La dehesa, en riesgo de desaparición: «Estamos en un momento crítico»
La dehesa es un ecosistema singularmente ibérico, fruto de la adaptación del paisaje hacia un aprovechamiento ganadero y agroforestal de sus recursos. Este escenario natural tan singular está en riesgo de desaparecer por problemas medioambientales, económicos y sociales. Uno de los principales problemas es la seca que afecta a las quercíneas llegando a secarlas totalmente, lo que agrava el envejecimiento del arbolado adehesado. Además, desde 2015 se penaliza tener encinas o alcornoques a la hora de cobrar las ayudas que se reciben de la Unión Europea.
La dehesa se define en una foto: la de un rebaño de ovejas pastando libremente entre unos alcornoques o unos cerdos buscando bellotas bajo unas encinas que se suceden unas a otras por extensas laderas. La imagen se repite a lo largo de tres millones y medio de hectáreas, distribuidas por todo el suroeste de España, que conforman un ecosistema único en la península Ibérica creado por el hombre hace miles de años.
Sin embargo, esta estampa corre peligro de desaparecer. Los problemas medioambientales, económicos y sociales que atraviesa amenazan esta forma de vida agroforestal de ganadería extensiva, de la que emanan, entre otros, el jamón ibérico de bellota, el corcho, las bellotas, la miel o todo tipo de productos ovinos, vacunos y porcinos.
La seca, una muerte silenciosa
El problema más visible y urgente es «la seca», una enfermedad que se cuela por las raíces de los árboles a través del subsuelo y va secando lo que encuentra, impidiendo que encinas y alcornoques —las especies que caracterizan a las dehesas— se alimenten. Una muerte silenciosa que trae de cabeza a los propietarios porque ni tiene cura, ni puede volver a aprovecharse el terreno por donde pasa.
Adolfo Rangel, propietario de una dehesa en Badajoz, tiene cerca de 30 hectáreas donde la fitóftora, el microorganismo que provoca la seca, campa a sus anchas: «En pocos años, hemos perdido ya el 10% de la bellota, pero eso dentro de lo puramente económico; en lo personal, te duele el alma porque vas viendo cómo tus árboles se mueren y nadie puede hacer nada».
Aunque la seca es una enfermedad que se conoce desde hace cerca de dos décadas y afecta a países de todo el mundo, es en estos últimos tiempos cuando se está multiplicando su impacto en España, sobre todo en Extremadura, donde ya hay cerca de 5.000 focos detectados, y en Andalucía, donde la Fundación Savia calcula que se infecta un árbol por hectárea al año —la densidad media de las dehesas es de unos 40 árboles por hectárea—. Una cifra aparentemente pequeña pero que causa un gran impacto sobre el ecosistema de la dehesa, sobre todo porque se trata de árboles centenarios que tardan generaciones en crecer. Además, va subiendo de manera imparable por las zonas de Castilla.
«Muchas veces la muerte es fulminante, no duran ni un mes, y hablamos de especies que tardan unos 35 años solo en dar sus primeros frutos», explica Ramón Santiago, doctor en Ingeniería de Montes del centro de investigación Cicytex, desde donde investigan este organismo. La única solución hasta ahora es la prevención, puesto que se propaga por las aguas subterráneas y es muy fácil que alcance a otros árboles cuando aparece. «Aún no hemos encontrado la manera de detenerlo, y además una vez que se contagia un árbol, aunque lo arranques, es terreno que pierdes, porque no puedes volver a plantar», coincide Fernando Pulido, coordinador del Instituto Universitario de Investigación de la Dehesa de la Universidad de Extremadura.
Pía Sánchez, propietaria de una dehesa de 450 hectáreas a pocos kilómetros de Mérida, ve con preocupación los primeros alcornoques que han empezado a secarse en su finca. Su aspecto, grisáceo y con la corteza desconchada, es el típico de un árbol en verano, aunque a estos no volverán a salirles hojas verdes. «Es el hachazo final», comenta su dueña.
La seca encuentra su lugar preferido en los árboles más debilitados y envejecidos, donde se hace fuerte y va creciendo. Ese es precisamente el principal motivo de su reciente expansión. «En torno al 80% de las dehesa de encina y el 70% del alcornoque no tienen una regeneración adecuada», explica Pulido. Pero la fitóftora en realidad no es la causa sino una de las múltiples consecuencias de la escasa rentabilidad de las dehesas, que provoca, en este caso, que los propietarios no puedan costearse plantar árboles nuevos y la enfermedad se propague.
