La Reserva Nacional que cambió radicalmente la vida de pueblos cazadores mongoles
Para pueblos mongoles que han vivido de la caza generación tras generación la vida cambió radicalmente en 2011 porque la Administración les prohibió cazar y aprovechar los recursos de la naturaleza como habían hecho siempre.
Explican que llegaron personas que decían que habían estudiado la taiga durante 10 años, pero que ellos no los habían visto nunca, para decirles que el terreno pasaría a ser una Reserva Nacional donde se aplicarían nuevas normas.
Ganbat y Tumursukh nacieron en el mismo pueblo, en plena taiga, hace 50 años. En este bosque nevado, en los confines de Mongolia, a varias decenas de kilómetros de Rusia, los alces y los linces parecen más numerosos que las personas. Para llegar a su región, en el noreste del país, se necesitan tres días de viaje desde la capital, Ulán Bator, decenas de horas de trayecto y atravesar el lago Khovsgol, sin ver ni un alma. Los dos hombres, ahora padres de familia y primogénitos respetados entre los suyos, han dedicado su vida a esta vasta extensión de bosque boreal. Les brillan los ojos cuando hablan de ella.
“Estoy orgulloso de haber nacido en esta taiga”, afirma Tumursukh, sentado a una mesa de café de la capital, a 400 metros del Ministerio donde trabaja. «Mi padre me llevaba allí ya de niño, y aprendí a conocerla y amarla. Cuando tuve la oportunidad de marcharme a estudiar a Ulán Bator, ya estaba deseando volver. He esperado muchos años antes de que mi sueño se hiciese realidad: ser nombrado por el Ministerio de Medio Ambiente responsable de la protección de la región de Hovsgol. En 1987 pude crear la primera zona protegida y salvar parte de la región de la explotación minera. Durante la década de 1980, la industria había empezado a instalarse allí. Las empresas empezaron a excavar la montaña para extraer fósforo. Luchamos por preservar nuestro entorno de estas amenazas. La taiga es preciosa y frágil. Alberga flores raras y amenazadas, leopardos de las nieves, alces, íbices… El Gobierno lo ha entendido y ha empezado a protegerla”.
Ganbat, instalado bajo su tipi junto a su esposa, en el corazón de la taiga, explica con pasión: “La taiga es nuestra vida. No sabemos hacer otra cosa que convivir con ella. Desde siempre hemos cuidado de la naturaleza, es lo que nuestros ancestros nos han enseñado. Tenemos la misión de dar testimonio de nuestro amor y nuestro respeto por ella. Cuidamos de los renos desde mucho antes de que Mongolia existiera, son nuestro orgullo”.
La taiga, donde todo parece petrificado en un invierno en suspenso, es frágil. Ganbat y Tumursukh son conscientes de ello y ambos luchan cada día por su supervivencia. Sin embargo, un abismo separa a estos dos hombres. En la actualidad, hay incluso una auténtica guerra fría entre ellos.
Tumursukh, que es mongol, la etnia mayoritaria en Mongolia, se fue a la capital a estudiar y se convirtió en alto funcionario del Estado. Responsable de las reservas naturales de la región, lucha día y noche contra las amenazas que vuelven frágil la taiga, y es uno de los enemigos más acérrimos de la extracción minera. Lo cierto es que Mongolia debe a esta industria el auge económico de los últimos años, que la ha situado entre países con ingresos medios como China e Indonesia. Pero también le debe la degradación del entorno y la tierra devastada para desenterrar el subsuelo.
Ganbat vive sobre este rico subsuelo sin interesarse por él. Es un dukha, una de las etnias menos numerosas del mundo, que agrupa a unas 250 personas. Criador de renos, cazador y garante de las tradiciones de su pueblo, se ha quedado en el bosque, donde vela por los suyos y por sus antiguas tierras. Ahora es el hombre de más edad de los que viven en el campamento dukha, un sabio respetado y escuchado por el grupo.
Criador de renos, cazador y garante de las tradiciones de su pueblo, Ganbat se ha quedado en el bosque, donde vela por los suyos y por sus antiguas tierras.
