Vivencias por Aragón Segunda

6 febrero, 2015 • Miscelánea

En los comentarios que hacíamos los compañeros de caza, uno de los habituales llamado Fernando natural de Mallén, nos decía que en las tierras de riego de su pueblo había grandes monocultivos como el de maíz, que ocupaban más de ocho campos de fútbol juntos, y que a finales de junio, cuando en estos cultivos, la siembra alcanzaba más de medio metro de altura, llegaban los jabalíes con sus proles, en donde encontraban comida, protección, y agua en los canales de riego para el cálido verano, pero sobre todo tranquilidad.

Al transcurso del tiempo los maizales crecen y forman los frutos que aparecen en forma de panochas, con jugosos y blandos granos que hacen las delicias de las piaras.  En otoño, madurado el grano, se hace más duro y dulce, atractivo máximo para nuestros jabatos ya crecidos y bien cebados.

Un jueves de Noviembre me llamó el bueno de Fernando, diciéndome que fuera el domingo siguiente hacia las nueve de la mañana a su pueblo. De las instrucciones que me dio, era el que llevara una boina que encajara bien en la cabeza, gafas de motorista, pañuelo grande, mucha munición menuda y balas.

Durante el transcurso de la semana, las cosechadoras especiales para el maíz, habían recolectado los campos, y los moradores se habían refugiado en los canales, donde los carrizos, junqueras, cañaverales e hierbajos se habían desarrollado, y ahora presentaban un aspecto de secano, ocupando y llenando todo el canal.

Llegado el domingo y después de un corto viaje, estaba en la plaza del pueblo, donde me esperaba Fernando que rápidamente me llevó al remolque de un tractor, donde estaban varios cazadores pertrechados con equipos similares al que yo portaba.  Salió el vehículo por una pista de la parcelaria y cuando nos acercamos a un puente sobre el canal de riego, el conductor nos hizo descender del remolque, para a continuación con un portón que llevaba taponar el ojo del puente sobre el cauce.

El canal que era largo, y atravesaba la tierra cosechada en dirección norte sur, la misma que el “eterno” viento llamado Cierzo. A ambos lados del puente se aparcaron dos remolques a cada lado, y nos colocaron a tres cazadores en cada uno de ellos.

Me encontraba perplejo, y le pregunté al que tenia de vecino, que, por donde se efectuaba la suelta de los perros, y me contestó que mirara hacia el final del canal, que me embozara el pañuelo, me colocara ajustadas las gafas de motorista y encajara bien la boina. Tenía motivos, al extremo del canal aparecieron dos hombres con antorchas que prendieron fuego a la flora seca del mismo. La humareda que se iba produciendo era enorme, y empujada por el constante viento nos venia de cara haciendo irrespirable el aire, había poca visión, nos llegaban las chispas del fuego cuando aparecieron por las orillas del canal los “bichos” que se asemejaban a los conejos, pero estos “bichos” tenían rabos largos. Eran ratas, y para ellas era la munición menuda, siendo uno de los motivos de que estuviéramos colocados en altura, por visión y seguridad. El tiroteo se hizo ensordecedor, había muchos “bichos” y el fuego los azuzaba de forma muy fuerte, no tenían más remedio que salir al descubierto, faltaba poco para que se acabara el combustible, el fuego iba llegando al final del canal, cuando empezaron a aparecer los jabalíes, algunos de ellos con fuego en las crines de sus gibas.

Momentos de nervios, con tiros rápidos, la velocidad y dirección de los guarros no permitían retrasos ni dudas en los lances, algunos corrían más que la balas, y la crítica situación llegó a su fin, cuando el fuego topó con el portalón de cierre.

Cuando nos miramos, parecíamos deshollinadores y no cazadores, pero la faena no había terminado, en los remolques había palas para recoger los restos de los “bichos” menores y echarlos a una enorme pira para su destrucción.

Se cobraron once jabalíes, que después del correspondiente análisis sanitario, dieron el resultado de que cinco estaban afectados por triquinosis.

A la hora del vermú y comentando la “cacería”, había satisfacción por la labor de la limpieza del canal y cuando volví a casa me sentí muy conforme, llamando a Fernando para decirle, que para ese tipo de “trabajos” contara con mi colaboración y apoyo.

Artea-Encina


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