Entre ninjas, becadas y amigos (II)
A cenar fuimos al cercano pueblo de Yebra de Basa. Llegar a un pueblo como este por primera vez, aparcar en la plaza del pueblo en una noche estrellada de noviembre, no ver un alma, las casas de piedra, y en un rincón de la ancestral plaza el luminoso rústico, en forja, de un mesón, junto al silencio sepulcral, hacen aventurar una velada magnífica en un entorno único. Un verdadero mundo en peligro de extinción, el verdadero mundo que se debería preservar a cualquier precio, pero no veo ningún vegano por allí un martes noche de noviembre.
Nos encontramos al entrar un pequeño y acogedor mesón lleno de magia, la barra a la izquierda, un joven a cada lado de la misma y, junto a la lumbre de la chimenea, unas pocas mesas y una pintura con la cabeza de un setter en una teja adornando una de las paredes. Sólo una de las mesas montada, que sin duda ya había reservado Koldo.
Al vernos entrar, el chaval que estaba al otro lado de la barra salió de la misma y se fundió en un sentido abrazo con Koldo. Era el hijo del mítico Mariano Rapún, un referente para todos los becaderos de este país por lo mucho que aprendimos, disfrutamos y crecimos con sus vídeos de caza junto a su inseparable Paco Layús, además de un gran y afamado competidor con varios títulos de campeón de España en su haber, y muchos de Aragón. De los pocos capaces de plantar cara e incluso doblegar en su terreno al gran Esain. Un precioso duelo que hubiésemos podido disfruta algunas veces más de no ser por la larga y maldita enfermedad que pudo con Mariano.
Charlamos con él, recordamos a su padre y a ‘las ninjas’, ¡Ay, ‘las ninjas’! Este es el calificativo que puso Mariano a las perras del afijo Idargako, Checa y Cora, que siendo cachorras llegaron a sus manos y que tantos buenos momentos le hicieron pasar ya desde el primer momento que las sacó a cazar. Desgraciadamente las pudo disfrutar poco tiempo, y volvieron a las mejores manos, las de Koldo, donde junto con Nala no se han cansado de dar recitales un día tras otro, representando el máximo exponente de lo que debe ser un perro de becadas: nariz, intuición, pasión, rebusca, resistencia… Todas las virtudes posibles que han hecho que ‘las ninjas’ sean auténticas brujas por su capacidad de reinventarse y ser capaces de dominar a las esquivas damas del bosque en un terreno que ya no es sólo de las picudas, pues ‘las ninjas’ se mueven por los brutales desniveles oscenses, entre los enmarañados bog, con una sorprendente facilidad, haciendo rebuscas de más de 300 metros a una velocidad de vértigo como por arte de magia.
Para que la velada fuese perfecta, al poco aparecieron Txomin Rogel y su hijo Iván. Unas ensaladas, unas migas, buenos chuletones y los pertinentes cubatas hicieron que una noche de un martes cualquiera de noviembre, en un escondido rincón del Pirineo y al calor de la lumbre, disfrutásemos de las mil y una anécdotas junto a mis anfitriones vascos.
El miércoles ya noté, Rusa, que… “Houston, tenemos un problema”, puesto que fue levantarme y notar dolor de todo el cuerpo, cansancio, congestión, todos los ingredientes de un gripazo de órdago dispuesto a amargarme el día. En condiciones normales me hubiese quedado en cama, pero no había hecho tantos kilómetros para eso, así que disfruté de cada segundo en el coche camino al cazadero, ese paisaje otoñal del Pirineo salpicado de robledales, pinares, de ríos imponentes aun estando secos, de canchales, de ver asomarse al sol desde el fondo del valle y lo picos más altos con una incipiente capa de nieve. Una imagen de postal impresionista, de una postal de la que seríamos parte.
Nos dividimos, Txomin y su hijo fueron a un encinar y Koldo y yo nos quedamos en un pinar, una escopeta, una vara, Checa, Cora, Bruce, Kala y la mañana por delante.
Fue salir del coche, coger una pista en umbría, y cuando aún no habíamos andando ni cinco minutos ya estaba Cora en mitad de la pista puesta con la primera becada de la mañana. Me coloqué mal, y no ayudó nada que Bruce no respetase el patrón y entrase como un elefante en una cacharrería, por primera vez en la temporada escuché el plas plas de su aleteo, ¡qué momento!, pero no la vi.
Koldo me miró con cierta displicencia, y me dijo que estas sordas hay que cogerlas 30 metros por delante. El alumno trató de tomar nota del maestro.
