Tener tetas y usar escopeta

Siempre me he sentido afortunada por nacer donde he nacido, por estar rodeada de quien lo estoy. Supongo que he tenido suerte. Nunca he sentido estar ocupando un lugar que no me corresponde o disfrutando de una pasión que por mi condición de mujer no deba disfrutar.

Supongo que he tenido la gran suerte de no notar una mirada despectiva cuando he llegado a una junta una mañana de montería, ni miradas de soberbia cuando con canana y perro he andado a conejos. Nunca me he sentido una mujer en un mundo de hombre; he tenido esa gran suerte, la de ser una más disfrutando de esta bendita locura.

Por eso quizá me aburran ya tantos artículos y reportajes bajo el título “mujer cazadora”. Supongo que la mayoría estarán realizados desde el mayor de los respetos, buscando una igualdad necesaria, pero hoy aquí me pregunto. ¿Realmente es esa la mejor de las formas? Yo misma respondí en el pasado a alguna de esas entrevistas, pero a día de hoy renuncio y reniego de ellas.  Respeto que estén pensadas por y para un fin, pero es que las entiendo tan poco útiles. De verdad, compañeras de pasión, hoy os quiero hablar a vosotras. Sacadme de dudas, ¿nos hacen algún bien o realmente somos reclamo fácil para publicaciones baratas?

Pienso que la igualdad se consigue con normalidad. Cuando he entrado en un coto no he pagado menos por ser mujer ni me han puesto ningún impedimento para entrar por ser una fémina; cuando saqué mi licencia y mi permiso, no me preguntaron por qué… Cuando salgo al campo con mis perros, no me miran mal por tener dos tetas… De verdad, compañeras, ¿qué falta nos hace?

Quiero que comprendáis que quizá hable simplemente desde la ignorancia que produce el sentirme tan afortunada por haber estado rodeada de hombres que me han hecho crecer dentro de este mundo de la caza, hombres que nunca me han menospreciado, que no me han visto incapaz, hombres que me han dicho “¡venga!”, hombres que nunca leyeron un artículo llamado “mujer y cazadora”.

 A nosotras nos pusieron el camino fácil aquellas pioneras… Esas que se atrevieron a ponerse un pantalón y encararse una escopeta cuando lo que debían estar haciendo era coser y cocinar, esas que sí tuvieron que explicar por qué necesitaban salir al monte a rozarse con las jaras.  Aquellas, hoy algunas ya abuelas, que sintieron en las miradas de sus padres o maridos el estar haciendo algo mal visto, algo para lo que no estaban preparadas. No dejemos que nos utilicen más, señoras, no tiremos por tierra el camino que aquellas luchadoras nos dejaron tan llano.

Presumir de nuestra pasión, ¡por supuesto sin dudarlo!, pero no a cualquier precio. Dejemos de ser el estandarte barato, el reclamo fácil de publicaciones vacías de contenido. Ya está bien, no busquemos una igualdad que ya tenemos, no hagamos nosotras más grande una brecha que no existe.

La única forma de demostrar que somos cazadoras es vibrando al son que marca una ladra, viendo la luna caer en nuestras espaldas en un aguardo, encarándonos nuestra arma con decisión, pulso y cautela. Si queremos más igualdad, ganémosla en el campo, donde todos somos igual de capaces, donde solo mandan nuestros sentidos, nuestros pasos… No seamos nosotras las que pongamos el “mujeres” delante del “cazadoras”.

Quizá estoy equivocada y sí que necesitemos esos millones de artículos donde se eleve al más alto nivel que merecemos el respeto por tener tetas y usar escopeta. Pero, mi opinión, como digo, está basada en mi experiencia y, como dije al principio, he tenido mucha suerte por nacer donde he nacido y estar rodeada de hombres valientes que nunca han visto en mí a una mujer cazadora, pues siempre se han encargado de demostrarme que soy una más que disfruta de una pasión que nos une.

No pretendo tener la razón, solo es un punto de vista muy personal, pero realmente creo que ya es hora de dar un golpe en la mesa y hacer que se caigan de golpe los eslóganes baratos. Que el respeto nos lo ganemos en el monte disfrutando de esta pasión llamada caza y que la igualdad se consiga haciendo lo más simple: disfrutar cazando.

Ana B. Marmolejo