La caza nos hace sentir libres

La caza nos hace sentir libres siendo esclavos. Así de simple y así de claro. Salimos escopeta en ristre, algunos con perro, otros de aguardo, cada cual con su modalidad y, una vez que terminamos, a todos nos ronda en la mente la sensación de libertad… Libres; siempre y cuando lleves tu número de coto en el hombro.

Esta es la triste realidad de nuestra libertad acotada: caza quien paga, no quien es libre. Hablamos de estar enamorados del bello arte de cazar cuando la realidad es que pagamos por el vicio más caro. Nos quejamos de que la caza ha perdido el encanto de antaño, pero es que hemos sido tan permisivos por un lado e interesados por otro que hemos dejado que se transforme en un negocio frívolo y corrupto.

No podemos andar por los carriles pues en cualquier momento levantamos sospecha; en lugar de cazadores somos tratados como delincuentes, quizá por la mala prensa de unos cuantos amigos de la ajeno, quizá por la culpa de otros tantos que se creen dueños del universo.

Y así nos va en esto del bello arte de cazar, pagando por respirar y por poder vivir la mentira de sentirnos libres.

Cuentan los antiguos que existían terrenos…, de uso público se hacían llamar, donde podías sentirte un poco menos delincuente y un poco más libre, donde podías pasear por esos cotos de todos, donde se aprendía a cazar, donde no había ansia ni interés, eso que dejamos que nos arrebatasen bajo pésimos argumentos de “protección” “seguridad” y “organización”. Claro está, cuando pagas, como pagas y gastas, sólo pides lo mínimo, privacidad. Que no cruces, que no pises, que sea delito hasta mirarlo… Y nos lo camuflan detrás de un conservacionismo. Algunos se atreven incluso a decir que velan por la seguridad de su flora y fauna, cuando el trasfondo es oscuro y vicioso. Se mira solo por un interés económico, negocio, colaborando a que se pierda eso que nos enamoró del arte de cazar.

No nos damos cuenta de que mientras más candados colocamos más incitamos a que se rompan, y así dejamos que pasen los días, mirando para otro lado, convenciéndonos de que somos libres cuando la realidad es que cada vez somos más esclavos.

Qué triste es que no podamos ya poner un pie en nuestras sierras, que seamos mirados por encima del hombro, que nos registren vehículos cual viles ladrones, que tengamos que salir con miedo a que nos falte algún papel, aquel permiso… Burocracia a base de talonario que unos cuantos sí pueden permitirse no tener…. Que no podamos hacer lo más simple: sentirnos libres.

Nos engañan haciéndonos creer que cazadores somos todos y estamos medidos por el mismo rasero. La realidad es que, como en la vida misma, siempre habrá unos que más y otros que menos.

Hemos dejado que salir a cazar se convierta en un vicio caro, y cada vez sean menos los que crezcan conociendo el sabor de sentirse libres mientras cazan. Como dije antes, “así nos va en esto del bello arte de cazar, pagando por respirar y por poder vivir la mentira de sentirnos libres”. Creando cazadores a base de talonario, enseñando la moral de que quien más paga más caza, cuando los que crecimos rodeados del encanto de pasear el campo agachamos la mirada y nos quedamos con el sabor agridulce, ese de saber que el placer de cazar no debería salir tan caro.

Ana B. Marmolejo