El caos armamentístico de Barajas
Exportar o importar un arma a través de las aduanas aeroportuarias de Barajas no es moco de pavo. Las intervenciones de armas solo se encuentran en la Terminal 1 y en la Terminal 4, pero para colmo, la primera de ellas cierra a las 3 de la tarde.
Nadie te informará correctamente de los trámites que tienes que realizar y en muchas ocasiones, las propias azafatas tienen que recurrir a ayuda externa para saber qué hacer con un arma.
En caso de que no conozcas el ritual oportuno para conseguir que tu arma te acompañe al destino de caza, lo más probable será que pierdas el vuelo, ya que, de no viajar en la misma terminal, tendrías que desplazarte, además de informarte, pagar tasas, esperar a rellenar formularios y nuevamente, “pasar por caja” para embarcar tu equipaje.
De regreso a España, tendrás que volver a lidiar con la aduana y con la compañía, que con un poco de suerte, te brindará tu rifle en la intervención de armas el día siguiente. Perdiendo tiempo, dinero y salud.
Lo anteriormente expuesto es un breve resumen del texto que procede a continuación. Es de interés general para todos los cazadores.
Todo lo que relato a continuación es ficticio aunque ha ocurrido en realidad. Hechos similares o idénticos a los que expongo se reproducen casi a diario sin que nadie muestre voluntad de cambiar las cosas. No exagero nada y el que quiera puede comprobarlo en cualquier momento.
Los que trabajamos en grandes multinacionales nos vemos confrontados con frecuencia con la tesis del valor añadido. ¿Qué valor añade mi función a mi empresa? o ¿qué valor aporta mi labor diaria a mis clientes? ¿Cuánto estaría dispuesto a pagar un cliente por un trabajo determinado? ¿Pagaría por la elaboración de un buen anuncio? ¿Qué ventajas concretas obtiene del trabajo de un técnico o de un directivo? En muchas ocasiones, y más en tiempos de crisis, hemos tenido que recortar puestos de trabajo o proyectos de investigación o presupuestos de gastos porque no generaban el suficiente valor a los clientes o a los accionistas de una empresa. Y yo me pregunto: ¿Qué valor aportan los 3,61€ en tasas que paga un cazador que sale al extranjero? ¿Qué servicios obtiene por ese pago? ¿Qué ventajas en seguridad obtiene España porque la Guardia Civil expide un documento por triplicado cada vez que un cazador sale o entra de nuestras fronteras? ¿Generamos valor con ello? ¿Aumenta nuestra seguridad o nuestro bienestar? Alguno estará pensando que me he vuelto loco, pero hablemos un poco de historia.
Hace años la Intervención de Armas de la Guardia Civil tenía dos sucursales en el aeropuerto de Barajas –una en la T1, que entonces era la terminal internacional, y otra en la T2 que era la nacional–. La primera tenía como fin dar servicio a los extranjeros que venían a cazar a España, así como a los españoles que nos íbamos, con igual propósito, allende nuestras fronteras. La segunda oficina, si es que a este establecimiento se le puede llamar así, daba servicio a los cazadores que volábamos dentro de nuestro territorio. Ambas sucursales u oficinas tenían un horario muy amplio de atención al viajero, como corresponde a un servicio público de una nación orientada al turismo. Y no creo que sea ahora el momento de recordar los millones de euros que mueve el turismo cinegético en España. Además, ese horario casi ininterrumpido se correspondía con esa vieja premisa que recuerda que la policía o la Guardia Civil o los agentes aduaneros no descansan nunca porque siempre están vigilantes. A mí me gustaba irme a dormir con esa creencia. Con la desaparición de fronteras y la libre circulación de ciudadanos en Europa las terminales fueron cambiando su uso primitivo y más aún tras la inauguración de la T4. En la actualidad la T1 está reservada para algunas líneas de bajo coste (por ejemplo, German Wings), así como para vuelos internacionales de esos que requieren pasaporte (por ejemplo, los que van a EE.UU.), la T2 es para vuelos nacionales de algunas líneas aéreas (por ejemplo, Spanair), así como vuelos europeos de los que no requieren pasaporte (por ejemplo, con destino a Alemania) y la T4 está dedicada a vuelos nacionales e internacionales –con y sin pasaporte– de Iberia y otras líneas asociadas a la alianza One World (por ejemplo, British Airways). Digo todo esto por si alguno no lo sabía y se equivoca en ese proceloso entramado.
