La pasión por la caza del rey Juan Carlos I
El que ha sido monarca de España durante casi 40 años ha manifestado una verdadera pasión por la caza que nació desde su infancia.
Redacción | Este viernes, 5 de enero, el rey emérito Juan Carlos I celebraba su 80 cumpleaños. En el mismo año en que se cumple el 40 aniversario de la Constitución Española, el padre del actual monarca agasajaba en La Zarzuela a sus invitados a compartir con él este acontecimiento (es el primer rey español que llega a esta edad).
La prensa ha reflejado la celebración del que ha sido monarca de España desde 1975 hasta 2014. Además de los detalles del día del cumpleaños, se han publicado también un «ramillete de pequeñas-grandes historias desconocidas» entre las que se encuentra la reconocida pasión por la caza de don Juan Carlos I. Así, el artículo que firma José María Zavala explica cómo despertó la gran afición por la caza de «don Juanito».
Pasión por la caza
«Con sólo diez años, don Juan Carlos anotó en una composición suya, titulada «Mi escuela»: Los días mejores y los más divertidos son los días en que vamos a cazar. Corría el año 1948 y don Juanito estudiaba entonces en Las Jarillas, una bonita casa de campo a diecinueve kilómetros de Madrid, enclavada en una parcela de cuarenta hectáreas de bosque y tierras de labranza, propiedad de Alfonso Urquijo. En las sierras que rodeaban Las Jarillas abundaba la caza y eso posibilitaba buenas partidas. Aquellas navidades, don Juanito pidió a los Reyes Magos que le trajeran una moderna escopeta de aire comprimido, una pistola de balines y un cuchillo de monte para limpiar las piezas cobradas. Así surgió su pasión por la caza».
Sentido del humor
En el mismo artículo se hace referencia a un episodio durante una cacería en 1981, en la que participaba Isabel Preysler, donde se muestra el sentido campechano y humorístico que ha caracterizado siempre a don Juan Carlos.
«A principios de febrero de 1981, siendo ya rey, don Juan Carlos se puso al volante de su Range Rover. El asiento delantero estaba ocupado por Isabel Preysler, con la ventanilla abierta, en cuyo borde se apoyaba el ingeniero y experto cazador Vicente Sánchez, que hablaba con ellos mirando hacia el interior. Carlos Falcó, marqués de Griñón, novio entonces de la Preysler, ocupaba uno de los asientos traseros. Los cuatro aguardaban a que José Manuel, Mamel, Landaluce, tirador estrella en España en cualquier modalidad y toda una institución en la cría de perdiz roja, se presentase con su montón de perdices para obtener el resultado definitivo del ojeo. Habían sido invitados aquel fin de semana a Alhambra, una de las mejores fincas españolas de perdices, propiedad del abogado José María Blanc, dueño también de uno de los mejores cotos de cabra montés en la sierra de Gredos, denominado Encinoso. El propio Vicente Sánchez, testigo de aquella relajada espera, cuenta así lo que sucedió entonces:
Su Majestad dijo:
— «Vamos a poner música».
Y apretó la casete que estaba a medio insertar en la radio del Range Rover. Inmediatamente salió la voz de Julio Iglesias, cantando una de sus bonitas y melodiosas canciones.
Carlos Falcó, desde atrás, saltó como una hidra:
— «¡Señor, qué mal gusto tiene!».
Sin dar mucho tiempo a pensar, Isabel se volvió rápida, enérgica y con voz seca y molesta le espetó:
– «¡Carlos, Julio será lo que sea… pero tiene una voz preciosa y canta como los propios ángeles!».
El Rey, que estaba ligeramente vuelto hacia el interior del coche y me miraba directamente, con cara divertida me guiñó un ojo, haciéndome una significativa mueca con la cara. Yo no sabía qué hacer, porque me entró la risa ante tan divertido episodio. Traté de disimular buscando el paradero de Manel.
Durante la cena y después, nos volvimos a divertir recordando la escena y, entre risas, le dije a Su Majestad:
— «Señor, es Usted maligno, porque sabía de quién era la casete».
Y se partía de risa poniendo cara picarona».