Movimientos anticaza, entre la desinformación y la hipocresía (y V)

2 enero, 2017 • Pluma invitada

Sobre la hipocresía y la desinformación

A pesar de la contundencia de estos y otros muchos datos objetivos y absolutamente incontestables, los poderosos grupos anticaza extranjeros presionan cada vez con mayor intensidad a nivel internacional para erradicar la caza. Si los consiguen, los ingresos de muchos de sus habitantes se reducirán drásticamente. Si se prohíbe la caza, las comunidades locales de muchas regiones, al prescindir del incentivo económico engendrado por la caza deportiva, perderán el interés en proteger la fauna y combatir a los furtivos. Lo habitual entonces es que los propios habitantes pasen al “lado oscuro” y terminen convertidos en furtivos y traficantes de animales para incrementar su maltrecho poder adquisitivo. Es lógico, siempre fue así y volverá a suceder de nuevo; no les quepa la menor duda.

Pero la prohibición de la caza no sólo reduciría los ingresos de los nativos y la transformación de muchos lugareños en cazadores ilegales, sino que supondría un atentado directo sobre el poder de decisión sobre sus territorio. ¿Qué les parecería a los suizos si los zimbabuenses convencieran a los países africanos y asiáticos para prohibir, por razones ecológicas, la práctica del esquí o a los españoles si los cameruneses solicitaran prohibir veranear en las playas para reducir el impacto sobre el litoral marino? Mientras el lobby anticaza responsabiliza a la actividad cinégéica del deterioro de nuestro entorno, se hacen opacos, y filtran de forma selectiva las consecuencias de sus propios actos. Porque el turismo de las estaciones de esquí, entre otros muchos tipos de turismo, tienen un impacto brutal en la frágil flora y fauna de alta montaña. Y porque el litoral marino, debido a la afluencia masiva de turistas, es el ecosistema más degradado en nuestro país y otros muchos. Y porque las añoradas infraestructuras por las que se desplazan radiantes estos grupos de presión anticaza suponen la fragmentación de los ecosistemas y hábitats. Estas infraestructuras suponen de hecho uno de los procesos más graves de pérdida de biodiversidad según la perspectiva de la OCDE para 2030 (y no la caza). De hecho, nuestras apreciadas autopistas y ferrocarriles han supuesto uno de los cambios más radicales en la Europa de los últimos 100 años, fundamentalmente por el efecto barrera que impide la dinámica natural de las poblaciones, la búsqueda de refugio, comida, agua o simplemente poder aparearse. También los atropellos son una consecuencia de esas infraestructuras. Se calcula que anualmente en España mueren 10 millones de vertebrados en la carreteras (sin contabilizar heridos o las crías que pierden a sus progenitores, su sustento, y agonizan hasta su muerte). Resulta curioso que hasta el año pasado, además, fuera el seguro de los cazadores quien tuviera que responsabilizarse de los gastos de estos siniestros, quizá ahora cuando un anticaza tenga que hacer frente a los costes de un accidente con un animal silvestre se replanteen el asunto.

La única medida eficaz según algunos expertos para reducir las consecuencias de nuestras pretendidas y amadas infraestructuras es algo tan sencillo y al alcance de todos como reducir la velocidad, pues vallar las carreteras supondría un aislamiento y fragmentación más acusadas aún para las poblaciones, con consecuencias más dramáticas sobre las mismas. ¿Están los anticaza dispuestos a reducir la velocidad para evitar los atropellos? ¿Están dispuestos a viajar por carreteras secundarias en lugar de autopistas como medida de protesta por la fragmentación de los ecosistemas? ¿Renunciarían al AVE? ¿Están dispuestos a prescindir de las estaciones de esquí o a prohibir las nuevas? Como medida de protesta, ¿van a dejar de acudir a nuestras afamadas playas? Me temo que no… Es preferible traficar con la conciencia ajena y sedar la propia, que despierte lo justo para no juzgar las propias acciones y decisiones individuales.

