Más de 7.500 animales muertos por ataques de lobo

31 enero, 2017 • Naturaleza

El número de ataques de lobo a la ganadería en España se ha cifrado en más de 7.500 cabezas durante 2016. Son ocho autonomías donde se han producido estos ataques y los ganaderos dicen que no es suficiente con las indemnizaciones. Al sur del Duero no está permitida su caza como medida de gestión de la población. El número de lobos está aumentando en la península ibérica y el sector reclama medidas para controlar la población de estos animales y evitar ataques al ganado.

Más de 7.500 cabezas de ganado fueron víctimas de los ataques de lobo en 2016, cuya presencia está aumentando en España año tras año y se está convirtiendo en una auténtica pesadilla para los ganaderos. Ocho autonomías son las afectadas por este animal carnívoro, que además ha comenzado a atacar a más especies y que causa importantes daños porque, para comer dos kilos de carne, pueden llegar a matar hasta diez ovejas.

Castilla y León es una de las más afectadas con 1.323 ataques registrados en los que se han visto afectadas 2.829 cabezas de ganado —muertas, heridas y desaparecidas— según el avance de datos a septiembre de 2016, produciéndose un importante incremento, ya que en el mismo período del año anterior se contabilizaron 1.084 ataques y 2.362 cabezas de ganado afectadas.

Las afecciones son también muy relevantes en Galicia con 1.258 reses muertas y 618 ataques de avisos oficiales —según datos de UPA—, y en Asturias con más de 2.116 ataques y Cantabria con 457. En otras autonomías como la Comunidad de Madrid, se ha pasado de 91 ataques a 210 con un total de 298 animales muertos, mientras que en La Rioja se han registrado 122 ataques en 2016 con 349 reses muertas. En menor medida, hay afecciones en Castilla-La Mancha con 55 y en el País Vasco, con 27 en Vizcaya. Son cifras que pueden ser todavía mayores porque no siempre se comunican los ataques y tampoco el ganadero percibe ayudas en todos los casos.

Además de crecer el número de ataques y de animales muertos, en los últimos años igualmente se está observando que las afecciones están llegando a todas las ganaderías. En zonas como Galicia o Asturias, habitualmente, se estaba atacando al potro, cuya carne es el plato favorito, extendiéndose ya desde hace algún tiempo a ovejas, cabras y también vacas. Evitar estos ataques es difícil en la mayoría de las autonomías, especialmente en Castilla y León, que tiene la mayor cabaña de lobos de Europa y en la que, además, está el problema adicional de que hay normativas diferentes para el Norte y Sur del Duero, zona esta última en la que este animal es una especie protegida. «Al sur del Duero, la presencia de lobos es cada vez mayor. Campan a sus anchas, se reproducen y la Administración no tiene recursos para su control», explica Joaquín Antonio Pino, presidente de Asaja Ávila, provincia en la que se han registrado 600 animales muertos en 2016.

En las zonas afectadas se han intentado diferentes medidas, pero no siempre son la solución: que no haya rebaño sin pastor, que el ganado no esté sin perros, «pero esto no se puede trasladar a todo el territorio porque hay zonas en las que la ganadería es extensiva y, por la presencia del lobo, hay que cambiar el sistema», incide José Manuel Soto, responsable de Medioambiente de Coag y que conoce bien la zona de Sierra de la Culebra (Zamora), que es una de las más afectadas dentro de Castilla y León.

Con el corazón en un puño

«Los ganaderos estamos invirtiendo mucho dinero en genética y son animales adaptados a la alimentación de la zona. No es posible cambiarla», afirma Mercedes Cruzado, ganadera y secretaria general de Coag en Asturias, quien afirma que los ganaderos siempre tienen que estar alerta. «Oyes un ruido por la noche, te levantas, vas a ver el ganado. Es un suplicio». Y eso no es todo. «Cada mañana se tiene el corazón en un puño. No respiro hasta que veo que están bien».

Las consecuencias de los ataques van más allá. «Los jóvenes no quieren incorporarse y, quienes lo han hecho, tienen comprometida su viabilidad porque los ataques hacen mucho daño», incide Joaquín Antonio Pino, de Asaja Ávila. De hecho, «se están perdiendo ganaderos porque la gente se quita del campo. Este daño no es cuantificable», explica José Manuel Soto, de Coag.«Hay zonas que se están abandonando porque el ganado no se puede llevar allí porque se sabe que lo van a matar. Hace años era anecdótico, pero ahora no hay día sin ataques. Se acercan los animales al pueblo y se les aleja del monte», asegura Mercedes Cruzado, quien se ha visto afectada también por los ataques de lobo, matándole novillas frisonas cuando estaban a 200 metros de su casa.

