REPORTAJE → El leopardo de las nieves supera el peligro de extinción gracias a los cazadores

El marjor de Bujara estaba al borde de la extinción en los años 90, pero hoy su población se ha cuadruplicado favoreciendo al leopardo de las nieves.

La caza regulada ha conseguido salvar de la extinción al marjor, al leopardo de las nieves y ha mejorado la vida de los habitantes de Tayikistán.

En los 90 el marjor de Bujará, cabra de Asia Central, estaba al borde de la extinción. Hoy su población se ha cuadruplicado, lo que ha beneficiado a su depredador, el leopardo de las nieves. En el origen del milagro, que ha mejorado la vida los habitantes de Tayikistán, está la caza regulada. Abatir un marjor cuesta 100.000 euros.

Pocas horas después de llegar al aeropuerto internacional de Dushanbe (Tayikistán) el pasado diciembre, Bill Campbell daba botes en el asiento trasero del Toyota Land Cruiser con el que recorría las seis horas hasta el pueblo rural de Anjirob, a pocos kilómetros de la frontera con Afganistán. Con una población de 700 habitantes, esta comunidad se esconde en las montañas Hazratisho, cuyos impresionantes riscos forman la entrada a la Cordillera del Pamir, también conocida como «el techo del mundo». En este entorno habita una cabra de cuernos retorcidos llamada marjor de Bujará (Capra falconeri heptneri), y Campbell, un médico de 65 años, ha viajado desde Anchorage, Alaska, para encontrarla.

En los 90 el marjor de Bujará, cabra de Asia Central, estaba al borde de la extinción. Hoy su población se ha cuadruplicado, lo que ha beneficiado a su depredador, el leopardo de las nieves. En el origen del milagro, que ha mejorado la vida los habitantes de Tayikistán, está la caza regulada. Abatir un marjor cuesta 100.000 euros.

Pocas horas después de llegar al aeropuerto internacional de Dushanbe (Tayikistán) el pasado diciembre, Bill Campbell daba botes en el asiento trasero del Toyota Land Cruiser con el que recorría las seis horas hasta el pueblo rural de Anjirob, a pocos kilómetros de la frontera con Afganistán. Con una población de 700 habitantes, esta comunidad se esconde en las montañas Hazratisho, cuyos impresionantes riscos forman la entrada a la Cordillera del Pamir, también conocida como «el techo del mundo». En este entorno habita una cabra de cuernos retorcidos llamada marjor de Bujará (Capra falconeri heptneri), y Campbell, un médico de 65 años, ha viajado desde Anchorage, Alaska, para encontrarla.

Aun así, estas personas se mueven en una atmósfera extraña. «Es una experiencia para las élites. Para gente rica como yo», afirma Campbell, que utiliza un lenguaje grosero, y responde al apodo de Bill el salvaje. Tiene una consulta psiquiátrica en Anchorage. «Yo hice dinero a la antigua, viendo pacientes uno a uno durante años», cuenta. Empezó a cazar de joven, disparando ciervos cerca de la casa de su familia en Vermont. Y conforme su fortuna crecía, comenzó a interesarse por cacerías más exóticas, caras y difíciles en lugares como Nepal o Zimbabwe. Cuando firma un contrato con la reserva de caza, insiste en ser el único cazador en la zona en esas fechas. En ocasiones la ley se encarga de ello: Saidi Tagnob («cazar montaña abajo», en tayiko), la concesión de 74 km2 en Tayikistán a la que viajó el pasado diciembre, sólo obtuvo una licencia para cazar marjores en 2016.