Un negocio poco rentable
«Hace 25 años vendí mi primer borrego por 60 euros [10.000 pesetas], y el último lo he hecho por 53, cuando el gasto de gasolina, mano de otra o maquinaria se ha incrementado mucho más», explica Pía Sánchez, que además es la presidenta de la Federación Española de Dehesas (Fedehesa). «Tenemos que estar mirando cada céntimo que gastamos, no podemos mejorar nuestras fincas, ni siquiera para disminuir la carga ganadera y dejar zonas de descanso para que crezca el arbolado». En su caso, dejó un puesto —y un sueldo— como directora de un banco para retomar la tradición familiar, pero últimamente solo gana lo justo para vivir. Aun así es afortunada. «Solo el 10% puede dedicarse a esto en exclusiva, la mayoría tiene otros trabajos», reconoce.
La principal fuente de inversión de una dehesa es la venta de los animales que se crían en ella, pero muchos propietarios están buscando actividades paralelas con las que complementar los ingresos. En el caso de Pía, este dinero extra proviene del alquiler de una casa rural con vistas a la dehesa y de monterías. Sin embargo, la convivencia de animales domésticos con salvajes está aumentando exponencialmente la propagación de la tuberculosis, y con ella la liquidación de ganaderías enteras, otro de los principales problemas sanitarios de estos ecosistemas. Solo en Extremadura, el impacto de la tuberculosis bovina ha pasado del 3 al 12% en poco tiempo.
Para el mantenimiento de una dehesa, la gestión del hombre es fundamental: él es quien mantiene los árboles y dirige los animales por las distintas zonas para que abonen el suelo y se aprovechen de los nutrientes que va generando cada zona. Es la pieza que permite que el frágil equilibrio sea sostenible, y si la abandona, muere sin él. “Si no es rentable, al final dejas de lado el manejo diario. Pero sin el cuidado que necesita, se rompe el equilibrio y empiezan a aparecer patógenos y enfermedades”, apuntan desde el equipo de estudios ganaderos de la Fundación Savia.
Para buscar más rentabilidad, otros también optan por aumentar la carga ganadera por encima de lo que el terreno soporta: “Hay dehesas que están destrozadas porque han metido más animales y el exceso nunca viene bien, porque estás creando una situación de estrés, una sobrecarga”, explican desde Savia.
Cuanto más árboles, menos subvención
Tradicionalmente, el único factor que ha hecho rentables las dehesas han sido las subvenciones. Sin embargo, las políticas agrarias tampoco están incentivando la plantación de nuevos árboles desde hace años. Todo lo contrario. Desde el año 2015, paradójicamente, tener encinas o alcornoques penaliza la cantidad de contribución que se recibe de la Unión Europea.
La ayuda del coeficiente de admisibilidad de pastos (CAP) de la actual Política Agraria Común, que durará hasta 2020, ha sido aplicada por España de manera que se descuenta del terreno subvencionable el diámetro de las copas de los árboles, que se calcula mediante imágenes aéreas. Esto ha supuesto enormes reducciones para todos los propietarios. “En mi caso, he perdido cerca del 70% de la ayuda”, cuenta Pía Sánchez. “No tiene sentido, porque precisamente el pasto que se genera justo debajo de la copa es el más verde y el más rico, porque tiene más humedad y es donde el animal reposa”.
Las distintas asociaciones y expertos achacan esta medida al “desconocimiento” sobre lo que es una dehesa en Bruselas y a la falta de capacidad de las instituciones españolas para ponerla en valor. “Nos consideran un pasto cuando somos un sistema agrosilvopastoral, de ganadería extensiva, no tiene ningún sentido”, explica Raúl Cabello, director ejecutivo de la Asociación de Gestores de la Dehesa de Extremadura. “Estamos en el mismo paquete de ayudas que un bosque, una tierra abandonada, un roquero o un arenal”, añade.
