin aportar nada nuevo». ¿Qué alternativas ofrece la ministra para preservar la dehesa o para conservar nuestros espacios naturales, bosques y ecosistema sin una caza que ordene?Aquí el discurso encalla.
Lo que queda claro es que, en manos de estos dos hombres, la caza y los toros quedan a buen recaudo. Aunque escuchen clarines y timbales que anuncien un cambio de tercio, ellos se crecen al castigo y agradecen la ocasión de encomiar las aportaciones de la tauromaquia y de la caza a la sociedad.
Marian Benito para larazon.es