Pareja de marjores en Tayikistán / Eric Dragesco

Alternativas peores

Ya en la reserva, junto a 10 guardabosques, Campbell siguió un río donde encontró a lugareños excavando en los márgenes con palas. Buscaban oro, el país produce 1,5 toneladas al año. «Si no fuera por este sistema de conservación a través de la caza es posible que alguna compañía ya hubiera abierto aquí una mina de oro. Sería un desastre ecológico», reflexiona. Según este planteamiento, las expediciones cinegéticas permiten que tierras de propiedad privada se gestionen en beneficio de la vida salvaje. Objetivamente, las alternativas parecen peores: minería, ganadería, agricultura. ¿No es mejor sacrificar algunos animales para mantener un ecosistema en funcionamiento? No es así de simple. Para que la caza mayor sea una herramienta efectiva de conservación tiene que competir económicamente con industrias como la minería y debe contribuir a no incentivar la caza furtiva.

La caza ilegal de marjores es distinta a la de rinocerontes y elefantes. El trofeo no es un cuerno o un colmillo. Aunque algunos ejemplares son abatidos por hacerse con su cabeza como trofeo, la mayoría de la caza ilegal la efectúan aldeanos tayikos pobres que buscan una comida decente, Por tanto, para que sea efectiva, la caza legal debería beneficiar a los animales y a las comunidades de personas.

A comienzos de los años 80, un grupo de líderes tribales de Pakistán comenzó a preocuparse por la desaparición de animales como el marjor de Solimán (Capra falconeri jerdoni). Igual que en Tayikistán, su principal amenaza era la caza incontrolada para obtener carne. Se puso en marcha un sistema de conservación basado en una premisa: si las comunidades locales dejaban la caza, los hombres recibirían un sueldo como guardas para prevenir la caza furtiva. La financiación provendría de la caza controlada de trofeos por parte de extranjeros ricos. Además de los salarios, la mayoría de la carne iría a parar también a los lugareños. Y el dinero sobrante, si lo había, se reinvertiría en la comunidad. Entre 1986 y 2012, el proyecto hizo llegar 2,7 millones de dólares (unos 2,3 millones de euros) a las comunidades locales, mientras que la población de marjor pasó de 100 ejemplares a unos 3.500.

Prohibición total

En las montañas tayikas muchos deseaban replicar ese experimento. Con el apoyo inicial de la Agencia de Desarrollo Alemana, aprendieron a rastrear y proteger al marjor, al íbice siberiano (Capra sibirica) y al carnero de Marco Polo (Ovis ammon polii). Fue más o menos entonces cuando el grupo internacional de conservación de grandes felinos Panthera comenzó su programa de protección del leopardo de las nieves en Tayikistán. «La visión que tenemos en Panthera de la caza deportiva es compleja», explica Tanya Rosen, directora del proyecto. «No apoyamos la caza mayor de grandes felinos. Pero la caza de sus presas es algo diferente». Los depredadores necesitan presas. Si la caza permite que aumente la población de los animales presa de los felinos, indirectamente beneficia a estos.

En aquella época la caza era ilegal en Tayikistán en cualquiera de sus modalidades. Algunos países como Zimbabwe y Costa Rica prohíben la caza de trofeos, mientras que otros lo hacen para algunas especies, como Zambia con los leones y los leopardos. Prohibir todo tipo de caza no es habitual, pero se dan casos. Este año el Parlamento de Kirguistán estuvo cerca de prohibir todo tipo de caza hasta 2030.

Para que los cazadores pudieran exportar sus trofeos de caza legalmente, Tayikistán tenía que legalizar la caza de trofeos, y unirse a la Convención de Tráfico Internacional de Especies Amenazadas. Para convencer al Gobierno, los tayikos tenían que mostrar su compromiso con la conservación de la fauna salvaje, a través del incremento de la población de marjores y la disminución de la caza furtiva. En 2004, estas comunidades comenzaron la tarea de acabar con la caza furtiva, reservando una zona de 560.000 hectáreas para los marjores, bajo la promesa de que un día se beneficiarían de la caza de trofeos. Las primeras partidas de caza deportiva no tuvieron lugar hasta 2014.

