Sin utopía no hay ilusión
Dos años son ya los que llevo de forma activa defendiendo la actividad cinegética de manera pública en redes sociales y otros medios, y media vida, a mis 28 años, los que llevo disfrutando y aprendiendo de esta afición, de esta pasión que se lleva tan dentro y que es capaz de quitarnos el sueño.
Siempre que defendemos la actividad cinegética lo hacemos rebatiendo todos aquellos embustes que los ahora tan de moda “animalistas”, que no es lo mismo que “ecologistas”, vierten sobre este arte y los que lo practicamos, una tarea cada vez más difícil, ya que el ser humano moderno en su máxima expresión de desarrollo se está olvidando de sus orígenes rurales creyendo insistentemente que el asfalto es la cuna del mundo.
Todos los esfuerzos son válidos pero… ¿y si buscamos otras formas de hacer entender, de enseñar al mundo, al pueblo, a la ciudadanía lo que es la caza en realidad?
Como cazadores, todos y cada uno de nosotros tenemos la obligación moral, al menos, de educar a los más pequeños y también a los mayores en el mundo real, en un mundo rural donde el contacto con el medio ambiente es vital y primordial.
La educación es un derecho, es la máxima expresión de libertad del ser humano; todos nosotros, juntos, somos capaces de educar a todas esas generaciones venideras que nacen con un móvil bajo el brazo, a apreciar la esencia de la caza, la esencia del campo. Somos capaces de enseñarles a respirar naturaleza, «ruralidad», a embriagarse de la realidad del mundo.
Y es que, aunque parezca muy utópico, sin utopía no hay ilusión y sin ilusión no hay caza.
Bea Alcoya
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Muy buena reflexión y toda la razón.