Originarios de Rusia, y también llamados tsataan, los dukhas están más emparentados con los lapones, los criadores de renos del círculo polar, que con los mongoles de la estepa que viven en yurtas. Son nómadas de las montañas y desplazan sus tipis en función de las migraciones en estos relieves salvajes, el único entorno favorable para sus renos, que no resisten el calor de los valles. No practican la agricultura ni la ganadería, aparte del cuidado de los renos, cuya carne no comen y a los que solo utilizan por su leche y para la trashumancia. Estas diferencias fundamentales los convierten en una etnia diferente, con costumbres y lengua propias.
Durante la Segunda Guerra Mundial, los dukhas se instalaron definitivamente en Mongolia. “Nuestros padres tenían la costumbre de emigrar adonde deseasen, por toda la taiga”, recuerda Buyantogtoh, hermana de Ganbat y decana del grupo. No conocíamos frontera alguna, e íbamos allí donde nuestros renos contaban con suficientes pastos. Luego llegó la guerra y los soldados rusos quisieron reclutar a nuestros hombres para luchar lejos de nosotros. Entonces huimos al sur. Después, cerraron la frontera y nos quedamos a este lado, en Mongolia”.
De cazadores a furtivos
La relación con el Estado de Mongolia fue al principio positiva según relatan los dukhas, que nunca se han mezclado con los pueblos que viven un poco más abajo, en los valles. Admirados por su gran conocimiento de la taiga y su destreza para la caza, el Gobierno comunista mongol los contrató de inmediato como «cazadores del Estado» y, de este modo, encontraron su lugar en un sistema productivista y utilitarista.
Oltsen es hoy uno de los mejores cazadores del grupo, capaz de enfrentarse a los osos que amenazan a los renos e incluso a veces a los humanos durante sus viajes de caza a través del bosque. “Mi padre era cazador del Estado. Cazaba, bajaba a los pueblos para llevar la carne y volvía con verduras, con harina”, cuenta con orgullo. “Eso se volvió más difícil tras la caída del comunismo, se quedó sin trabajo. Pero seguíamos comerciando, vendiendo pieles y carne, cuando podíamos. También acudían turistas, y empezamos a fabricar piezas de artesanía, que les encantaban”.
La situación empeoró rápidamente: sin un lugar en la sociedad, los dukhas, únicos criadores de renos de Mongolia, se vieron marginados. Sin embargo, hace apenas cinco años, en 2011, su vida cambió radicalmente: “Llegaron personas que nos dijeron que habían estudiado la taiga durante 10 años. Nosotros no las habíamos visto nunca. Nos explicaron que este territorio se iba a convertir en Reserva Nacional y que se iban a aplicar nuevas normas”, explica Oltsen con amargura. “Habían decidido que ya no podíamos cazar y que solo había tres zonas en las que estaba permitido que pastasen nuestros renos. Ya no teníamos derecho a llevarlos más allá del río Tengis ni del valle de Gugned. ¿Pero cómo podemos vivir sin cazar? Para asegurarse de que no salíamos de caza, nos prohibieron utilizar perros para guardar a los renos. Pero hay lobos por aquí y diezmaron nuestros rebaños. No poseemos nada más que los renos, tenemos el deber de cuidar de ellos».