Además, también se descuentan del pago los matorrales y todo tipo de vegetación que no sea puro suelo de pasto. “Cuánto más dehesa seas, más penalización tienes”, denuncian desde la asociación extremeña. La presidenta de Fedehesa coincide: “Es contraproducente a su propio desarrollo». Ella tendrá una inspección esta misma semana, pero se niega a tener que arrancar la flora que no tiene tronco de su territorio. «Supone cargarte la biodiversidad que caracteriza este ecosistema. Por ejemplo, nos vemos obligados a arrancar las jaras, cuando son buenísimas para prevenir patógenos en la lana de las ovejas, o muchas hierbas que los animales comen y hacen que se inmunicen de manera natural, sin las cuales tenemos que estar medicándolos. Es un sin sentido», explica mientras pasea por su territorio y muestra orgullosa todas las especies que habitan en él.
Por ese motivo, han decidido llevarlo a los tribunales: “Creemos que hay una responsabilidad de las instituciones en lo que puede suponer la desaparición de este ecosistema. Además, aunque alguien pudiera permitírselo, quién va a regenerar el arbolado así; al revés, se dejan morir o se evita que crezcan los que surgen, porque te van a pagar menos”.
Atraer a los jóvenes
Pero en los vastos campos de dehesas de Andalucía, Extremadura, las dos Castillas o un pedazo de Madrid, los árboles no son lo único que envejece. Los problemas asociados y la falta de relevo generacional están desembocando en un paulatino abandono de las dehesas.
Por eso, tres jóvenes de Sevilla formaron la iniciativa Somos Sierra Norte hace cerca de un año, para poner en valor territorios que forman parte del patrimonio cultural de sus comarcas. “El relevo generacional es un problema grave, siempre nos han estado diciendo que teníamos que estudiar para no vivir del campo, pero queremos ponerlo en valor”, explica una de las fundadoras, Marta Cornello, una profesora que dejó la pizarra para ayudar a su padre con la excesiva burocracia que conlleva este tipo de explotaciones —otro de los inconvenientes que todos señalan—. Ahora son cerca de 15 personas de todos los campos: desde ingenieros a farmacéuticos, monitores de tiempo libre o agricultores.
Quieren informar a las administraciones y “crear sector”, en una actividad tradicionalmente muy individualista. No todos tienen o trabajan en una dehesa, pero sí defienden un territorio en el que han crecido. “Veíamos que las personas mayores han hecho lo que han podido, pero también hay que reinventarse y la gente está muy desencantada. Había que hacer algo, o nos movíamos nosotros los jóvenes o iba a desaparecer”, coincide Marta. El 75% de las dehesas está en manos privadas y el 60% cuenta con un solo empleado a tiempo completo —la media por dehesa es de 300 hectáreas—, con contrataciones temporales para algunas tareas estacionales.
Después del abandono, la nada
La dehesa está acostumbrada a tener que defenderse. Su propio nombre viene de ‘defessa’, defensa en castellano antiguo, y se refería a la delimitación de su territorio. El terreno en el que emerge es árido, de tierras pobres, donde no suele haber industria ni gran diversidad económica: es el paisaje de la España vacía. “La vegetación es dura, el suelo seco y las precipitaciones escasas. Es la mejor alternativa para estos territorios”, apuntan desde Savia, donde calculan que a este ritmo de deforestación, el ecosistema se extinguirá en unos 40 o 50 años.
Están consideradas un sistema de alto valor natural por la Unión Europea, y son el hábitat de especies en peligro como el águila imperial o el lince, además de formar parte de la cultura y tradición del territorio donde se asientan. “Aquí, todo el mundo tiene alguna relación con las dehesas”, explica Ramón Santiago sobre Extremadura, donde abarcan el 31% del territorio y el 5% del PIB. Por eso la ponen en valor no solo como negocio. “La dehesa fija la población, genera empleo, combate el cambio climático al ser generador de carbono y es un sello de identidad y de productos únicos, de hecho, sin la dehesa el jamón ibérico de bellota desaparecería”, señala Pía Sánchez. «No queremos que se convierta en simplemente un espacio de recreo, de señoritos que vienen de la capital y lo tienen como cortijo», añade.
Además, desde la Asociación de Gestores defienden la creación de un sello en sus productos que promocione y dé a conocer lo que nace de la dehesa. “Es necesario que la sociedad sepa lo que es este ecosistema y su aportación”, añade Raúl Cabello.
Pero lo más importante para expertos y asociaciones no es solo lo que aporta, sino lo que viene después de su desaparición. “Estamos en tierras muy secas que si se abandonan, acabarían generando incendios, porque los matorrales se secarían”, explica la presidenta de Fedehesa. “Tenemos que salvarla, porque después de la dehesa solo queda el desierto”.
Informa María Zuil para elconfidencial.com