Mel Capitán, siempre viva y entre nosotros

A muchos nos ha sobrecogido la muerte de Melania Capitán; Mel Capitán. Por desgracia pocos sabrán quien era; una joven de 27 años, llena de vida, cuya gran pasión era la caza y que decidió practicarla sin tapujos ni vergüenza, sin esconderse y, además, defendiéndola frente a todos los que intentaban denigrarla. Utilizó para ello, como muchos jóvenes respecto a sus ideas y aficiones, las redes sociales. Y ese fue el gran pecado que el ecoterrorismo jamás le perdonó, pretendiendo que esta vía de comunicación quedara reservada sólo para ellos.

Poco importa cuales fueron las motivaciones últimas y definitivas que le llevaron a quitarse la vida de forma tan dramática, porque hoy no se trata de eso. La pena que nos embarga por la pérdida de esta musa de la caza y por las circunstancias en que ello ocurrió, no debe, no puede lograr que se olvide y que se oculte a toda la sociedad el martirio al que los ecoterroristas le sometieron en la última etapa de su vida. No sólo no sería justo sino que mancillaría el sacrificio personal que Mel asumió, pese a reconocer que ya se le hacía «insoportable».

El mundo debe saber que a Mel le pintaron su fachada con insultos y amenazas de muerte, que le pincharon y rallaron su coche, que varias personas exigieron coactivamente a su jefe que fuera despedida por ser cazadora y bloguera defensora de la caza. Los insultos y amenazas eran continuos en las redes sociales.

Mel cometió el pecado de querer pensar libremente, de realizar una actividad legal y regulada y de hacerlo orgullosa y coherentemente, porque quien se avergüenza de lo que hace y lo esconde no es digno de disfrutarlo.

Ni la muerte ha aminorado ese odio de los absolutistas que exigen el sometimiento ciego a sus postulados, llenando esas mismas redes sociales de comentarios inaceptables, amenazas, risas y congratulaciones por su trágica muerte, sólo comparables con las que también ocurrieron tras la muerte de los dos últimos toreros, Victor Barrio e Iván Fandiño.

Mel fue un ejemplo en vida y, por eso mismo, por su valentía y coherencia, no puedo admitir que su muerte eche por la borda esas virtudes y que su labor, como su sacrificio, queden en el olvido. Su labor en defensa de la caza fue tan digna de elogio como intensos los ataques que sufrió, que fueron absolutamente inaceptables. Pero por desgracia Mel no tuvo en vida el apoyo que merecía, no como cazadora, sino como persona libre que tiene derecho a actuar como quiera dentro del respeto a la ley.

España entera debe hacer examen de conciencia y preguntarse cómo es posible que nuestra sociedad admita ataques a la libertad de expresión y de pensamiento como los que sufrió Mel en su vida y tras su muerte, sin que sea de recibo decir que esa defensa nos correspondía en exclusiva al colectivo cazador, salvo que queramos hacer realidad el triste poema de Martin Niemöller, erróneamente atribuido a Bertold Bretch: «primero fueron a por los judíos, pero como yo no era judío no me importó». La repulsa por los ataques sufridos por Mel corresponde a todo ciudadano que crea sin sectarismos en la libertad de expresión, en la libertad ideológica y en el respeto a las normas vigentes. Y quienes la acosaron, además de su posible responsabilidad penal, deben sentir la repulsa y el apartamiento social de los que defiendan aquellos valores de libertad, sean o no cazadores, les guste o no la caza. Y los acosadores pertenecen al colectivo animalista/ecologista, por lo que su solo nombre se me hace asqueroso y sinónimo de atentado a la libertad y dignidad humanas; de hez. Os ofrezco mi frente por si os habéis quedado con ganas de intentar atravesar la de un cazador con una bala, tal y como amenazasteis a Mel, pero no nos vais a callar, no nos vais a amedrentar, no vais a vencer.

Antonio Conde Bajén

Publicado en abc.es