Madera de Cazador: Jonathan Lester
Capítulo V: Jonathan Lester
Etelvira Rebolledo Lopezosa, La Manca, después de lo de Estanislao, dejó de ser mujer de un sólo hombre y participó su desdicha al encuentro fugaz de cualquier picha, el rijo que gastaba atravesó el término municipal como el vuelo presuroso de una torcaz que escapa del plomo escocido de cañones airosos, envalentonados también, es sabido que el plomo se desploma por su propio peso y por la indiferente pero tediosa ley de la gravedad, siempre hay escopetas sordas que no atienden a razones, siempre oídos atentos a la entrega de una hembra que brama su dolor y su entrega, todos los otoños nos llegamos a Valdelirio para escuchar la berrea furiosa de los últimos venados medallables de la comarca, el guarda Mónico Martín Smith hace un recuento antes del celo, ahora tengo cinco oros, diez platas y seis bronces, los homologa a ojo de catalejo y los nombra Oro I, Oro II y así, Plata I, Plata II, y más, Bronce I, Bronce II, da igual, a primeros de octubre el inventario se le derrumba, muertos y decapitados Oro I , Oro III, Plata II, Bronce I, Bronce II y Bronce VI, desaparecen Plata VI, Plata VIII , Plata X y Bronce III, ¿puede ser?, Jonathan Lester Smith agita la cabeza de un lado para otro cuando Mónico le entrega el balance, ¿puede ser? ¡no puede ser!, el furtivismo se ceba en Valdelirio como la garrapata de la buena sangre, como el hato de cabras del ramoneo fresco de plantones desnudos, ¿qué vamos a hacer, Mónico, qué vamos a hacer?, eso digo yo, Lester, ¿qué vamos a hacer?, quedarse sin madre todos los años, eso es lo que han de padecer, nos partimos las muelas cuando le dicen a Mónico que tiene viciada la madre, que tienen gafada la madre, vaya atracón de reír, madre, a Mónico le decimos el inglesito porque tiene la sangre bastarda de su hermano Jonathan Lester y ya gasta los aires de él, quién lo diría,
doña Sue Smith McLeland compró Valdelirio cuando enviudó, Jonathan tendría cuatro años, y se confió al buen hacer de Saturnino Martín Mahillo para el cuidado y la gestión de la finca, aquella semana de las inundaciones les retuvo a ambos en el cortijo, venga a llover, venga a llover, se ayuntaron, claro, y Mónico llegó y con el tiempo se establecieron los papeles, Jonathan de propietario y Mónico de gestor, doña Sue le dejó a uno la propiedad y al otro el usufructo de las 4.582 hectáreas, los dos contentos, pero no, los dos infelices cuando llega el tiempo de la brama, eso digo yo, Lester, qué vamos a hacer, a Ricardito Casasola le atribuyen la muerte furtiva de algunos pavos pero Chemari le defiende con cierto desinterés, el chaval no tiene culpa, no vayáis a echarle la culpa al chaval, hay quien confunde el lamento del zorro con el de la hembra de búho real, lo cierto es que no tienen por dónde asomarse a la mínima confusión, el niño Nicolás Tello Repilado asfixió a un chotacabras por querer embucharle de lleno un ratón, a veces las tragaderas embrollan a la razón, a veces no, Elviro Ledesma se apostó con Tomás de la Corte a que engullía cien huevos escaldados de gallina de sol a sol y a las tres de la tarde ya le estaba entregando los dos mil duros el administrador, luego Elviro se puso a remendar las lindes rotas, como si nada, los galgos se estampan por colleras con una facilidad pasmosa, salen tan ciegos detrás de los matacanes que apenas vislumbran el peligro del alambre que los frena para siempre, quedan allí atravesados como estampas del invierno de la caza, como cromos sanguinolentos y doloridos, La Seguroba es un cementerio de perros y un oasis de fecundidad para las
rabonas, los terruños de un llano no pueden encamar tanta liebre, ya se dijo y es bueno recordarlo, Elviro dice que la tierra está preñada de cientos de ellas y que las pare en las noches de luna llena con un doloroso espasmo de estremecimiento para refregarle con inquina su esterilidad, Elviro sale con la botella a encararse con el firmamento y a bramar su desdicha, nunca podrán tener vástagos y él lo sabe pero no lo reconoce, María Flora se intimida y acaba llamando al administrador, que siempre aparece al día siguiente, los de la zona saben que es la berrea de Elviro y lo llevan con resignación, a veces sacan las sillas a la puerta de los cortijos y escuchan el espectáculo como hacemos Chemari, Pedro Mario y yo en Valdelirio, disfrutamos a placer oyendo a la sierra abrirse el pecho, pero Jonathan y Mónico se doblan en un rincón mascullando su desazón, ¿qué vamos a hacer, Mónico, qué vamos a hacer?, lo cierto es que todos los años le hacen un boquete al medallero, hay gente que no respeta lo ajeno y mataría a su padre si llevase veinte puntas enarboladas sobre el entrecejo, el regusto intenso de la carne
de caza se mata con un trago de vino tinto, las aceitunas negras son todas verdes pero las oxidan para darle color, Sito se come las que saca de los pájaros, reír, dice que en los buches pierden la acidez, llorar, eso es lo que hacen Jonathan y Mónico cada vez que echan las cuentas, a Sito lo contrataron un año para que se encarase con los trofeos de Valdelirio, adoptó posturas horrendas frente a los ciervos pero no consiguió que enmudecieran, siguieron lanzando a los vientos su posición y luego los números no salieron, Oro I, Plata II, las líneas escritas de la vida no se pueden torcer, tampoco se pueden borrar y es cansino pararle los pies al destino, Tomás de la Corte arregló los papeles de María Flora y en una berrea de Elviro se la llevó de la finca, huyeron los dos sin mirar atrás y sin decir un adiós, Nicolás, hijo, dime el nombre de los animales, dime qué quieres comer, Patrocinio insiste, dime qué quieres hacer, a la esperanza hay que amarrarla como traba la soga el cuello del ahorcado.
En homenaje a Camilo José Cela
Texto: DPS. Dibujos: Pablo Capote.
[Publicado en TROFEO, nº 423 y 424, agosto y septiembre de 2005]