Hace un par de veranos, Cecil, el león, fue portada de varios medios de comunicación durante varios días. La inmensa mayoría de los afligidos ciudadanos que se retorcieron en sus cómodos sofás frente a su televisión de plasma por la muerte del emblemático felino; probablemente no sepan ni siquiera localizar Zimbabue en un mapa, ni entonces, ni ahora. Me temo que tampoco serán conscientes de la dramática situación que atraviesa el país. Zimbabue fue en su época una de las economías más fuertes de África hasta la llegada de su actual presidente Robert Mugabe, hace ya casi 40 años. Después vino su reforma agraria basada en la confiscación de tierras agrícolas en manos de la minoría blanca para entregársela a lo negros sin recursos y su rechazo a pagar las deudas con el Fondo Monetario Internacional. Sus medidas desembocaron en la mayor crisis social, económica y sanitaria de la historia del país. Hoy tiene una tasa de paro que supera el 75% de la población y una hiperinflación que ha llegado al 10.000% anual (no me he equivocado en los ceros), una barra de pan ha llegado a costar 100.000 dólares zimbawenses. Su índice de Desarrollo Humano (IDH) fue el más bajo del mundo en 2010. Tiene además la tasa de SIDA más alta del planeta y una esperanza de vida que ronda los 50 años, salvo para su líder, que por alguna extraña razón acaba de cumplir los 90 años.

El famoso león murió a los 13 años; la esperanza de vida de un león macho es de 12 aproximadamente. Su muerte supuso unos ingresos para el país y las poblaciones nativas de la zona de 50.000 dólares americanos. Zimbabue, un país que no puede atender las necesidades básicas de sus ciudadanos ingresa gracias a la caza deportiva, según cifras oficiales, entre 50 y 70 millones de euros. No he visto en la sociedad, ni en la comunidad internacional, la indignación ante la situación que atraviesa los ciudadanos que cohabitaban en el país de Cecil. Las noticias sobre hambrunas, guerras, desplazados y otros problemas llega un momento en que no venden. La habituación por parte de la sociedad a estas noticias afecta a la sensibilización y las noticias reiteradas dejan de tener la misma capacidad para impactar. Un caso como el del león Cecil fue la excusa perfecta para captar de nuevo atención del consumidor de noticias.

Especialmente contradictorio es criticar la caza por el sufrimiento que se infiere a los animales (como si cuando acontece su muerte de forma natural lo hiciera de forma sosegada). Mientras que con esas críticas furibundas los anticaza amenizan la conversación de una sobremesa cualquiera, conviene recordar que todos los animales destinados al consumo humano viven y mueren en condiciones infinitamente más lamentables que los que se cazan de forma reglada. Y que, por cierto, la carne de la caza se come también. ¿Qué diferencia hay entre comerse una pollo o una perdiz? ¿Es más ético comerse un solomillo de cerdo que uno de jabalí? ¿Acaso tiene una vida más saludable un animal de granja hacinado y posteriormente degollado o electrocutado que cualquier especie cinegética que vive y muere en libertad? A la sociedad se le olvida con frecuencia que la carne y el pescado que nos comemos antes estuvieron vivos. Los vegetarianos tienen probado desde hace tiempo que una dieta sin carne y pescado puede ser saludable. A los cazadores se nos achaca que matamos por placer. Pues permítanme que les diga que todas la personas que consumen carne, pescado o el exquisito marisco al que cocemos vivo lo hacen también por placer. Es así de sencillo, pero de una lógica aplastante y de una hipocresía demoledora. ¿Son conscientes muchos anticaza de las víctimas y el sufrimiento que provocan sus hábitos alimenticios, su inmersión en una sociedad de consumo?

Qué fácil es para algunos sacudirse la conciencia, apuntando, nunca mejor dicho, hacia los demás…, reflejo de una sociedad hipócrita cuya decadencia discurre paralela a la desconexión del mundo rural y de la naturaleza, aunque pretendan defenderla desde el desconocimiento más absoluto.

A algunos se les escapa el potencial que el mundo cinegético tiene para proteger nuestro entorno. Recuerden ustedes que dos de las sociedades conservacionistas más importantes del mundo, como Seo Birdlife o WWF, fueron fundadas, en parte, gracias a individuos influyentes relacionados con el mundo de la caza (aunque ahora renieguen de su génesis). ¡Ése debería ser camino, aunar esfuerzos!

Respeten la caza, por favor, respetémonos todos y luchemos de forma conjunta desde diferentes sensibilidades para preservar nuestro entorno y los animales que en ellos habitan. Pero como ya comenté, se hace imprescindible un diagnóstico correcto de problema. Si erramos en las causas, es imposible aportar soluciones, y vamos por muy mal camino, desafortunadamente, y el tiempo se agota.

Daniel Rodrigo


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