«Llegaron personas que nos dijeron que habían estudiado la taiga durante 10 años. Nosotros no las habíamos visto nunca. Nos explicaron que este territorio se iba a convertir en Reserva Nacional y que se iban a aplicar nuevas normas»
La Reserva Nacional de Tengis Shishged se rige por las leyes mongolas: se prohíbe la caza, la pesca, la tala, los desplazamientos están restringidos para proteger la biodiversidad… Y, recientemente, se han desplegado guardabosques para garantizar la protección del lugar. Resulta fácil imaginar que las relaciones entre los guardabosques, jóvenes diplomados en Medio Ambiente, llegados de la ciudad, y los dukhas, que viven en estas tierras desde hace siglos, se han vuelto tensas enseguida. “Ya no nos dejan vivir. Nos acosan, están encima de nosotros para asegurarse de que nuestros hijos no salen de caza”, relata Buyantogtoh, que cocina el pan tradicional en su tipi, mientras fuera el viento sopla a 20 grados bajo cero. “Necesitamos cazar para vivir, cortar madera para calentarnos y acceder a los pastos para alimentar a los renos. Si nos lo prohíben, ya no somos libres”. “¿Quieren convertirnos en mongoles de las estepas?”, pregunta Oltsen. “Yo no sé hacer otra cosa que vivir aquí. Pero conozco la taiga mejor que nadie. Conozco cada rincón de esta montaña, conozco los animales y nosotros los respetamos, tal como nos enseñaron nuestros padres. Nos comunicamos con la naturaleza. Si salgo a cazar y no veo muchos animales, significa que la naturaleza no está dispuesta a dármelos, y vuelvo a casa. Porque vamos a perder nuestra cultura si nos quedamos sin la caza y los renos. Tenemos miedo”.
Y con razón: en 2015, cinco cazadores dukhas, que habían salido durante varios días para traer a la comunidad algo de alimento, fueron detenidos por los guardabosques por caza furtiva. Un delito punible con cinco años de cárcel y una multa de 9.000 euros por infringir las normas del parque. El responsable del departamento de investigaciones de la policía de Murun lo confirma: “La Reserva presentó una denuncia contra ellos por caza furtiva. Los sorprendieron cometiendo un delito flagrante de caza. Aquí, en Mongolia, todos tenemos que acatar la ley. Los dukhas no están por encima de las leyes mongolas”.
«Necesitamos cazar para vivir, cortar madera para calentarnos y acceder a los pastos para alimentar a los renos. Si nos lo prohíben, ya no somos libres. ¿Cómo podemos vivir sin cazar?»
Durante varios meses, como consecuencia de esa denuncia, tuvieron que presentarse en la comisaría de Murun, la capital de la provincia, para que los interrogasen. Una ciudad a la que, desde el campamento de los dukhas, se llega tras uno o dos días de viaje en coche, y uno o dos días más a lomos de renos cuando se encuentran en su campamento de verano, más alejado. Una ciudad con sus coches, su animación, su economía, un calor propio del valle, un idioma distinto; una ciudad donde los señalan con el dedo por ser «diferentes». Una ciudad que les angustia. Por fortuna, el parque no pudo demostrar que el animal había sido cazado dentro de sus límites, y no se condenó a los cazadores. Pero estos comprendieron que ahora estaban fuera de la ley: de los grabados tradicionales que hacen en los yugos de sus renos ya ha desaparecido cualquier representación de escenas de caza.
Derechos humanos y medioambiente, el eslabón perdido
Parece que estamos ante un diálogo de sordos. “Los dukhas no entienden nuestro trabajo”, se lamenta Tumursukh. “Nuestro objetivo es preservar la taiga y crear zonas protegidas estrictas, donde los humanos no puedan destruir la naturaleza. Esos recursos deben preservarse para las generaciones futuras. Si no creamos este parque, sus recursos van a desaparecer. No vamos a permitir que eso pase». Acaba de volver de un viaje a Estados Unidos, donde ha recaudado fondos de donantes privados y firmado un acuerdo oficial de colaboración con Yosemite, el parque estadounidense famoso por ser la primera zona protegida de la historia… y por haberse creado sobre los territorios de pueblos indígenas hoy desaparecidos.
Esos donantes bienintencionados se han agrupado bajo el nombre de Rally for Rangers. Su idea consiste en organizar carreras de motos en la naturaleza estadounidense para financiar la compra de otras motos para los guardas de la naturaleza mongola, todo ello para la protección del medio ambiente. En su página Web, Rally for Rangers promueve la cultura chamánica de los dukhas: “El parque de Tengis-Shishged es uno de los pocos lugares del mundo donde sobrevive esta antigua forma de pastoreo y de religión”. No por mucho tiempo, si ya no les permiten practicar sus actividades tradicionales. Por otra parte, los dukhas se muestran escépticos respecto a la utilización de motos por parte de los guardas. “Se pasan el tiempo recorriendo la montaña, asustando a los animales y luego nos acosan todavía más”, replica Ganbat. “Queremos que se escuche nuestro mensaje. Deseamos quedarnos en nuestra tierra y vivir libres”.
