Un día de cacería en Córdoba: resonar de disparos y lamentos

Los datos oficiales contradicen el pesimismo de los cazadores porque la práctica cinegética goza de buena salud y de hecho, en toda Andalucía, sólo el fútbol supera a la caza en número de licencias federativas.

A las 7.45 sale el sol en la Campiña cordobesa, pero mucho antes de esa hora, al alba, Antonio Jesús y su tío Rafael ya tienen la escopeta cargada y peinan uno de los numerosos cotos del Sur de la provincia en busca de conejos. Es día de cacería, y como ellos cientos de cordobeses aprovechan los días hábiles de caza (jueves, sábados, domingos y festivos) para dar rienda suelta a su afición. Y también a sus perros, cuatro podencos andaluces de pura raza -«uno me costó 2.000 euros con unos meses», apunta Rafael- que levantan las presas entre matorrales, cardos y juncales. Porque los conejos apenas se ven, pero los perros los huelen nada más bajarse del todoterreno.

Antonio Jesús y Rafael baten el coto Nacumo, un nombre exótico que en realidad oculta una simpleza: es el acrónimo de Naranjo, Cuquillo y Moreno, tres cortijos de la zona. El coto se extiende sobre unas 3.500 hectáreas de los términos municipales de Moriles, Lucena y Aguilar. Son tierras de cereal, viñas y, sobre todo, olivos, horadadas por el río Anzur. Sus socios, unos 70, abonan 350 euros al año para tener derecho a pegar algunos tiros, pagar al guarda y mantener el coto en condiciones. Y de paso, intentan contentar a los agricultores dueños de las tierras de caza. No es tarea fácil; desde hace tiempo los intereses de los cazadores chocan con las técnicas de la agricultura moderna.

Cada vez hay menos conejos en el campo, y también menos afición a la caza. Ello se debe, según explica Antonio Jesús en una sombra en la ribera del río Anzur, «a dos motivos fundamentales. Primero, la prohibición de cazar alimañas», término con el que este cazador de Moriles se refiere a águilas, zorros y otros depredadores que se alimentan de conejos. «El otro motivo es la agricultura, que se está cargando el campo» con venenos y aplicaciones que antes no se empleaban.

Antonio Jesús, que también es agricultor -«pero yo no echo veneno», se justifica-, pone como ejemplo de esas técnicas la eliminación de las hierbas en los pies de los olivos, que suelen servir de alimento para las presas de caza menor. Así se mejora la producción agrícola, pero los animales «no tienen qué comer y roen las viñas y los olivos». Ése es el problema de los conejos en el campo, y no su sobrepoblación.

REPORTAJE FOTOGRÁFICO

Pocos conejos

En medio de un camino entre olivares aparece Ramón Gutiérrez, presidente del coto Nacumo, que ha tenido suerte y viene con un conejo. Es el primero que vemos en el día, y ya han pasado varias horas. No habrá muchos más en esta jornada de caza. De una veintena de batidores, el más afortunado puede presumir de media docena de presas. «La gente se cree que pillamos docenas de conejos, y no es así. Con suerte atrapamos uno, dos, tres… y hay días que ninguno», afirma Antonio Jesús.

Ramón, por su parte, es pesimista: «Yo creo que de aquí a pocos años ya no habrá cacería. La gente joven ya no se apunta porque da miedo andar por el campo [otra crítica velada a los agricultores], pero a nosotros nos gusta y además somos imprescindibles». Los cazadores, y eso lo dicen todos los aficionados al gatillo, se consideran parte esencial del medio ambiente. Mantienen a raya, aseguran, a determinadas especies nocivas con el entorno.

Los datos oficiales, sin embargo, contradicen el pesimismo de los cazadores, porque la práctica cinegética goza de buena salud. De hecho, en toda Andalucía sólo el fútbol supera a la caza en número de licencias federativas. En la región hay 90.528 cazadores frente a 145.195 futbolistas federados, con datos de 2015 de los que presume la Federación Andaluza de Caza.

Pero son muchos más en realidad, ya que la licencia federativa es opcional. La que sí es obligatoria para poder cazar es la que otorga la Consejería de Medio Ambiente, que sólo para Córdoba cuenta con más de 40.000 permisos concedidos para las diferentes modalidades: cazas con y sin arma, cetrería, con reclamo para perdiz y de rehalas de perros. Y cada año se cobran más de un millón de piezas en Córdoba.

Los cazadores abundan en la idea de que la actividad cinegética ya no es lo que era. En el coto Nacumo, asegura Antonio Jesús, «antes se hacían hasta tres ojeos al año de 300 perdices, y venían docenas de personas, incluso con invitados. Ahora si acaso se hace uno y sólo para los socios. El año pasado tuvimos suerte y cazamos unas 30 perdices». Diez veces menos que hace unos años.

Uno de los mayores problemas con que se topan los cazadores en el campo es la mixomatosis, que lleva 60 años diezmando las poblaciones cunícolas en España. Con el paso del tiempo, los conejos han desarrollado cierta resistencia a la enfermedad y se han reducido las tasas de mortalidad en estos lepóridos. Pero se acaba de detectar el virus en otra especie de la misma familia, la liebre ibérica (en la península hay tres especies diferentes de este animal de orejas largas), que hasta ahora soportaba bien los rigores de la enfermedad.

Rafael Verdú para abc.es