Safari de luna de miel III
Al llegar, sobre las 7 de la tarde, nos recibió Adam, el dueño y el que sería mi cazador profesional. Nos enseñó las instalaciones y nuestras habitaciones, eran estupendas y con toda clase de lujos, qué más se podía pedir en medio de la sabana.
Mi mujer y yo estábamos alojados en una caseta con una enorme habitación que disponía de aire acondicionado, chimenea, televisor, caja fuerte, vestidor, un enorme lavabo, bebidas… Los compañeros disponían de unas tiendas algo menos lujosas pero que estaban muy bien. Las instalaciones contaban con un patio de butacas de piel, barra americana y toda la bebida que os podéis imaginar a nuestra disposición, piscina, un confortable comedor, el matadero dónde se preparaban los animales, todo ello decorado con animales disecados o cráneos en el exterior, al más puro estilo africano.
Después de esto y una vez instalados, fuimos a cenar. Adam nos pidió que confeccionáramos una lista de lo que deseábamos cazar más o menos, y así lo hicimos después de cenar. No tardamos en ir a dormir porque el cansancio del viaje acometía en nosotros y la jornada del día siguiente empezaba a las siete de la mañana con el desayuno.
Tengo que decir que la comida durante toda nuestra estancia allí fue una maravilla, la madre de Adam cocinaba de vicio.
El primer día de caza, al igual que todos, comenzó con un buen desayuno: zumos, beicon, tostadas, mermeladas… A continuación, cogimos nuestros rifles y fuimos a una especie de campo de tiro que tenían no muy lejos de dónde nos alojábamos. Fue curioso que antes de empezar a probarlos hicieron ir a uno de los pisteros corriendo varios cientos de metros más allá de los matorrales, en el transcurso de los días supimos que era porque detrás de ellos había un lago dónde pastaban habitualmente diferentes antílopes y lo que hizo fue ir a asustarlos para poder tirar tranquilos sin peligro de que hiriera algún animal.
Una vez hecho esto, nos separamos por grupos y empezó la caza. Yo y mi mujer con Pepe, Oliver solo y Dani con Rafa. Nosotros nos dirigimos a una propiedad que estaba a unos 70 kilómetros, allí empezamos a cazar con Pepe, tras echar a suerte quién disparaba primero, siendo él afortunado. A los pocos minutos divisamos una manada enorme de ñus negros, y Pepe, después de hacerles la entrada, mató un buen ejemplar. Finalmente era mi turno e intentamos de nuevo con los ñus negros, les hicimos una entrada pero a la hora de disparar, con los nervios, tenía el visor al mínimo aumento y no conseguía apuntar con claridad para efectuar el disparo, y cuando me percaté del error, los animales echaron a correr antes de que pudiera remediar la situación. Después de intentar acercarnos varias veces sin éxito, decidimos cambiar de zona dentro de la misma finca. Estuvimos media hora dando vueltas hasta que vimos un orix. La primera entrada fue fallida, pero a la segunda conseguí mi objetivo, con un certero disparo. Los orix andaban alejándose de nosotros cuando Adam me dijo que tirase al tercero, y esta vez sí, con los aumentos en su sitio y con el animal a 263 metros, apreté el gatillo sin pensármelo en cuanto le vi el codillo en medio de la cruz. Corrió un par de decenas de metros y se derribó fulminado. Aún puedo recordar las palabras del profesional: “Congratulation Jonathan, gran francotirador” Yo no cabía en mi gozo, además, el primer animal abatido fue el que Gloria me había puesto como condición para que fuéramos al safari. Después de esto, vimos ñus azules y después de más de dos horas tras ellos y hacerles 6 entradas sin éxito decidimos cambiar pero tuvimos que salir corriendo por culpa de una tormenta eléctrica. Se ve que allí las piedras contiene mucho hierro y no es aconsejable corretear por ahí habiendo relámpagos.
Al llegar al campamento, nos encontramos a los compañeros. No habían cazado nada, Oliver buscaba orix pero no les pudo entrar, Rafa y Dani buscaban Kudus pero no hubo suerte. Vimos los animales cazados, comimos y nos echamos la siesta de rigor hasta las cuatro de la tarde que comenzó la jornada. Los grupos fueron los mismos y nosotros fuimos a ver si encontrábamos facocheros y un kudu para mí. Tardamos más de una hora y media en ver el primer par de kudus, que después de hacer la entrada, resultó que eran jóvenes y decidimos no tirar. De los facocheros no había ni rastro, pero al poco rato, el profesional vio un ejemplar solitario de kudu que nos miraba a lo lejos, andando. Cuando subimos dónde creíamos que lo habíamos visto, no vimos ni rastro de él, pero el pistero, que fue a revisar la otra parte, retrocedía agachado y avisándonos en voz baja de que el animal que buscábamos estaba allí. Cuando nos acercamos, resultó que había dos, escogió el más grande y me hizo disparar. El animal calló en el acto, era precioso y majestuoso. Nos hicimos las fotos de rigor, apresurándonos porque oscurecía y nos fuimos al campamento.
Una vez allí vimos que Dani y Oliver ya tenían sus orix, y Rafa no había tirado aún. Oliver, Dani, Gloria y yo siempre íbamos al matadero para ver como pelaban los trofeos, hacíamos fotos y contábamos la jugada hasta que nos llamaban para cenar. Rafa y Pepe preferían ir a cambiarse y a ducharse la mayoría de las veces. Después de cenar, nos sentábamos al lado del fuego todas las noches, unos con una cerveza y otros con un buen whisky, pero por lo que observé, esta gente está acostumbrada a cazadores que les gusta beber mucho más que a nosotros. No tenías tiempo de terminar el primer vaso, y ya te ofrecían otro. Hecho esto, a dormir.