Una batida especial
Recuerdo aún aquella llamada de un amigo a altas horas de la noche, que ante reiteradas veces escucharme que nunca había tenido la ocasión de asistir a una batida de jabalí, me invitó a acudir a una en el Norte de León, y no sólo de guarro ¡de lobo también!, un sólo precinto eso si, pero cabía la posibilidad. No me lo pensé dos veces, aún con la “jarta” de kilometros que me suponía. Era en el puente de la Constitución, y las ganas de ver un lobo, podía con la pereza de un largo viaje. Los días que restaban se me hicieron eternos.
El día 5, y sin madrugar mucho, salí directa hacia Madrid, donde recogería a mi amigo para continuar nuestro viaje hasta el norte de la provincia de León. Había quedado en encontrarse allí con unos compañeros de Valladolid. Eran los primeros días de diciembre y tras unas cuantas horas en la carretera, llegamos a Boñar, donde haríamos noche, la cual se alargo tras una copiosa cena y una entretenidísima tertulia que como de costumbre, se alargó más de lo planeado.
Tras pocas horas de sueño, nos levantamos y dirigimos al lugar de reunión de la batida, La helada era bien visible, tanto el monte y las praderas donde algún caballo pastaba con su potrillo, estaban totalmente blancas, como si hubiese nevado durante la noche. Yo no estoy acostumbrada a ver heladas y mucho menos tan espesas. Pero los nervios no me dejaron pensar en ello por mucho tiempo.
Ya en la reunión, nos comentan que a unos cien metros de allí, en una pradera con un viejo cercado, el lobo había dado buena cuenta de un ternero. Ni cortos ni perezosos nos acercamos hacía el lugar para verlo “in situ” , y efectivamente, allí estaba el ternero con los cuartos traseros prácticamente en los huesos y por supuesto, las huellas del lobo eran claras.
De vuelta al lugar de reunión, mientras se organizaban las armadas, se respiraba un ambiente de ánimo y a la vez de tensión, seguramente el lobo o lobos se dejarían ver durante la batida, Empecé a percibir como mis compañeros dejaban al jabalí en un segundo plano.
Una vez en el puesto procedí a sacar mi rifle, un Benelli Argo 30-06 y retirarle el visor Burris Four 1,5-6×42 . El tiradero era un pequeño corta-fuegos de apenas 3 metros de un lado al otro y una vez pasado el mismo, la densa vegetación típica del lugar, no me permitía ver mucho más. No sabía si mis manos temblaban del frío o de los nervios que revoleaban por mi estomago.
Pasados los primeros 10 minutos escuchamos en el fondo del valle a los perros, a continuación me indica con el brazo el compañero del puesto de al lado que mire hacia una ladera que teníamos a nuestra derecha (el paisaje me tenía ensimismada), en un principio no consigo ver nada, pero al cabo de unos segundos veo como por un camino subía a trote una pareja de lobos. Mis ojos no daban crédito y tuve que mirar más de tres veces para creérmelo.
La batida continuaba y a pesar de que brillaba un sol espléndido a primeros de diciembre, el aire frío a esas alturas se hacia notar, y el poco sonido de disparos,consiguieron que la batida se hiciese un poco larga. Por mi puesto sólo cruzaron un par de corzas que de un salto pasaron de un lado a otro en décimas de segundo, ¡Benditos duendes!
A las 15.30 damos por finalizada la batida. Resultados, jabalíes 0, se vieron 2. Lobo 0, se vieron 6.
Pese a los más de 700 kilómetros de viaje, el frío, y de no haber pegado ni un sólo tiro, recuerdo con una gran satisfacción ese día en que acudí a mi primera batida. Los compañeros, el impresionante escenario donde tuve la oportunidad de ver a esos “canis lupus signatus”, quedará por siempre grabados en mis pupilas.
Traerse un buen trofeo, un excitante lance, etc., no siempre es lo mejor de la jornada de caza. Y ese día me quedó aún más claro, si cabe, que los que amamos la caza, gozamos con pasar un día en el campo y admirar lo que nos regala. Pequeñas dosis de felicidad, eso si, en estado puro.
Cayetana Romero