El morralero
Los cazadores, en la mayoría de los casos, nacemos cazadores, pero también hay casos de gente que se aficiona por amigos y a una edad adulta. Pero como decía antes, en la mayoría de los casos nacemos cazadores, mamamos desde pequeños en casa el ambiente cinegético. Y es ahí donde se empieza la formación, desde pequeños.
Mi padre de siempre me ha dicho que una cosa es cazar y otra distinta salir de caza o disparar. Salir de caza o a disparar lo puede hacer cualquiera que coja una escopeta, le pongan una perdiz delante… Pero una cosa bien distinta es salir a cazar, estudiar el cazadero, la querencia de los animales, trabajarse el campo, etc.
Mis primeras jornadas como morralero fueron acompañando a mi padre a ojeos, porque para ir en mano era demasiado pequeño ya que tendría 6 o 7 años aproximadamente. Poco a poco me iba empapando del asunto, del ambiente, etc. Cuando estábamos en el puesto, me decía: “tú tienes que encargarte de ver dónde caen las perdices y no perderlas de vista para luego ir a por ellas y que no se pierda ninguna. Y si ves que alguna se va a peón, me avisas rápidamente”. Que el cazador de verdad intenta dejar la menos caza herida posible en el campo. Y allí estaba yo, sin quitar ojo al barbecho, a la siembra o al zarzal donde había caído la perdiz. Mientras tanto mi padre me explicaba la función de cada uno en la cacería: los ojeadores, los bandera, secretarios, etc.
Luego ya empecé a ir en mano, y ahí es donde de verdad empecé a saborear las mieles de la caza. Yo iba detrás de mi padre, y mientras él me iba contando el porqué de las cosas: por qué no cogíamos aquel cerro en línea recta y por qué sí lo cogíamos por detrás, o por qué un día de viento cogíamos la mano al revés de cómo lo veníamos haciendo normalmente, por qué que el punta tiene que ir más adelantado que el resto de la mano o por qué es una buena opción ir a conejos cuando lleva toda la semana lloviendo.
Aprender a buscar las piezas, las querencias de los animales cuando se van heridos, aprender a leer y a escuchar el campo, buscar los dormideros, huellas, muestras, pero sobre todo, aprender a respetar la caza, a los animales.
Mi padre siempre me ha dicho que la caza se mata con las piernas, que el campo no regala nada y hay que andarlo para buscar las situaciones propicias y que la piezas hay que trabajarlas, que no pretenda uno llevar colgadas un par de perdices a la media de hora de empezar porque las piezas se matan al final del día, cuando las has bajado de la sierra al terreno que tu quieres.
Recuerdo perfectamente la ilusión que me hizo la primera vez que mi padre me dijo que íbamos a dar una mano o un ganchito los dos. Me dijo: “ábrete un poquito a la derecha y te pones en mano conmigo, súbete hasta la retama aquella pegada a la encina y te vuelves hacia mí a ver si somos capaces de tirar a las perdices, yo voy por abajo a tu izquierda”.
Yo iba sin escopeta, solamente con mi morral a la espalda, pero tan feliz, pensando en poner en práctica todo aquello que me habían enseñado. A mitad de ladera salieron las perdices, se las cuqué y descolgó una. Cuando llegué hasta el, me dijo: “ya sabes lo que es cazar en mano, buscar donde se piense que está el bando e ir siempre pendiente de los compañeros. Si se hace bien, como ves, hay recompensa. Si yo me hubiera adelantado, ni tu (en el caso que llevaras escopeta) ni yo, las habríamos tirado”. Y así hasta el día de hoy.
También recuerdo interminables carreras detrás las patirrojas que se iban de ala, y corrían por los barbechos como alma que lleva al diablo, y cuando parecía que ya la tenía te hacía un quiebro y se te colaba por debajo del brazo, ahora… cuando la cogías, y desde la lejanía se la enseñaba a mi padre, para mí era casi como si la hubiera cazado yo, mi trofeo… y la satisfacción indescriptible por no hablar de la cara de orgullo de mi padre.
Por eso es tan importante ser morralero, empaparte de tus mayores y aprender de todas sus vivencias. Recuerdo escuchar anécdotas o historias aducido sin apenas parpadear, escuchando y en definitiva aprender desde pequeño y luego ponerlo en práctica.
Terminar diciendo que todos los días que salgo al campo aprendo algo nuevo. En la caza nunca dejas de aprender cosas nuevas. Si hiciera lo contrario, no sería un buen cazador.
Javier Pérez Gutiérrez