En marzo de este año hice mi primera expedición a territorio marjor. Allí Odina Abdulkhaev, director de la asociación conservacionista Saidi Tagnob, me explicó que la caza había sido una forma de vida para él. Pero al proteger a los marjores, y gracias a los fondos de tres años de caza mayor legal, había mejorado la vida de su comunidad. Con los ingresos se pagaba el salario de 10 guardas, se compraba libros para los niños en edad escolar, y se cubría los salarios de los profesores. También me mostró una tubería de tres kilómetros que transportaba agua limpia al pueblo y me contó que trabajaban en la instalación de otra de 15 kilómetros que llevaría agua a la escuela. De los entre 85.000 y 100.000 euros que desembolsa un cazador de marjor, 35.000 van al Gobierno para pagar la licencia; unos 7.000 euros son para el Gobierno nacional y el resto se divide entre las autoridades regionales y locales. La mayor parte del dinero restante -el 60%- se queda en la concesión de caza para proyectos como las tuberías de agua.

Hembra de leopardo de las nieves mojada tras cruzar el río Uchkul / Sebastian Kennerknecht

Según Farhod Mamadnazarbekov, vicepresidente del Comité para la Protección del Medio Ambiente de la Provincia Autónoma de Alto Badajshán, parte del dinero que va al Gobierno se usa en beneficio de la fauna salvaje y de la población. Los fondos se usan para dar forraje a los pastores de ganado y evitar que compitan con los herbívoros salvajes por los pastos o suplementar la alimentación de la fauna en áreas donde la flora no se ha recuperado del sobrepastoreo. Es difícil determinar cuánto de eso es cierto. Varias fuentes dicen que parte del dinero se destina a pagos que no se pueden justificar legalmente, y que el Gobierno no invierte su parte de los beneficios. En un país en el que el PIB per cápita es de 680 euros, es fácil imaginar que la gente quiera sacar tajada.

A unos 60 kilómetros de Anjirob está el pueblo de Dighar, en el que vive Davlatkhon Mulloyorov, 70 años, supervisor de la mayor concesión de caza de marjores del país, con 150 km2. Se llama M-Sayod y obtuvo tres de las seis licencias otorgadas en 2016, que se vendieron a cazadores extranjeros: dos americanos y un alemán. Igual que Abdulkhaev, Mulloyorov se enorgullece de los proyectos comunitarios que ha financiado, muchos de ellos relacionados también con agua, salud, y educación. Los ingresos del marjor también han pagado parte de los estudios del leopardo de las nieves y sus presas por medio de cámaras que Panthera ha colocado en M-Sayod. En 2013, esas cámaras captaron a seis leopardos que vivían en un área de 100 km2 dentro de la reserva. Entonces significó la más alta densidad de población de estos felinos en el mundo. Dos años más tarde, Rosen documentó la presencia de 10 leopardos en ese lugar.

A pesar de sus beneficios, a muchos aún les cuesta aceptar esta estrategia de conservación. El potencial de corrupción que arrastra el dinero en un país pobre al pasar por tantas manos preocupa a muchos. Pero es difícil rebatir los resultados. Los 10 años de trabajo han permitido florecer a la población de marjores. Aun así, ¿por qué no crear un parque nacional para proteger el único patrimonio faunístico del país? La razón es que la protección legal de un territorio sólo funciona cuando hay medios para hacer el seguimiento de su fauna salvaje y protegerla. Algo complicado para un país pobre como Tayikistán. Las prohibiciones establecidas desde las altas esferas, sin participación de las comunidades locales, podrían intensificar la caza furtiva en lugar de reducirla. «La clave está en que las comunidades relacionen la conservación con un beneficio para sus vidas», dice Rosen.

Mulloyorov me contó que con los tres marjores que abatieron los cazadores extranjeros el año pasado pudo proteger a los 550 que viven en su concesión, más 10 leopardos de las nieves, y hacer más fácil la vida de su gente. «Si hace 30 años hubiera existido la posibilidad de cazar leopardos persas y tigres aún los tendríamos», explica. El razonamiento se aplica no sólo al marjor: en 2016, Tayikistán ofreció permisos para cazar 85 ejemplares de su población de carneros de Marco Polo, actualmente en la categoría de casi amenazada.

