Versos Serreños-Periquillo el podenquero de Jose María Baranda

19 agosto, 2013 • Miscelánea

La mañana se estremece con el lejano disparo,

empieza la montería de ilusiones y fracasos.

Al fragor de cien trabucos estallan los cien barrancos.

Las tranquilas umbrías silenciosas hasta ahora,

la  estremecen alocadas carreras y uñetazos

de fugaces sombras que huyen y escapan presurosas,

buscando el aire limpio con hocicos aterrados.

 

En los “encames” prenden ladras de los podencos punteros,

La “dicha” llena la sierra de ladridos afilados,

y como flechas acuden a ayudar todos los perros

a morder al “macareno” aculado en los “juagarzos”.

El gran venao encamado en lo más “sordo” de la mancha

echa al lomo su maciza, perlada y negra cuerna

con más de dieciocho puntas blancas coronada,

Sube despacio y cauteloso hacia la “cuerda”,

sabiendo que se juega su vida con la suerte.

En lo alto del “collao” redoblan rifles

como trágicos tambores de la muerte.

 

El asustado latir de un perrillo solitario

como aguda campanita de cristal suena,

un cordón de jadeantes perros va juntando

con el ansia de la sangre en sus fauces, de la brega.

Tremendo arrollón de monte y dos perros malheridos,

por encima de las jaras vuelan.

 

El gran verraco arranca acosado y perseguido,

el instinto le hace huir y buscar la lucha abierta.

Atraviesa con estrépito de cantos removidos

de arriba abajo , la gran pedriza negra,

siempre envuelto por los canes que le acosan y le ladran

sin entrarle, ni acercarse a la pelea.

 

Se tapa con el arroyo para cruzar la “traviesa”.

La potente bala del “express” le roza el lomo

y quema el gran mechón de cerdas tiesas.

Al cerrarse con el monte, la segunda

come su cuerpo y le arrodilla entre las “breñas”.

Nota el olor de su sangre y el hedor de cien dientes

que le clavan, sujetan y laceran.

 

Arranca otra vez con violencia y en la huída

arrastra varios perros que de su costado cuelgan.

Los monteros desde puestos elevados disfrutan con la faena,

y asombrados observan cómo aquél guarro valiente,

con una herida de muerte, con más de dos rehalas brega.

¡que baja al río¡ ¡que baja al río¡ los rehaleros vocean.

Acto seguido el gran macho, en el agua chapotea,

nadando los perros le siguen, pero al no hacer pie

temerosos le ladran a su distancia, sin acercarse a la “greña”.

 

El alano más valiente, entra con furia al marrano

pero falla,y un derrote de navajas la paletilla le siega.

Cuchillo grande de remate volando al cinto,

y de cuero raídas delanteras, una menuda figura

agil y veloz, entre jaras y retamas vuela

Tira al suelo el morral, la pintada caracola y con bravura

en el agua enrojecida por la sangre, entra.

 

¡es Periquillo el valiente rehalero¡

¡es Periquillo el de Piedrabuena¡

Voces emocionadas salen de roncas gargantas secas.

Arranca brillos al sol, el gran cuchillo en la diestra,

hambriento se entierra en el cuerpo del marrano

y sediento bebe su caliente sangre negra.

Se funden los dos en largo y mortal abrazo

y agarrados en cruel lucha, con tremendo remolino

desaparecen envueltos en lo más hondo del río.

 

Con ensordecedor estruendo de aguas mansas removidas

por ese gran bulto informe que se mata y que pelea,

Agarrado con fuerza a los lomos, Periquillo no se suelta.

Suben a la superficie luchando por la muerte y por la vida.

Tres veces se hundió el marrano y tres veces subió arriba.

El cuchillo de remate grande ya no brilla,

oscuros cuajos de sangre por su acero se deslizan.

 

Va calmando el oleaje, y el valiente que venció

con trabajo sobrehumano, saca a la fiera a la orilla.

 

El bulto negro del cuerpo yace inerte,

 

humo blanco se desprende de las mojadas costillas,

y queda solo, todos los perros marcharon buscando nuevas huídas.

 

No le ladran porque saben, que le acompaña la muerte.

Empapado ya vocea Periquillo, cazando cuestas arriba,

limpia el cuchillo de sangre en el tronco de una encina.

 

Muchos años han pasado, hielos, lunas, frío, calor,

Los más viejos que vivimos esta historia con gran suerte,

agradecemos al cielo, a las reses, a los perros, a las sierras….al amor,

recordar en los adentros, aquél día, que el valiente

Periquillo, perrero de Piedrabuena, por salvar a su rehala, con valor

la vida sin pensarlo se jugó, a una baza con la muerte.

Relato de caza participante en el concurso organizado por Cazaworld, autor José María Baranda Baranda.

 


Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *