Madera de Cazador: El hijo bastardo
Capítulo VI: El hijo bastardo
Pascual Burcio Carnerero y su hijo Tete Burcio Ciriero cazan mano a mano desde hace veinte años, son una cuadrilla y nadie les llama la pareja o padre e hijo o Pascual y Pascualete, sino la cuadrilla de los Burcio o los Pascuales, ellos le contaron a Máximo Semeo la forma en que mataron aquella zorra en El Galindo, fue tan fácil como sorprendente, tan extravagante como sencillo, la cosa tiene miga o enjundia que dirían algunos, el caso es que allá iba la cuadrilla dando una mano a la morra que linda con Pedroñeras cuando vieron gandulear a la vulpeja en dirección a la boca de sus escopetas, Pascual le indicó a su hijo que se tumbara y que ya sabía, él hizo lo propio al tiempo que forzó las entrañas para lanzar sendos vientos al frescor de la mañana, Tete reforzó el atrayente con otro par, allí aguardaron tendidos como dos cadáveres accidentales y así aguardaron un tiempo hasta que el bicho se les metió encima atraído por la flatulencia, escucharon las tímidas pisadas sobre el pasto a medio verdor y Tete sintió el aliento de la raposa sobre su cara, fue entonces cuando la cuadrilla de los Burcio se incorporó súbitamente y rompiéndose los pulmones en un alarido conjunto finalizaron la representación, la fiera saltó como un resorte muy por encima de sus cabezas, tres o cuatro metros aseguran ellos, para caer tendida y rendirse de lleno tras unos espasmos, acurrucada y frágil como un niño dormido, muerta de súbito por un golpe de pánico, Máximo con el tiempo la probó con éxito, a ver si no, de modo que ésta hace treinta y cuatro y con martillazo, lanza, pistola del veintidós corto, carabina con el largo, doble cero, posta, perdigón con el doce, dieciséis, veinte, veintiocho, 44 Marlin y 30-06 suman cuarenta y seis, Máximo Semeo Alfonso las usó todas pero no vio salir ni una nube ni un llanto de espíritu, ni una mísera doblez de la mirada.
– En caliente no, pero a lo mejor en frío sí pudiera verse.
– No digo yo que no.
– ¿Quiere usted que brindemos ahora por el día de mañana?
– Sí. Acerque la botella que esto ya está acabado.
– ¿Y por todos los años vividos?
– También.
– ¿Y por la buena caza?
– Seguro.
La sanadora Celsa de la Hija Llimona, viuda del mamporrero Galoisio Chasquero Naharro al que mató de una coz un percherón careto un día de nochebuena, trató con lavativas de laurel cocido, lavanda machada y riñones desecados la mudez del niño Nicolás Tello Repilado, en una semana ya mascullaba las vocales cerradas y un mes tardó para las abiertas y las consonantes fricativas, la cuadrilla de los Burcio enumera los nombres latinos de las especies al tiempo que van cazando, así llevan bien la mano a su debida distancia, scolopax, dice uno, rusticola, canta el otro, cuando el viento sopla fuerte se juntan, cuando aúlla la ventolera hay que apretarse para levantar la caza, ¡lepus!, señala uno, ¡granatensis!, dicta el otro, cuando el día está laso se puede distender la mano y abrir hueco, martes, menta uno, foina, sentencia el otro, luscinia… ¡caaabrón!, en la Hoya de Senen Rebolledo hay un madroño hercúleo que hace las delicias del paladar porque da unos frutos rojos y enteros como nueces, a su sombra hizo la cama un día del Pilar el venado de los veintiséis candiles, lo levantó Sito Telo cuando fue a los zorzales, todos fuimos a verla sólo por hacernos una idea y para mantener la esperanza, tuvimos que entrar de cuatro en cuatro bajo la copa del arbusto y se tardó una mañana en desalojar la umbría, vaya romería, hijo, así que se adelantó la batida anual a esa semana de octubre y se trasteó la mancha a conciencia, no aparecieron ni Senen ni el venado pero sí se les cruzó el lince a los que cerraban por la cuerda, en la junta nadie mentó lo sucedido por no enturbiar el eterno descanso de Cándido, la gente remiraba al padre Luciano con los ojos blancos llenos de profundidad y remembranza, en la armada del cura alguien vació la escopeta antes de la suelta pero nadie se atribuyó los disparos a galgo corrido, suele pasar, los seres despreciables se lavan las manos con la legamosa agua del desentendimiento después de que suceden los acontecimientos, así deambula La Manca, también Etelvira Rebolledo Lopezosa, con la deslucida preñez que le sobrevino al desenfado de semejante cohabitación, ¡la criatura te va salir de mil leches, Manca, así te pudra las entrañas!, pero ella va encajando la sucia palabrería con igual aplomo que el navajero engrana en su adarga de sebo el rocío de la perdigonada, quién anduviera indemne al escozor del plomo y la saliva, quién pudiera deshacer el camino andado y transitar la acertada trocha que ya perdimos.