Coexistencia más pacífica

En los años 90, explica Mulloyorov, los lugareños se vengaban de los leopardos de las nieves matándolos si creían que habían atacado su ganado. Pero, en Tayikistán, se empieza ahora a plantear la cría de animales en cautividad de forma más progresista. Mulloyorov opina que es obligación personal de los pastores vigilar a su ganado. Si un leopardo de las nieves se come al ganado, la culpa es del pastor. Y en lugar de compensarles por el ganado, ha empleado el dinero de los marjores para financiar la construcción de cerramientos a prueba de depredadores. Así, los ingresos de la caza de trofeos han generado una coexistencia más pacífica.

En diciembre, de nuevo en Saidi Tagnob, el grupo de Campbell comenzó el ascenso hacia las montañas. «Vimos unos 150 marjores, incluidas hembras y algunas crías jóvenes. Cuando practicas caza de trofeos buscas un macho muy mayor». Dos días más tarde, halló lo que buscaba. Después de elegir un blanco, disparó, y falló. Más tarde vio otra pieza, un macho más viejo. Realizó su segundo disparo, desde unos 310 metros. «Fue el momento más emocionante de mi vida como cazador», expresa. Tras su certero disparo, descubrió algunos perdigonazos en las patas del animal, prueba de que los lugareños habían intentado matarlo por su carne antes. Las pezuñas deformes también revelaban que había tenido una enfermedad de boca y patas, transmitido quizá por animales domésticos. «Estos son los problemas a los que se enfrentan los conservacionistas en países en desarrollo», dice.

El cazador y los 10 guías lo festejaron con brochetas de marjor. El resto de la carne se destinó a alimentar a la población de la comunidad más próxima, primero a los guardas de la concesión, luego al resto del pueblo. Además de la suma que Campbell pagó por su aventura, dejó una propina de 200 dólares a cada guía, cantidad que supera el salario medio mensual en Tayikistán.

También los turistas fotográficos están dispuestos a gastar grandes sumas de dinero. El marjor podría ser la gallina de los huevos de oro. Pero su hábitat está junto a la frontera sur de Tayikistán, pegado a Afganistán, un lugar en el que no hay mucho turista que se atreva a pasar sus vacaciones. El terreno es complicado y el clima extremo. No existe ni un hotel ni un refugio a la vista, tampoco agua caliente o electricidad. Puede que los cazadores ricos sean la única esperanza para la supervivencia de estos animales salvajes amenazados.

La ética de la caza

Pregunté a Campbell qué opinaba sobre Walter Palmer al matar al león Cecil fuera de los confines del Parque Nacional de Hwange en Zimbabwe en 2015, hecho tras el que recibió numerosas amenazas. «No me sorprendería que se gastara 250.000 o 500.000 dólares al año en cazar. Y la gente que lo lincha dona 25 dólares al Sierra Club. ¿Quién hace más por la conservación?», dice.

Pero para las comunidades rurales tayikas no se trata sólo de economía. La caza deportiva moderna se percibe también como una forma de fomentar una vuelta a una relación sostenible entre la gente y la fauna. «En otro tiempo, la caza mantenía a un pueblo», dice Munavvar Alidodov, biólogo de Panthera. «Hay reglas estrictas. No se puede disparar a una hembra embarazada o en época de celo. Sólo a machos viejos. Estas organizaciones tratan de recuperar la ética tradicional de caza», afirma. Simplemente intentan aprovechar herramientas más modernas -como extranjeros ricos- para hacerlo.

Campbell está ocupado organizando su próximo viaje de caza con una comunidad en Tayikistán. Tiene en mente el carnero de Marco Polo. «En mi corazón me siento bien porque tengo la sensación de que estoy colaborando con un tipo de conservacionismo que funciona». Añadir una nueva cabra a su colección le costará unos 34.000 euros.

Jason G. Goldman para expansión.com

Reportaje original en biographic.com