El Gobierno mongol ha escuchado las quejas de los dukhas y ha tomado una medida: a partir de ahora, recibirán un “salario gubernamental” mensual de 70 dólares por persona. Una pobre compensación, si pensamos que el parque les priva de alimento que cazar, de madera con la que construir sus tipis, de pastos para sus renos y de lugares sagrados donde honrar a sus ancestros. En otras palabras, de lo que los convierte en dukhas. Para ellos, el mensaje está claro: “No quieren que sigamos cazando, nos quieren sedentarios y cerca de los pueblos, y que compremos allí la comida”, suspira Buyantogtoh. Aunque los dukhas se alegran por este dinero que, de hecho, los ayuda a sobrevivir, no lo ven sin embargo de la misma manera: “No me dan miedo, incluso con sus motos y su parque», dice en tono desafiante y malicioso, desde su posición de miembro superior del grupo. «Con o sin ellos, conservaremos nuestro bosque”.
El Gobierno mongol ha escuchado las quejas de los dukhas y ha tomado una medida: a partir de ahora, recibirán un “salario gubernamental” mensual de 70 dólares por persona. Una pobre compensación, si pensamos que el parque les priva de alimento que cazar, de madera con la que construir sus tipis, de pastos para sus renos y de lugares sagrados donde honrar a sus ancestros.
¿Se encontrará la solución simplemente en el diálogo? Es lo que insinúa Ganbat. “¿Por qué no han venido a vernos para hablar? Les habríamos dicho qué proteger y dónde están los animales. Pero también qué tierras necesitamos para los renos. ¿Por qué no podríamos trabajar juntos?” Este llamamiento coincide con los de numerosas comunidades indígenas de todo el mundo. Porque los dukhasno están solos: los pueblos indígenas representan en total unos 370 millones de personas, repartidas por los cinco continentes. Tienen en común su fuerte apego a la tierra, pero también, en la mayoría de los casos, el hecho de vivir en los paisajes más bellos del planeta. Entornos naturales amenazados por la explotación y que las ONG de conservación y los gobiernos quieren preservar… a veces a costa de los más desfavorecidos.
Las organizaciones internacionales llevan años trabajando en el caso de los pueblos indígenas tan apegados a sus tierras tradicionales y a sus costumbres. Los casos mediáticos de los pueblos de la Amazonía, y sus enfrentamientos con diversas industrias, han servido para que se conozca a estos defensores históricos de la selva tropical. Se han firmado convenciones internacionales, algunas de ellas también ratificadas por Mongolia, en las que se reconocen los derechos específicos de estos pueblos, para los que la tierra es la única fuente de riqueza. ¿Es realmente necesario escoger entre la protección del frágil entorno de la taiga y la preservación de la igualmente frágil cultura de los dukhas? ¿Es necesario despojarlos de su cultura para que se pueda conservar la taiga?
En 2014, Mongolia dio un paso adelante al aprobar una nueva ley de conservación del patrimonio cultural, que abría la vía a zonas culturales protegidas que podrían estar gestionadas por las comunidades locales y servirían para preservar su patrimonio cultural único. Oyungerel Tsedevdamba, antiguo ministro de Cultura y escritor, ha defendido esta ley sin ayuda: “Mongolia debe preservar su patrimonio cultural y ayudar a los pueblos que así lo deseen a conservar su modo de vida. En una zona cultural protegida, la caza por ejemplo estaría permitida, aunque controlada, al tratarse de una práctica cultural». Sobre el papel, la medida parece prometedora. Pero Oyungerel ya no sigue en el Gobierno, y los dukhas parecen haber perdido al único aliado que tenían en él. Tres años después, la ley todavía no se aplica, y los dukhas desconocen incluso su existencia. Muchos desafíos aún que superar para este pequeño grupo de nómadas dedicados a sobrevivir en su rincón de la taiga.
Marine Gauthier para elpais.com