No tardó Checa ni dos minutos en hacer gala de su capacidad de rebusca ladera arriba. A partir de este momento, el silencio del bosque se convirtió en una polifonía de los beepers de Cora y Checa, de becadas encontradas, voladas, rebuscadas, algún que otro disparo y algún que otro cobro. No creo que pasasen más de 10 minutos durante toda la mañana sin que Checa estuviese puesta. Nunca vi nada parecido; sin ir galopando era rápida, silenciosa, eficaz, con esos ojos de perra lista, bailarines y brillantes disfrutando de cada segundo de su reino, porque cualquier cosa que alguien se pueda imaginar se queda corta viendo cazar a este portento de la caza. Supera todas las expectativas. Checa pugnaba por la corona de reina del bosque con la dama, y por Dios que para mí lo logró.
Antes de la hora, yo ya estaba vacío de fuerzas tras tantas carreras; no me quedaba nada, la justita que robas al orgullo para seguir adelante. Koldo disfrutaba como disfruta un padre con los éxitos de sus hijos, y si bien no podía llevar la escopeta por la dichosa lesión de hombro, trató de grabar los hermosos lances que disfrutamos y disfrutaba de las sordas abatidas como disfruta un verdadero amigo de los éxitos del otro.
Paramos a comer fugazmente con Txomin e Iván, quienes habían disfrutado del trabajo de su joven perro serbio, el cual en su segunda salida ya fue capaz de poner sordas.
Y tras el bocadillo se acabó el disfrute, si bien los perros de repuesto, Nala y el Valenciano cazaron de forma sobresaliente. Cada segundo se me hacía eterno fruto de una cansancio absoluto, escalofríos y ninguna capacidad de concentración. Fallé una sorda a Nala que salió muerta. Llegar al coche fue lo mejor de la tarde, y de ahí a la farmacia con la sensación de que se había terminado esta aventura pirenaica para mí, que el día siguiente no estaría en condiciones de cazar.
El jueves amaneció plomizo, la temperatura algo mayor y un cielo que hizo parecer a noviembre puro noviembre en la esencia del otoño. Antes de serpentear por valles y puertos, aprovechamos la cobertura de una gasolinera para atender la entrevista que nos hizo Javier Pérez Gutiérrez para su programa de radio “El morral del cazador”. Es bonito hablar de la becada sea cual sea el medio, es parte de la caza, es un valor añadido que nos permite disfrutar de su caza fuera del monte.
La gripe esta mañana me tenía más mermado que el día anterior, pero el estímulo de volver a cazar con Koldo y sus perros era superior a todos los virus y bacterias que casi logran boicotear mis días señalados de noviembre.
Tras casi una hora de sinuoso recorrido, en la que Koldo recordó repetidamente la ausencia de su hijo Asier con una mezcla de nostalgia y orgullo, pasamos junto a una ladera. Me señaló Koldo el famoso Turmalet, una ladera con una pendiente superior al referido mítico Turmalet, en un pinar atiborrado de bog, ¡madre mía! Y que paguemos por cazar en sitios así, de una dureza inusitada, no quiero ni pensar lo que tiene que ser una mañana allí tras los beepers de ‘la ninja’. Esta vez dejamos a Cora para Ion y Xabier que llegarían por la tarde, y sacamos al Valenciano con Checa, Bruce y Kala.
La primera ladera ya me indica que estoy aún peor que el día anterior y prometía una mañana de vía crucis por mi particular Gólgota.
No tardó en poner la primera Checa, ladera arriba como siempre, o eso pensé yo. Corría y cada vez escuchaba menos el beeper, giré y no estaba Koldo, pero me gritaba en dirección opuesta y ladera abajo. Una vez más, mis problemas auditivos con los sonidos agudos me dieron una mala pasada. Llegué tarde y mal, allí estaba el Valenciano y Checa. Bruce no respetó el patrón y salió la sorda, como salen casi todas a sabiendas que es su vida lo que está en juego. Dos disparos y fallé, pero no tardaría Checa en rebuscarla, y esta vez sí conseguí abatirla.
Se sucedieron lances similares durante toda la mañana, dando Checa un recital de lo que es el ideal y rozando la perfección del perro becadero soñado, haciendo bueno el apelativo con el que fue bautizada por el bueno de Mariano, una auténtica ninja del monte.
Mi agotamiento era absoluto y alguno de los fallos estrepitosos dejaba a las claras que lo más honrado era retirarse.
Buscábamos Koldo y yo un lugar para cruzar el río en dirección al coche. Serían ya cerca de las 15:00 h, una pierna tenía que pedir permiso a la otra para dar un paso…
Miguel Ángel Alonso Valdivieso