El rececho de mi vida de Rafael Molina

Comencé mi rececho matinal sobre la 8 AM, caminando por lo alto de un cañón formado por un cortado de rocas a uno y otro lado, que encierra  una lengua de siembras de trigo, el cual en estas fechas ya estaba muy alto.

Desde arriba del cortado y estando a unos quinientos metros del final del mismo, descubrí con los prismáticos a una corza comiendo de una zarza al fondo de la lengua de trigo, sin ver a ningún macho cerca de ella, seguí mi marcha y a la segunda o tercera mirada con dirección a la corza, de pronto descubrí unos cuernos que sobresalían de las alta espigas de trigo,  en ese momento mi corazón empezó a latir como solo me ocurre cuando me encuentro ante una imagen de este tipo, comenzando en ese momento mi descenso y aproximación a la zona.

Iba bajando el cortado de rocas en diagonal, cuidándome, a pesar de la distancia, de no meter ningún ruido, comprobando el viento que me era favorable viniéndome de cara y tratando de agilizar lo mas posible mi aproximación para que no se marcharan antes de mi llegada. Una vez abajo del cortado y dentro del monte de enebros, arbustos y encinas, donde el suelo estaba plagado de guijarros sueltos y ramas secas y por supuesto sin poder ver la evolución de la marcha de los animales, me fui aproximando poco a poco hacia la siembra, al principio andando de pié, luego en cuclillas y al final arrastrándome literalmente cuerpo a tierra, pues el monte ya clareaba y me podían ver.

Al llegar al borde del monte con la siembra y detrás de una sabina que me servía como escudo, me arrodillé y busqué a los corzos con mis prismáticos, sin conseguir encontrarles.

Ya, cuando empezaba a pensar que se habían marchado, de pronto, vi aparecer como por encanto la cabeza del macho, saliendo de detrás de una zarza enorme que había al otro lado de la siembra, a unos 100 metros de distancia.

Si en toda la aproximación mi estado de excitación había sido enorme, ahora el corazón parecía que se me iba a salir por la boca.

Muy despacio solté los prismáticos, cogí el rifle y apoyándome en el árbol para asegurar el tiro, respiré profundo un par de veces, solté parte del aire que tenia en mis pulmones y empecé a presionar el gatillo esperando oír en cualquier momento la detonación del disparo…, pero en su lugar, lo que sonó fue un inesperado “click” del percutor. Los nervios estaban desbocados, mi cerebro por un lado no paraba de preguntarse que era lo que había pasado y a la vez me decía que me mantuviera inmóvil sin ni siquiera pestañear, mientras el corzo no me quitaba ojo, cosa que no dejó de hacer desde que sonó el ruido hasta bien pasados por lo menos tres minutos. En ese tiempo pude localizar a la corza, justo desde el borde del bosque, que también estaba mirando en la dirección del ruido fijamente,. Cuando empezaron a relajarse yo continué sin moverme, pues es sabido que justo en ese momento en que aparentan empezar de nuevo a comer, es cuando mas atentos están, pendientes de cualquier movimiento o ruido que les de la orden de huida.

Solo cuando empezaron a moverse, comencé a abrir mi monotiro y al extraer la bala de la recámara, que estaba percutida,  pero, pudiendo comprobar que le faltaba el proyectil.
Inmediatamente me di cuenta que por la mañana, aún de noche, había cargado el rifle mientras hablaba con el guarda y al sacar de mi bolsillo una bala, había cogido por error el casquillo de la que había disparado la tarde anterior.
Muy despacio saqué otra bala y la introduje en la recámara mientras veía como la corza ya se había metido en el monte y el corzo siguiéndola estaba a punto de hacerlo también.
Aguantando los nervios, pues veía que se me escapaba, volví a apuntarle y disparé haciéndole caer fulminado. La corza salió corriendo y ladrando y yo sentí que nunca en mi vida volvería a tener un rececho tan emocionante como este.  Bendita caza que me hace vibrar de esta singular manera.

CORZO DEL 20 DE JULIO (SILOS)