Largas Noches de Noviembre por Ana B. Marmolejo

Es el preciso instante en el que cubres tu cuerpo con pesadas sabanas, en esos segundos en los que el cansancio aun no ha vencido a tu mente, cuando coges aire, respiras profundo, de tal forma que la punta de la nariz se congela es entonces cuando relajas el cuerpo y al pasar tu mano por el brazo contrario notas los arañazos de los fines de semana anteriores, los cuentas y recuerdas cada mata que te agarro con fuerza, coges aire de nuevo y dejas que sea el sueño quien realmente haga descansar a tu cuerpo.

Suelen ser noches muy cortas, cuando sientes estar inmerso en el sueño profundo de un retemblido abres de nuevo los ojos, fue un arroyon esta vez, otras veces es una ladra…asi son las noches previas a un domingo montero, son noches en las que ni el agotamiento del sábado paseado entre el monte te impide soñar, son noches intranquilas, en las que de reojo miras a una ventana intentando que los rayos del sol no te cojan la vez.

Sin contar muchos mas minutos en el reloj que tictac tea nervioso en la mesita de noche, pones pies en un suelo frio de noviembre, que hace que de un salto te coloques las botas que aun chorrea grea de la mañana anterior. Momento del primer café, ese que humea en una mesa silenciosa, mientras la cucharilla baila en su interior caliente, giras la cabeza para ver que zurron, zahones y cuchillo siguen perfectamente amontonados en la esquina de una escalera donde han pasado la noche guardando la temperatura perfecta para que el cuero de los mismos no se cuartee. Es entonces, cuando a todos los pasionarios cazadores se nos pasa por la mente esto de “estamos locos, dejar de nuevo el lecho caliente, en mitad de la madrugada fría de noviembre…para buscar, ¿para buscar que?”

La madrugada pasa siempre más rápida que las horas de cama, te ves dando saltos por algún carril cubierto de piedras,  y el cuerpo aun se resiente con cada bache, sin embargo no llega a ser un dolor molesto. Te llega a la nariz el olor a migas y las risas, el jolgorio de una antesala montera, y los perros incesantes en sus ganas, convierten la niebla en aliento para sus ladridos intranquilos…  pasan rápidos ahora los minutos, todo son prisas, abrazarte los zahones a la cintura y seguir cogiendo aire, recolocar tu cuchillo y soltar el primer “Vamos valientes” todo a una, minutos que sin darte cuenta han  sido horas.

Cogen tus manos las jaras viejas de las sierra, esas que son testigos de tantas carreras, de ratos buenos y sufridos, abrazas a tu paso a las señoras del monte. Jaras que parecen no tener valor alguno y que sin embargo son las verdaderas dueñas de los rincones, dan aroma y presencia, cobijo y alguna vez que otra son apoyo firme para un paso cansado, entre ellas se esconde los pequeños secretos que solo los podenqueros conocen, se esconden parieras, se esconde remates, se esconde entre esas jaras olor a perro, a jabato, a sangre y a monte, es entre ellas donde transcurre cada faena de cada domingo.

Y al igual que el amanecer fue lento, el anochecer llega demasiado pronto, cortos son los días de noviembre, demasiado cortos los días que se pasean entre jaras y justo cuando el sol comienza su caída, y las jaras guardan silencio recuperando su postura erguida, levantas tu cabeza tocando una caracola sorda esperando al último de tus perros, miras de reojo y obtienes la respuesta “Sí, estamos locos, pues en estos silencios rotos por música de caracola encontramos los instantes que compensan tantas noches en vela” cuánta razón tenía aquel que dijo “sólo entiende mi locura, quien comparte mi pasión”

Fdo.

Ana B. Marmolejo Cobos

Relato de caza participante en el concurso organizado por Cazaworld.  Toda la información del concurso en:

Concurso de Relatos