Movimientos anticaza, entre la desinformación y la hipocresía (IV)

27 diciembre, 2016 • Pluma invitada

La caza como incentivo para proteger especies y espacios

Este punto es crucial para comprender con objetividad la relación entre la caza, el ser humano y la conservación del entorno. Por poner en perspectiva y valorar su magnitud, en el mundo existen unos 55 millones de cazadores censados, de ellos casi un millón en España. La caza reglada mueve aproximadamente 55,7 billones de dólares (con b) en el mundo. En líneas generales, el turismo cinegético tiene la capacidad de generar ingresos muy elevados por turista, duplicando o triplicando en áreas como África los importes de otro tipo de viajes turísticos, especialmente en las áreas más deprimidas y necesitadas. Por ejemplo, en el parque Nacional de Selous, Tanzania, del número total de turistas registrados en el año 2003, los cazadores solo representaron el 10%. Sin embargo, este diez por ciento aportó el 90% de los ingresos. El impacto positivo sobre la conservación se traduce, además, en que para los turistas de caza, al tratarse de un turismo no masivo, se necesitan escasas inversiones en infraestructuras, con la consecuente reducción de impactos en el medio natural de áreas sensibles, frente a otras modalidades que buscan bienes más cómodos. Aunque el turismo fotográfico crece hoy con fuerza, en muchos lugares del planeta su presencia y el retorno económico para los lugareños es testimonial en comparación con el turismo cinegético.

Otro ejemplo lo tenemos en Sudáfrica, en donde la ministra del Medio Ambiente Edna Molewa comentó hace tiempo que el gobierno reconocía “que la ganadería de animales salvajes y la caza aportan una contribución importante a la protección del medio ambiente y a la creación de empleo” y que “la industria de la caza contribuye de forma significativa a la economía del país”. De hecho, en este país, las propiedades destinadas a la caza crean tres veces más empleo que las destinadas de forma exclusiva a la carne.

En otro destino cinegético, Namibia, más de la mitad de las llamadas Community-owned conservancies, equivalentes a cooperativas agrícolas y forestales, desaparecieron o estuvieron en bancarrota debido a los escasos ingresos provenientes de la agricultura y del turismo. Hoy, sin embargo, vendiendo permisos de caza junto a los parques nacionales están obteniendo importantes beneficios, casi 18 millones de dólares namibianos en 2013. Otro ejemplo representativo fuera de nuestras fronteras es el programa Campfire de Zimbawe que ha permitido a través de la caza recuperar áreas profundamente deprimidas, dotarlas de infraestructuras, mejorar la calidad de vida de sus habitantes e integrarlos dentro de los objetivos de conservación y cuidado del entorno de las áreas protegidas. Con estos ingresos obtenidos de la caza en Namibia y Zimbabue se han podido construir carreteras, centros médicos y escuelas. También se ha podido formar y dar empleo a centenares de guardas que luchan de forma activa y jugándose muchas veces la vida contra el furtivismo para proteger las especies y los espacios naturales. Este cambio de modelo ha desembocado en un aumento del número de elefantes, leones, búfalos, antílopes e, incluso, rinocerontes negros.

Pero no hay que irse tan lejos. En nuestro país, el creciente interés de los cazadores por las especies de caza mayor no ha hecho sino incrementar de forma exponencial el crecimiento de sus poblaciones. Cada vez son más comunes corzos, machos monteses, jabalíes, o ciervos entre otros. De hecho, los cupos insuficientes de captura en algunos casos y la ausencia de suficiente presión cinegética en otros, está suponiendo que muchas de estas especies causen auténticos estragos en cultivos y otros aprovechamientos de la población. Teniendo que recurrir, en estos casos, a celadores y funcionarios que abaten a estos animales con nocturnidad y alevosía, por millares, sin levantar sospechas (conciencias) por parte de la población.

[Continuará]

Daniel Rodrigo


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