La gran caza de Jairo Sánchez

15 agosto, 2013 • Miscelánea

Listo, todo está listo y debidamente ordenado para mañana. Será un viaje de cacería en la enigmática y atrayente república de Kenia. Mi compadre Rigoberto se hará acompañar de su segunda esposa, doña Estebada Mayorga, súper aficionada a la caza, precisamente fue en una cacería en donde se conocieron. Ella es de Bilbao. Él, de Londres, en toda la orilla del Támesis, donde enterraron su ombligo. No hace falta, pero lo diré, soy de Dakota del Sur. Serán unas 7 horas de vuelo desde Madrid. Haremos escala en Mombassa, no será escala de relax sino de transbordo.

Amaneció, veo una aurora sensacional, me asomo a la ventana del hotel desde donde contemplo la gran plaza de Colón, a un lado se deleitan mis ojos con la Puerta del Sol, se destaca el reloj de torre, donado por José Rodríguez, que no logré conocer porque lo regaló en el siglo XIX. Siento el suave tacto de las babuchas, es Estebada que me trae tinto, mientras ella saborea un jugo de naranja. Desde aquí escucho a Rigoberto duchándose con amena voluntad.

Miro de nuevo a Estebada, no se ha duchado, su traje de dormir es muy transparente, en este momento está frente a la radio escuchando el reporte del tiempo. La contemplo como un monumento a la belleza, sin otro deseo ni instinto. Somos muy buenos amigos, yo la respeto, ella me estima. Esto es la línea que no podemos cruzar, pero no puedo esconder que es muy hermosa, tiene un cuerpo de diosa, un trato dulce, esmerado, ojos de fuego, piel de nube de verano. En este momento se desató el moño, su luenga cabellera se riega por toda su media espalda, hasta alcanzo a percibir el olor de su pelo, tan negro como una caverna.

Llegamos a Kenia bajo una llovizna parecida a las lágrimas de Santa Claus en diciembre. Nos recogió Papiro, un negro de cera y de hierro quemado. Le dimos a Estebada el puesto de adelante, el negro cruzó con ella unas cuantas palabras en swahili, lengua que ninguno de nosotros dos, los del asiento trasero, manejábamos. Me pareció ver que Estebada se sonrojó, mas no di importancia alguna al detalle, porque lo que me preocupaba era el Land Rover, del que creí no caminaría más de cinco kilómetros, pero supo engañarme con su piel vieja y su corazón de muchacho, por eso las 7:15pm ya estábamos cenando en Garissa, sobre el río Tana, nuestro sitio escogido.

Todos teníamos fiebre de irnos al monte, noté que la más entusiasta era Estebada. Este entusiasmo lo sentí como un reto, por eso me prometí sacar lo mejor de mí en procura de obtener un buen trofeo. Listas las armas partimos cuando en el reloj de las aves marcaba las 9: am. Llegamos al punto señalado por Papiro, quien se quedó en el carro en espera de nuestro retorno. Demarcamos nuestras rutas, Rigoberto por el este, Estebada en el centro y yo por el oeste, separados entre sí unos treinta o cuarenta metros.

Me siento relajado, presiento que voy a ser el primero en derribar un antílope, o tal vez un impala. El permiso estaba para cualquiera de estos dos, incluyendo venados, corzo, cudú, gacela o nú. Camino con mucho sigilo, alerta a no fallar mi primer tiro. En un abrir y cerrar de ojos veo un celaje cruzar en sentido contrario, me devuelvo, miro detenidamente por entre los matorrales. Tanta alegría para descubrir que se trataba de Estebada. Retomo mis pasos, camino con ansias de toparme una buena pieza, pero vuelvo a pensar en ella, me intriga saber por qué iba rumbo al sitio a donde habíamos dejado el carro. Lo único que deseo es que no encuentre su pieza primero que yo.

Cambio de pensamiento, me figuro la cornamenta de un gran venado en el comedor de mi casa. ¡Alerta! Algo se mueve. ¡Qué suerte! Es un impala. ¡Dos! Son dos. La pareja. Caminan rapidito, menean su cola como si les estuviera prohibido detenerla. La manada debe estar más adelante, van en busca de ella. Sólo deseo que se detengan por unos valiosos segundos. Le tiraré al macho. Me alisto, acabo de ver una porción de espacio cubierto de pasto tierno, ahí está mi oportunidad. Preciso, ahí se detuvieron, apunto con calma y esmero.

Tomo aire, lo detengo. Ya todo está listo, no hay salvación. Pero cuan equivocado estoy. Mi ilusión se fue al viejo pantano, pues la detonación en otro punto la hizo desaparecer. Frustrado salgo a ver qué había matado Estebada. ¡Oh, sorpresa más increíble! Veo a Papiro con los pantalones abajo y los sesos regados sobre la seca yerba. Sollozante, sobre la llanta trasera del carro,  Rigoberto contempla a Estebada. Atino a preguntarle  a éste lo que había ocurrido.

-Nada, que por irle a disparar al antílope, le di fu a Papiro.

Por: Jairo Sánchez Hoyos

Relato de caza participante en el concurso organizado por Cazaworld.  Toda la información del concurso en:  Concurso de Relatos


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