Joaquín Pascual: «El cazador de alimañas»

15 mayo, 2017 • Miscelánea

Joaquín Pascual Igea fue un reconocido cazador por su pericia a la hora de cazar alimañas en la década de los 70. El hombre conocido como el «cardelina» tiene ahora 91 años y durante muchos años fue el encargado de controlar los animales que causaban destrozos en el campo, en los cultivos de cereales y en las huertas de Cervera del Río Alhama. Llegó a ser el encargado de pagar las alimañas que cazaban otros cazadores durante veinte años y también se dedico a la venta de pieles de tejón y zorro.

A la izquierda el ‘cardelina’ con unas pieles en los 70 y arriba con un sobrino en una jornada de caza hace más de 50 años. / l.r.

En marzo de 1972 el corresponsal de Cervera del Río Alhama, Isidoro San Baldomero, escribía el artículo ‘Un gran cazador de alimañas que se merece un homenaje’ y en mayo de 1973 titulaba así otro escrito: ‘Un campeón de la lucha contra las alimañas’.

En ambos destacaba la enorme pericia de Joaquín Pascual Igea, conocido como el ‘cardelina’, a la hora de cazar. Se encargaba de ello en tiempo permitido, y eliminaba ciertos animales que causaban destrozos en el campo, en los cultivos de cereales, huertas y también en los corrales.

El hombre tiene ahora 91 años y recuerda sus años de más actividad, cuando compatibilizaba las tareas agrícolas con la caza. Comenzó su afición pronto según nos cuenta «desde los diez años». «Mi padre tenía dos escopetas y era mal cazador. Una era de cartucho de 12 milímetros y otra de pistón, de 28, que se cargaba con baqueta. Le quitaba una escopeta y le traía ocho o diez tordas. A mi se me daba bien. La primera licencia que tuve costó veinte duros».

En su memoria, Joaquín conserva el momento en el que un amigo, en una jornada en el monte, le sugirió comprar un par de cepos y le enseñó a ponerlos. «A todos los sitios donde íbamos los dos, a mí me caían los bichos y a mi maestro no. Con los cepos tenía tino» comenta risueño.

El ‘cardelina’ cogió fama y le llamaban para hacer la limpieza en los campos de la zona. Una noche, de 29 disparos abatió 28 picarazas. El Ayuntamiento y la Hermandad de Agricultores y Ganaderos pagaban por ello. Tres duros por cada picaraza, graja, cuervo, gato montés, fuina o gineta. Por los tejones, 25 duros, según comenta el cerverano.

Como experto incluso estuvo veinte años en la Hermandad, en la junta, encargado de pagar las alimañas que abatían otros cazadores. Para demostrar la captura de las piezas, depende del tipo de animal, debían entregar las patas y la cola o las orejas como prueba.

«Los tajús (tejones) deshacían el maíz y todo tipo de cultivos; había muchos y era difícil cogerlos. Muchos corrales estaban en el pueblo y las alimañas bajaban a comerse las gallinas y otros animales» explica el ‘cardelina’.

Tiempo después se dedicó a la compraventa de pieles: 400 pesetas costaba la del tejón, pero la que más valía era la de zorra, que estaba de moda porque las peleterías hacían muchos chaquetones.

Informa larioja.com


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