Un jabalí albino sorprende a un cazador experimentado en la caza en espera
Casi sin esperarlo, se presentó de repente como una fugaz sombra y entró en la baña casi sin darme tiempo a reaccionar. Los nervios se multiplicaban. La charca, a estas alturas y con la falta de lluvias, está prácticamente seca, así que no podía ver el cochino mientras tomaba su baño de barro.
Como otra de tantas noches, me disponía a disfrutar de una de mis mayores pasiones, el aguardo nocturno y parecía que iba a ser una noche de tantas otras. A estas alturas ya sólo tengo permiso para cazar en aguardo en dos de mis cotos, y al estar uno e ellos a muchos kilómetros de mi casa, casi siempre me centro en el más cercano.
Como suelo hacer, llego con bastante tiempo de antelación al cazadero y aprovecho ese tiempo para revisar pasos, gateras y charcas que tengo siempre controladas. Hay una que, desde hace unos 20 días, frecuenta a diario una cochina con sus crías. Calculo que 4 o 5 rayones, por las pisadas…
Un par de días atrás ya había «asustado» al único macho que tenía controlado en otra de las charcas, y a sabiendas de que no iba a volver por aquella zona en mucho tiempo, una vez revisados los demás sitios sin encontrar huellas frescas, decidí echar un ojo a la charca de la piara. Cuál fue mi sorpresa cuando vi pisadas que no correspondían con las de la guarra por tamaño, peso y forma, y aunque parecía que sólo había entrado en esa charca un par de noches, como no había otra opción mejor, decidí probar suerte sin imaginar qué me iba a deparar esa noche.
Antes de ponerme fui a echar un ojo a las gateras, ya que allí hay al menos cuatro diferentes, y así hacerme una idea de por dónde entraría para así poder elegir el mejor sitio para hacer la postura, siempre teniendo en cuenta el aire predominante. Pude comprobar que había dos bien tomadas, y las otras estaban abandonadas. Con esta información, sobre las 19 horas aproximadamente, cuando me encontraba examinando el terreno, a pocos metros de mí y en el medio de la mancha ya sonaban los rayones gruñendo y chillando como acostumbran.
Regresé al al coche a por los aperos de caza con mucho cuidado de no hacer nada de ruido para no delatar mi presencia y molestarlos, haciendo que cambiaran sus quehaceres diarios. Además, también podrían alterar las andanzas nocturnas del macho. Sobre las 19:30 ya estaba sentado en el puesto que suelo usar en esa charca que, aunque muy querenciosa para los cochinos, casi siempre tiene el aire mal, pero justo ese día estaba perfecto.
Coloqué todos los archiperres que llevo para las esperas y cogí el móvil como cada noche para contar a mis amigos del grupo que ya estaba listo y desearnos suerte. Una vez asegurado de que estaba todo correcto, rifle cargado, foco con batería y filtro, aumentos correctos para la distancia previsible de tiro, que eran unos 70m, etc., me atavié con los abrigos. En total quietud y silencio, era la hora de comenzar la partida.
Una sensación total de paz y serenidad me invadía. Los sonidos del monte, que hasta ese momento eran intensos, empezaban a menguar y poco a poco el silencio se adueñaba del entorno. Ya daban las 20 horas y seguía escuchando a la piara moverse por el monte, cada vez más cerca, pero esa sería la última vez que los escucharía, seguramente por la presencia del macho.
Esos pequeños detalles que me indicaban que el macho se acercaba sólo consiguieron ponerme nervioso, sabiendo que el momento se acercaba y lo que antes era paz y tranquilidad ahora se convertía en nervios y ansiedad. Eran las 20:30 y sólo oía casi imperceptibles movimientos entre las jaras, lo que me hizo pensar que sería el macho. Los minutos pasaban muy lentos, no veía el momento de escuchar los alambres de las gateras y, pese a que el guarro debía pasar al menos dos alambres, no fui capaz de oírlo pasar.
Casi sin esperarlo, se presentó de repente como una fugaz sombra y entró en la baña casi sin darme tiempo a reaccionar. Los nervios se multiplicaban. La charca, a estas alturas y con la falta de lluvias, está prácticamente seca, así que no podía ver el cochino mientras tomaba su baño de barro. Con los nervios a flor de piel y con los latidos de mi corazón estallando en mi pecho, era imposible mantener la cruz iluminada de rojo en un mismo sitio. El corazón latiendo no me dejaba y yo sé que en ese estado de nervios es imposible acertar al marrano, así que me centré en mi respiración para tranquilizarme y recuperar el aliento.
Esperé ansioso el momento de verlo aparecer después de su desparasitador baño. Justo a las 21:48 salió, encendí el foco y, aunque enseguida noté algo «raro» en ese guarro, no le di importancia ya que estaba concentrado en el lance. Coloqué la cruz del visor y aún estando el cochino un poco atravesado, apreté el gatillo… y el guarro arrancó a correr.
Apenas entró en el monte ya me pareció escuchar como se desplomaba. Encendí un cigarrillo para hacer tiempo y relajarme un poco, ya que la tensión del lance me tenía agotado. Pasados unos minutos me levanté y me dirigí hacia la charca. Mi sorpresa fue no encontrar ni gota de sangre: no daba crédito. ¡Era imposible haber fallado!
La decepción se apoderaba de mí, pero estaba seguro de haber acertado y conozco bien mi arma y munición así que decidí ir a buscar directamente al lugar donde creía haber escuchado caer el guarro. ¡Allí estaba! Cuando me acerqué pude comprobar que el color de ese cochino no era normal. ¡Se trataba de un jabalí albino!
Increíble, casi no lo podía creer. Los había visto en vídeos y fotos por las redes sociales y parecían una cosa increíble, pero esta vez era real y lo había conseguido yo. ¡Es un animal de entre miles!
Una vez asimilado el logro fui en busca de mi compañero para hacernos las fotos que inmortalizarían el momento, y cargar en el coche el guarro. Este relato muestra cómo la suerte está siempre del lado del que la busca, y cómo siempre es una parte muy importante de la caza y más cuando se trata de cazar un jabalí albino. ¡Momentos increíbles para una pasión increíble!
Matías Trejo Cean