El voto cazador
[…] los ataques contra la caza y los cazadores […] no tienen como fin último acabar con estas prácticas legales, tradicionales y muy extendidas en España. Antes bien, tratan de consolidar la peligrosísima tendencia de prohibir aquello que algunos ruidosos desaprueban e imponer a las personas unas formas determinadas de relacionarse con el entorno natural ajenas a la tradición de nuestro país y, más en general, a miles de años de evolución humana.
Las elecciones en Andalucía han provocado la irrupción en el panorama político español de varios grupos de personas que comparten, en general, los intentos de estigmatizarlos por parte de ciertos sectores sociales y políticos. Me estoy refiriendo a los taurinos, los cazadores y los pescadores. Al voto taurino ya le dediqué la columna de la semana pasada así que hablemos hoy de los cazadores.
Hay que partir de una confesión: no soy cazador, no he cazado en mi vida y no sé si sería capaz de disparar a un animal salvo en defensa propia. Ahora bien, los ataques contra la caza y los cazadores -al igual que los que se lanzan contra la tauromaquia, la pesca o el circo- no tienen como fin último acabar con estas prácticas legales, tradicionales y muy extendidas en España. Antes bien, tratan de consolidar la peligrosísima tendencia de prohibir aquello que algunos ruidosos desaprueban e imponer a las personas unas formas determinadas de relacionarse con el entorno natural ajenas a la tradición de nuestro país y, más en general, a miles de años de evolución humana.
En efecto, el Génesis cuenta que uno de los nietos de Noé, Nemrod -el de la cantiga sefardí- ya era un gran cazador y cazadores eran Esaú y el rey David. El palacio de Asurbanipal -siglo VII antes de Cristo- estaba decorado con relieves estremecedores y formidables. Entre ellos, destaca por derecho propio el llamado “La leona herida” que hoy puede admirarse en el Museo Británico. La caza, como la guerra, ha sido oficio de reyes y nobles, pero también del pueblo. Es fama que Robin Hood – el célebre forajido de las leyendas inglesas- cazaba con arco. Ya recordaba Ortega en “La caza y los toros”, que la caza es compartida por casi todos los animales: “El gato caza ratones. El león caza antílopes. El «sphex» y otras avispas cazan orugas y gorgojos. La araña caza moscas. El tiburón, peces menores. El ave de rapiña caza conejos y palomas. La caza se extiende, por casi todo el reino animal. Apenas hay clase o «phylé» donde no aparezcan grupos de animales cazadores”. Así llevamos desde el Paleolítico.
Sin embargo, el adanismo de la Modernidad ha tenido una de sus hijas más recientes en la pretensión de transformar este precipitado de milenios de vida humana sobre el planeta a base de prohibiciones, imposiciones y guerras culturales. En lugar de entenderlo, han preferido simplemente erradicarlo. Por supuesto, la que queda maltratada en el camino a un “mundo feliz” es la libertad.
Esto es lo que está en juego en España y lo que han salido a defender los cazadores que han decidido dar su voto a quien deje de atacarlos, despreciarlos y asediarlos por sistema. En efecto, denostar la caza era un recurso fácil y, hasta ahora, carente de consecuencias políticas. Salvo los alcaldes de las comarcas cazadoras, era fácil para un político cobarde dar la razón sin más a los prohibicionistas más gritones en lugar de escuchar todas las voces. En un tiempo de sentimentalismos, no hay nada más impopular que un hombre con una escopeta al hombro por antigua, legal y regulada que sea su actividad.
Sin embargo, ese sentimentalismo es suicida. En primer lugar, para las personas que dependen de la caza para vivir. Según datos de la Fundación Artemisan, “cuyo objetivo es promover la gestión y conservación de especies de fauna y flora a través de la investigación, comunicación y defensa jurídica, prestando especial atención al aprovechamiento sostenible de especies cinegéticas para al beneficio de los Ecosistemas y el mundo rural”, genera 186.758 puestos de trabajo en España y contribuye con 6.475 millones de euros al producto interior bruto de nuestro país. También se resiente el propio medio natural. De acuerdo con la fundación, en España, “los propietarios y gestores de terrenos cinegéticos invierten conjuntamente cada año más de 233 millones de euros en repoblaciones y otras inversiones de conservación medioambiental y 54 millones de euros en el mantenimiento de vías y caminos”.
No obstante, lo que está en juego no son sólo una industria o una tradición -siendo estas dos cosas muy importantes-, sino la propia libertad de los ciudadanos para decidir cómo quieren vivir, qué quieren comer -ahí está la ofensiva conta el consumo de carne- y cómo quieren relacionarse con el entono. Estas formas de vida no nacieron ayer y deberíamos tentarnos bien la ropa antes de erradicarlas de un plumazo por una moda cultural que tiene menos de cincuenta años.
Después de mucho tiempo de injurias, afrentas y acoso, los cazadores han influido con su voto en las últimas elecciones andaluzas. El voto cazador, como el voto taurino, han resultado ser muy relevantes en los resultados de la semana pasada y sientan un antes y un después en una lucha cultural fascinante y desigual por la libertad en nuestro tiempo. Frente a la corrección política, el sentimentalismo y el acoso, los cazadores se han puesto en pie y han reivindicado su espacio a través de las urnas.
Recuerdo una manifestación de cazadores allá por 2008. Convocaban Real Federación Española de Caza, la Asociación Agraria de Jóvenes Agricultores (Asaja), y la Oficina Nacional de Caza. Los vi pasar por el centro de Madrid con sus perros y sus halcones -no hay animales más bellos- con una dignidad y una clase admirables. Como me arrimo allá donde haya un can, los seguí unos metros con atención y un poco de curiosidad hasta la Plaza de San Juan de la Cruz. Allí nadie quemó nada. Allí nadie rompió nada. Nadie respondió con insultos a unos que se les encararon con una pancarta que decía “Cazar es asesinar”. El lema era un ejemplo de sentido común: «Por el campo, la caza y la conservación». Habló en ella mi compañero de tertulias Antonio “Chani” Pérez Henares, que me recuerda a Delibes cuando habla de perros, del campo y de su Bujalaro natal, y sus palabras fueron un vaticinio: “Hemos venido porque somos los que sembramos y limpiamos el campo. Los verdaderos defensores de la naturaleza están todos aquí. Hoy marca un antes y un después. Ya no vamos a permitir que nadie hable por nosotros”.
Pues bien, en las elecciones del pasado domingo, los cazadores tomaron la palabra y su voz ha resonado en toda España.
Ricardo Ruiz de la Serna
Publicado en elimparcial.es