Mi única montería de Roberto Rodríguez
Era el único gran capricho que me había permitido en mi vida: trabajo vulgar, coche normalucho, casa ramplona y escopeta de baja estofa era todo cuanto podía aportar de hacienda a este pueblo que me había visto nacer y crecer hacía ya más de diez lustros. La buena fortuna no era lo mío, pero entre unos ahorrillos y el “enchufe” de un amigo me iba a permitir el lujo de todo cazador, ¡un día es un día!.
No hizo falta que sonara el despertador. Llevaba despierto desde al menos las cuatro, con una expectación como los niños pequeños en la noche de Reyes. Mucho tiempo llevaba esperando esta mañana, muchas ideas, mucha planificación, mucha ilusión y lo cierto es que amanecía como otro día cualquiera. Tal y como tantas veces había hecho me vestí en un periquete y desayuné con la Ana, levantarse a las tantas para prepararme el desayuno antes de irme de caza “eso sí que es amor y comprensión” me dije. Cuando ya estaba en la puerta para salir se levantó el mayor y con cara medio suplicante medio soñolienta me dijo: “¿Entonces no puedo ir?”. ¡Carajo de chico! ¡Desde luego había salido igual que el padre!, pero de momento no tenía la edad para una montería, y menos la del jabalí…
El traqueteo del coche me dejó el estómago de aquella manera, no sabía si era el desayuno o el hormigueo de lo que me esperaba. Andando me acerqué a la finca y me encendí el primer cigarro, escuchando el murmullo de la sierra que despedía la fría noche y sintiendo la seguridad del arma cogida por mi mano, noté una vez más esa sensación de saberme en casa, como si hubiese nacido para estar donde estaba y hacer lo que hacía. El lugar era indiferente porque esa impresión siempre la he tenido cada vez que salgo al campo, era como si todo estuviese en orden, cada cosa en su sitio y cada sitio con su cosa: los problemas y quehaceres de mi “otra” vida me los había olvidado y al bajar del coche y coger el rifle era yo pero sin ser el mismo, el de siempre. El graznido de un cuervo sonó a lo lejos, justo cuando llegaba a la casa, y me sacó de mi castillo en el aire; desayuné sin apetito con los amigos y conocidos, estando sin estar, como si me encontrara a la espera del “venga vámonos” que encendiera todas mi alertas y avivara al máximo mi concentración.
De camino al puesto sigues en tu mundo, con tu cabeza puesta recordando lances pasados, pero con todos los sentidos instintivamente despiertos: el crujir de una rama seca al pisar, el olor húmedo del pino y la jara, de fondo escuchas el lejano ladrido de los perros de la reala mientras observas con ojos curiosos cualquier rastro o huella que pueda darte pistas de lo que pasó anoche en el monte. Seguía ensimismado en mis pensamientos comparándome con un Sherlock Holmes de la jungla, como si mi vocación fuera desentrañar andanzas de unos animales que no ves pero que sientes, ¡están ahí! observándote como a un intruso conocido del que recelan por desconfiar instintivamente de sus intenciones. Mientras armaba mecánicamente mi viejo rifle estaba atento a todo cuanto ocurría a mi alrededor y, no habiendo acabado de asentarme en mi puesto a la espera, los reflejos de no sabes bien si tantos años de caza o tu natural intuición te advierten de algo tras unos matorrales, cincuenta metros a tu derecha; me encaro lentamente el rifle, miro tras el visor y veo como con pausa y altivez sale un jabalí. De gran cabeza y jeta plana, se le nota pinta grisácea y cuerpo macizo, olisquea el aire en busca de explicaciones mientas gira levemente su robusto pescuezo a la izquierda, me ve. En a penas décimas de segundo dejo de lado la mira telescópica y nos observamos fijamente, sin pestañear ni mover un sólo músculo, ninguno de los dos, el corazón se nos dispara mientras que el tiempo se para, ¿qué se nos pasará a los dos por la cabeza en aquel momento? no pensamos en ello, solamente actuamos. Imperceptiblemente acaricio el gatillo mientras el objetivo del rifle me acerca su presencia… doy gracias a Dios, no sólo por la oportunidad, sino sobre todo por vivir momentos como este que dan sentido a mi vida en un mundo que a veces no discierno.
Roberto Rodríguez
Relato de caza participante en el concurso organizado por Cazaworld.