Esos ojos que iluminan

17 julio, 2017 • Pluma invitada

He crecido releyendo al “Tío Luna”, quizá por eso mi mente siempre ha estado a la espera de que alguien me dijese “vente” en busca de una noche no tan oscura.

Y así, sin saber bien cómo llamarlo,  si destino o casualidad, aparece en tus días ese alguien que empieza a llenarte la vida de vida, diciéndote: “¡venga, vamos, no seas miedica, que los miedos están para afrontarlos!”. Tampoco sé cómo de grande será su poder de convicción, que ahí me tiene, consiguiendo hacerme afrontar mis miedos y lo más grande, disfrutar de ellos.

Así le ves, observando con los sentidos abiertos, cómo lee aquel lugar, cómo dice aquí, cómo toma asiento, en silencio, hablándote con sus ojos azules, transmitiéndote seguridad. Sin darte cuenta, la noche se va haciendo dueña del lugar, donde el olor a monte que conoces cobra un aroma diferente. La noche huele distinta, y el silencio se hace ensordecedor. La oscuridad es cegadora, no hay sombras, todo es noche oscura cerrada.

Cualquier sonido se magnifica; el pasto cobra vida; todo me parecen pasos; todo me parece algo y de ese algo pasa a ser nada. Allí, los dos, que con miradas hablamos más que con palabras, nos contagiamos las ganas de verlo asomar. Notamos cómo el pulso se nos acelera a la vez: hasta ese momento no nos habíamos dado cuenta de lo conectados que podemos llegar a estar.

Tras nosotros, más ruido. Sorprendente cómo se escuchan comer, siendo nuestros oídos el único sentido que funciona, pues la vista está anulada por la oscuridad de la noche. La incertidumbre nos recorre y se sienta en nuestra espalda. La experiencia le hace tener claro qué es lo que a nuestras espaldas sigue con su costumbre de cada noche. A mí, sin embargo, se me encoge el corazón cada vez que escucho un chasquido.

Me siento tranquila, relajada, en aquella oscuridad… Libre, diría, más bien. Con esa pizca de nerviosismo y miedo, pero llevada de su mano es un miedo hasta el momento controlable. Sin embargo, algo se acerca, nuestros ojos se conectan abiertos de par en par (sus ojos azules brillan fuerte)… Es un tropel inconfundible. Se acerca, no nota nuestra presencia (dice que el aire lo tenemos a favor) y se planta, rápido y confiado, encima de nosotros…. Hasta que no lo tenemos cerca no notamos que no es el gran jabalí que esperamos, pero durante los segundos que ha tardado en aproximarse, tanto en mi pulso como en el suyo, sí que lo era…

Cuando nota nuestra presencia, lanza un bufido impropio de su tamaño. Ese bufido se te mete en la piel, eriza el vello y acelera el corazón… Adrenalina saliendo por los poros. Lo escuchamos alejarse mientras nuestras miradas vuelven a ser cómplices… “Sí, vida, sí, tengo el corazón que se me sale por la garganta” y es esa sensación lo que me hace dibujar una sonrisa contagiosa… ¿Qué tiene la noche oscura?

Pasan las horas y parecen minutos. El gran jabalí que esperamos no tiene ganas de aparecer esta noche, y a mí me da igual que no lo haya hecho.

Ponemos rumbo a casa, recuperando el pulso en las piernas, bajando el ritmo de unos corazones que aún siguen acelerados, y en la boca un sabor a ganas de más…

El de ojos azules, antes de esta noche, me había repetido una y mil veces que esto sí que era cazar. Te doy la razón, ojos claro.,La noche enamora al corazón del cazador más duro, conquista sus sonidos y sus olores, magnifica las sensaciones… Ese sigilo, esa forma de intentar controlar los sentidos, ese latir que quiere salir por la garganta y, sobre todo, ese miedo, ese que quieres controlar y no puedes, ese miedo que se mezcla con la adrenalina, explotando en ganas.

Quiero aprovechar para darte las gracias por cogerme la mano y ayudarme a afrontar cada uno de mis miedos; gracias por regalarme sonrisas en la oscuridad de la noche… y, sobre todo, gracias por hacer de ésta la primera de muchas noches tras la espera de un gran jabalí.

Has conseguido dejarme con ganas de más.

Ana B. Marmolejo


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