La caza, los animalistas y el mundo rural
Si se prohibiera la caza, ¿tendríamos que contar con un cuerpo de funcionarios cazadores (léase Guardia Civil y/o agentes medioambientales) para regular las especies que se convertirían en plaga? Evidentemente sí, con lo cual seguiría existiendo la caza, pero habría que pagar un sueldo a sus practicantes. El disparate se asentaría en la sociedad en toda su dimensión.
Según los animalistas «todos los seres vivos tienen los mismos derechos»; con este principio habría que plantearse: ¿Por qué un animalista puede matar a una lechuga para comerla y yo no puedo (o no debo) matar a un conejo para comerlo? ¿Tiene más derecho a la vida el conejo que la lechuga? ¿El conejo tiene más derechos que la lechuga? ¿Por qué? Quizás porque evolutivamente está más cerca de nosotros. El animalista mata o se alimenta de una lechuga, esto es inadmisible porque mata o se aprovecha de un ser vivo. Evidentemente la lógica de este razonamiento nos lleva al absurdo, por no decir a la estupidez. Los humanos tenemos la «desgracia» o la necesidad de comer seres vivos (vegetales o animales) para seguir nosotros vivos, somos omnívoros desde hace muchos miles de años, no nos basta con respirar aire. Eso de clasificar los seres vivos en los de primera y los de segunda es claramente subjetivo y bastante surrealista, ¿dónde ponemos el listón de separación?
Reconozco que la caza practicada por el hombre debería estar orientada también hacia el consumo de la presa, como dijo el indio Seatle al Presidente americano en el siglo XIX: «De los bisontes que cazamos lo aprovechamos todo, porque respetamos al animal que hemos abatido». La cuestión ética es fundamental. También hay que decir que muchos cazadores actuales de caza mayor dejan muchos kilos de carne de la presa abatida en el monte, favoreciendo la alimentación de diversos carroñeros o con hábitos carroñeros esporádicos, como los buitres leonados y negros, el alimoche, el águila real, los córvidos, el lobo, el oso, el jabalí, el zorro, etc.
La idea de que los que comemos de todo (incluida la carne de animales) somos potencialmente peligrosos y los vegetarianos son almas inmaculadas, evolutivamente no se sostiene y da a entender un radicalismo poco aconsejable, con malos y buenos. Excluir el consumo de carne en la dieta, en muchos lugares del mundo —donde se pasa hambre— es completamente obsceno e impresentable, por no decir moda urbanita de país desarrollado alejada del contacto directo con la naturaleza real, deformada esta por los dibujos animados.
Si se prohibiera la caza —con reforma constitucional— la población rural tendría que desaparecer. Si ahora —con caza— los daños agrícolas (y ganaderos) son muy importantes en estas tierras, los accidentes en las carreteras son una realidad diaria (con muertos y heridos), con la caza prohibida esta situación sería insoportable.
El incremento en los accidentes en las carreteras sería un factor capital para desalentar a los habitantes rurales a seguir viviendo en dichas zonas, pero también afectaría a los que pasan por esos territorios, es decir a toda la población. Conviene recordar que en las autovías también entran ejemplares de caza mayor que producen siniestros. La práctica de la caza mayor de muchas especies con poblaciones muy abultadas, debería tener un tratamiento especial para sus practicantes (por ej. licencia de caza gratuita), por el beneficio social que realizan con su actividad.
Pensar que la predación del lobo y otros grandes predadores (lince, oso, águila real, etc.) sería suficiente para regular las poblaciones de grandes herbívoros, es apostar por la desaparición del hombre en el medio rural y aspirar a que todo el territorio se convierta en un inmenso parque nacional. Los anticaza —voluntaria o involuntariamente— buscan esta situación que por supuesto no es nada deseable, porque el hombre está y debe seguir estando, respetando y aprovechando los recursos naturales, pero con su agricultura y su ganadería (extensiva). Si buscamos alimentos de proximidad, alimentos Km 0 (producidos en un radio inferior a 100 Km.), se tienen que dar las condiciones para que se puedan producir. ¿Quizás queremos llenar los supermercados con alimentos originados a miles de kilómetros donde se puede cultivar industrial mente sin problemas enormes extensiones y donde no hay ni mariposas?
Si se prohibiera la caza, ¿tendríamos que contar con un cuerpo de funcionarios cazadores (léase Guardia Civil y/o agentes medioambientales) para regular las especies que se convertirían en plaga? Evidentemente sí, con lo cual seguiría existiendo la caza, pero habría que pagar un sueldo a sus practicantes. El disparate se asentaría en la sociedad en toda su dimensión.
Con esta exposición se intenta razonar. Pero si en la otra parte solo se observa dogmatismo, es casi imposible llegar a un diálogo constructivo.
Si llegara a ser una realidad el cazador-funcionario, ¿van a amenazarles también por hacer su trabajo?
José Ignacio Regueras Grande
Publicado en laopiniondezamora.es