Ante esta situación, los ganaderos exigen que se pongan en marcha medidas eficaces, porque indemnizar por indemnizar no es la solución, además de que para recibir las compensaciones económicas o ayudas también tienen problemas porque es necesario tener el cuerpo del animal y se debe demostrar que el ataque ha sido realizado por un lobo porque, en caso contrario, tampoco se cobra, entre otros casos.

También hay «muchas trabas burocráticas de la Administración. El ganadero se cansa de tanto papel». Y es que, ante un ataque, «se acude con prontitud y se hace un seguimiento exhaustivo, pero falla el trámite posterior», apunta Juan Orozco, representante de Asaja Lugo. A ello se suma que las compensaciones económicas no son suficientes, aunque en Madrid se han duplicado en 2017 hasta los 120.000 euros y en Asturias llegan hasta el millón de euros. Aparte, suelen abonarse muy tarde, llegando incluso a tener una demora de entre dos y tres años. «Hay que actualizar los baremos, porque no se cubre el valor de los animales y también se deben incluir los daños colaterales como el estrés, los abortos, la disminución de leche, la pérdida de fecundidad de las hembras… No se pagan las pérdidas lo suficiente», indica Joaquín Antonio Pino. Además, está todo el daño moral de perder los animales o verlos heridos y tenerlos que sacrificar, que no se puede pagar. «Los grupos conservacionistas lo reducen todo a un tema económico, pero hay un daño psicológico», afirma Mercedes Cruzado, de Coag Asturias.

Y, en este contexto, ¿qué puede hacerse? La clave está en el control del número de lobos. Una medida en la que varias comunidades están trabajando: desde Asturias, con un plan de gestión, a Castilla y León, con encuentros con la Administración que «tiene que entender que hay un problema y la Unión Europea tiene que reconocerlo y comprender que el lobo no es una especie protegida al sur del Duero para que se pueda hacer un control cinegético. Si luego sigue habiendo daños, que se paguen», añaden desde Asaja. Desde Coag también inciden en el papel de Europa: «A ver si hay algún país europeo que soporte lo que sucede aquí».

Los mastines, una buena opción

En varias autonomías se autorizan batidas, aunque no siempre se cumplen. En Castilla y León hay 140 cupos de lobos al año, pero se abaten el 60 por ciento, mientras que en Asturias «hay un determinado porcentaje que se decide controlar según los datos de población, que no se parecen en nada a los reales, porque dicen que el lobo está en peligro de extinción, pero se ven manadas. El cupo nunca se cumple», aclara la secretaria general de Coag en Asturias. Otras medidas adicionales son que se prime los mastines —aunque también mueren a garras de los lobos—, y tengan un derecho alto para ir con el ganado, aparte de sensibilizar a las personas para que no pasen entre la ganadería y no se dirijan a los perros para que el sector y el turismo de naturaleza convivan.

Mario Esteban ha sufrido los ataques de lobo en su explotación, en régimen semiextensivo, de cabras de Guadarrama —especie autóctona en extinción—, en Navas del Marqués (Ávila). «El ganado seco o preñado duerme fuera de la finca y busca zonas de piedra para pasar la noche. Es ahí donde fueron atacadas».

«Nos recomiendan el uso de mastines españoles y son una buena opción», aunque está el problema de que «la gente se asusta. Es difícil la convivencia con los ciclistas, senderistas. Las cabras no pueden estar sin perro, pero no puedo soltarlo y tengo que ir con ellas. Los guardas me dicen que encierre el ganado. Se quiere potenciar la ganadería extensiva, pero luego se choca con estos problemas y se hace incompatible», afirma.

«Es un problema grande porque se ataca en cualquier lugar y el que paga siempre es el ganadero. Nadie se para a pensar que estos animales sufren un maltrato al morir así y que con los ataques tienen estrés, abortan, dejan de comer». Además, también pierde producción de leche. Todo esto no se valora. Cada cabra tiene un coste para el ganadero de 180 euros —criarla para llevarla al parto—. «No sé qué compensación tendré, pero me temo algo ridículo. Es una ganadería autóctona y me he involucrado en mejorarla y conservarla. Me doy cuenta de que cada vez cierran más explotaciones».

Informa Eva Sereno para eleconomista.es


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