La proliferación de drones aumenta los choques con criaturas de la naturaleza

A pesar de lo que contó hace siglos Plinio el Viejo sobre los ratones, lo que de verdad aterra a los elefantes son las abejas. En cuanto escuchan cerca el zumbido de sus alitas, se inquietan, agitando sus orejas para espantarlas mientras corren lejos de allí. Lo saben bien en el proyecto Mara Elephant, dedicado a proteger a los elefantes de la reserva keniana del Masai Mara: para evitar choques con la población local, protegen los cultivos con colmenas centinela que espantan a los paquidermos.

Sin embargo, no pueden poner abejas en todos los lugares en los que pudieran surgir conflictos con los humanos. Pero han encontrado un buen sustituto: los drones. En su estudio de las poblaciones de elefantes, los investigadores habían descubierto que el ruido de las hélices de los pequeños artefactos voladores provoca en los gigantes africanos el mismo repelús que las abejas. Los drones, de este modo, sirven para pastorear a los elefantes, alejándolos de las poblaciones humanas: durante un año no tocaron ni una sola mazorca en el área de pruebas de esta tecnología.

Es un ejemplo más de la particular relación de amor-odio que mantienen las bestias de la naturaleza y las criaturas tecnológicas. Se asustan, se complementan, se combaten, se cazan y se ayudan. La última decepción vino de Sudáfrica, donde los drones prometieron proteger a los rinocerontes de los furtivos: el parque Kruger ha cancelado el programa «muy decepcionado» con el desempeño de los vehículos aéreos no tripulados. En los últimos años, los drones se han hecho cada vez más accesibles propiciando su proliferación incluso en la investigación y conservación de especies animales, como en estos casos. Pero conviene actuar con cuidado.

«Los drones pueden ser extremadamente ruidosos y pueden afectar el paisaje sonoro natural», asegura el Servicio de Parques Nacionales de EE UU en una advertencia que prohibía su uso. Además, pueden tener impactos negativos en la vida silvestre cercana». No era una suposición: cada vez vamos conociendo mejor los niveles de estrés que estos aparatos provocan en los animales. Los osos negros disparan su ritmo cardiaco en presencia de los drones: hasta 123 pulsaciones más por minuto, un susto registrado incluso en un ejemplar que ya se había recogido para hibernar. Para los investigadores de la Universidad de Minnesota que publicaron este estudio, fue más significativo descubrir que su conducta no variaba en absoluto: la procesión iba por dentro. «Solo porque no podemos observar directamente un efecto no significa que no está ahí», explicaba Mark Ditmer, autor principal del estudio, sobre la necesidad de ser cautelosos.

Por ejemplo, estos días se ha alertado de que los drones estaban arruinando uno de los momentos más delicados de la vida de las focas y otros mamíferos marinos que buscan cobijo en las playas de California para la crianza. «Estos animales son realmente sensibles y necesitan ese tiempo [cinco semanas de cría y aprendizaje], las crías necesitan ese tiempo con sus madres», advertía Laura Chapman, responsable del Centro de Mamíferos Marinos.

Susto en trayectoria vertical

Los cetáceos también preocupan a los científicos, dado que ya es común seguir poblaciones de ballenas, orcas o delfines con drones. De momento, según un estudio publicado el mes pasado, parece que el ruido de los aparatos no les causa molestias, a pesar de la gran sensibilidad acústica que disfrutan (y padecen) estos animales. El camino en este tipo de trabajos lo abrió un grupo de la Universidad de Montpellier descubriendo claves para no asustar a las aves al estudiarlas con drones: sobre todo, no conviene acercarse en trayectoria verticalhacia ellas porque se llevarán un susto pensando que es un depredador que se abalanza.

Por todas estas razones, biólogos de la Universidad de Adelaida publicaron en la importante revista Current Biology una serie de buenas prácticas para evitar caer en aquello de que el observador modifica lo observado. Es oportuno cambiar aviones y helicópteros por aparatos no tripulados —durante el siglo XX se murieron 60 biólogos de EE UU en accidentes aéreos tratando de estudiar la vida salvaje—, pero de nada sirve si por el camino espantamos a los animales objeto de estudio.

Las denuncias a la policía británica por las molestias de los drones se han multiplicado por 12 en dos años. Los animales no llaman al 112, pero también están tomando medidas. En los últimos meses hemos visto a halcones, gansos y águilas tumbando en pleno vuelo a estos zánganos de plástico. No son los únicos: gracias a sus cámaras, también tenemos pruebas de antílopes que los cornean, canguros que los noquean a puñetazos, guepardos que les lanzan zarpazos y tigres que los capturan en grupo. Este último caso, un espectacular vídeo de una multitud de tigres siberianos dando caza a un dron, sirvió para mostrar otra cara infame de su uso. En el zoo chino en el que se captaron las imágenes se usan los drones para incentivar el movimiento en unos animales —que malviven en unas condiciones deplorables— ante los turistas que lo visitan.

Antes se hicieron famosos los chimpancés de un zoológico holandés por atrapar usando palos uno de estos aparatos que estaba filmándolos. Allí, en los Países Bajos, parece estar tan extendida esta tecnología que su Policía ha desarrollado una estrategia para derribar los drones potencialmente peligrosos: han entrenado águilas para cazarlos, y lo hacen con una efectividad extraordinaria. El Ejército francés también las usa. Conociendo el instinto de las rapaces para atrapar drones, habrá que ver cómo se desarrolla la futura industria de los drones de reparto en una ciudad como Nueva York, con una de las mayores concentraciones de halcones peregrinos del mundo.

Los robots no solo van a ocupar los trabajos de los humanos, sino que también se postulan para sustituir a los animales. Por ejemplo, ya se han probado para pastorear a rebaños de ovejas. Y se ha desarrollado un dron en forma de halcón para realizar la labor que realizan estas rapaces en el entorno de los aeropuertos, espantando aves que puedan colisionar con aviones. Ante la crisis actual por la desaparición de abejas, investigadores japoneses han desarrollado unos minidrones que sirvan para polinizar las plantas. Según los expertos, todavía les queda mucho para poder sustituir a los insectos de manera eficiente; podría tratarse de otro caso de solucionismo tecnológico, como el de los drones contra los furtivos, mientras en China están usando trabajadores para polinizar a mano los cultivos. Por no hablar de la patente de IBM de drones que saquen a pasear al perro.

No obstante, los drones siguen tratando de ayudar a las criaturas salvajes. México los desplegó para evitar el robo de huevos de tortugas. En EE UU se usan para diseminar vacunas que salven a los hurones. Y en Sumatra ayudan a conocer el verdadero peligro de extinción que afrontan los orangutanes. Hay millares de ejemplos en los que los aparatos voladores colaboran en labores de conservación. Pero como decían los especialistas en Current Biology: «Necesitamos desarrollar y aplicar proactivamente técnicas de monitoreo de bajo impacto. Hacerlo expandirá nuestro arsenal tecnológico en la batalla para atender la preciosa y cada vez más amenazada vida salvaje de la Tierra».

Informa Javier Salas para elpais.com