Ante estos cambios, la Guardia Civil optó por cerrar la intervención de armas de la T2 y abrir una nueva en la T4. Fue una sabia decisión que facilitaba los trámites a los cazadores, que así se ahorraban el trasiego entre terminales. Por todo ello, en la actualidad quedan dos intervenciones operativas, una en la T1 y otra en la T4. La de la T4 está ubicada cerca de la salida de pasajeros y tiene un acceso sencillo para el público porque está fuera de la zona de llegada de maletas, mientras que la de la T1 está junto a las cintas de llegada de maletas de vuelos lejanos y, por tanto, tiene un acceso restringido y algo complicado porque para entrar desde la calle tienes que esperar que salga alguien que te permita el acceso o llamar con poco éxito al interfono. Desde hace algunos meses las cosas se han complicado, pues, ante el recorte presupuestario de nuestro eficaz gobierno, la Guardia Civil, seguramente como protesta por la anulación de horas extras, ha modificado los horarios y la intervención de la T1 cierra a las 15:00 horas mientras que la de la T4 cierra a las 23:00 horas. Esto ha producido que un servicio público eficiente se haya convertido en una pesadilla a raíz de una protesta soterrada de la Guardia Civil que reclama, según dicen las malas lenguas, 2.000€ mensuales a repartir entre todos los guardias que vigilan el aeropuerto de Barajas.
Veamos las consecuencias que esto produce en un cazador español o uno extranjero que viene a cazar a nuestro país. Supongamos que me voy a cazar a Alemania y decido volar con Lufthansa. Hoy es viernes y mi vuelo sale de la T2 (esto es reciente, porque hasta hace pocos meses LH salía de la T1). El vuelo es a las 18:50 y me persono con dos horas de antelación en el mostrador de LH con mi rifle. El personal de tierra me informará de que antes de facturar un rifle tengo que ir a la intervención de armas de la Guardia Civil. Este caso, sin embargo, es más bien atípico, porque somos mayoría los que previamente hemos salido de caza al extranjero y seguramente antes de ir a facturar habremos ido a la T1 (que es lo más “lógico” para los que salen de la T2). Pero si nunca he salido fuera, me habré personado en el mostrador de la línea aérea y desde allí me habrán enviado a la intervención de armas de rigor. Si tengo suerte, alguien me habrá comentado que la T1 cierra a las tres, pero si no, con el consiguiente despiste, me habré marchado desde la T2 hasta el extremo de la T1, refunfuñando por la distancia que hay que recorrer cargado con rifle y maletas. Tras esperar cinco buenos minutos a que algún pasajero salga y tras haber intentado entrar aporreado infructuosamente los cristales blindados, me cuelo en la zona de llegada de maletas donde un guardia civil, de esos que siempre están de palique con dos o tres compañeros, me informa que la intervención de la T1 cierra a las tres y que me tengo que ir a la T4. Si aparqué mi coche en la T2 tengo que volver andando desde la intervención, una vez más iré refunfuñando porque, como dije antes, esta oficina está en el extremo de la T1. Tras más de 20 minutos de paseo llego hasta el parking de la T2, pago el importe y procedo a sacar mi coche para ir hasta la T4 –peajes incluidos–. Y este proceso, que es un rollo, es definitivamente mejor que si no hubiese traído mi vehículo y tuviese que hacer la cola de los taxis para que un taxista mal encarado se enfade porque sólo voy a la T4 y me recomiende ir en el autobús con el rifle, las maletas y esa ridícula caja de aluminio que contiene la munición, mientras mi enfado va acumulándose. Llego a la T4 y aparco, si tengo suerte, en el tercer piso y una vez más me tiro otro cuartito de hora de paseo hasta que localizo la intervención de armas, menos mal que hoy no es un día de los que hay cola, ni tampoco es la hora en la que los guardias que están de servicio se han ido a por el cafelito, y consigo entrar. El guardia civil me pide mi licencia de armas y la guía de circulación, cosas que muestro con el natural respeto que siento por la Autoridad. A continuación me solicita el modelo 790, que atestigua el pago de tasas para el transporte aéreo nacional o extranjero. Si no he sacado con anterioridad el impreso de la página de la Guardia Civil de Internet tengo un problema, porque es más que probable que el guardia en cuestión, que recordemos que está de servicio, no tenga ningún impreso disponible; pero si soy un tipo avispado y he conseguido localizar el dichoso modelo 790 en Internet, puedo tener un segundo problema más serio: el pago. El guardia en ese instante me recuerda, con la condescendencia que concede la autoridad, que debería haber satisfecho la tasa antes de venir –la tasa para el año 2011 son 3,61€– y me apremia con urgencia a salir a buscar un banco que acepte mi pago, porque la Guardia Civil, faltaría más, no acepta pagos en metálico no vaya a ser que alguien piense que pagamos a un guardia con el propósito de sobornarle. Y es que 3,61€ dan mucho de sí. Salimos de la oficina y, claro, el banco que hay más cercano en esa terminal está cerrado, ¿Cómo iba a haber un banco abierto a las cuatro de la tarde? ¿Y además en un aeropuerto? Preguntamos, con cierta vergüenza, al camarero del bar más cercano quien nuevamente con condescendencia nos informa que hay bancos abiertos en la T1 y T2. Pero, ¿no acabo de venir yo de allí? No voy a extenderme, pero al final he conseguido pagar los 3,61€ del modelo 790, porque en el piso de arriba de la T4 sí que hay una sucursal abierta de Caja Madrid. Bajo otra vez los tres pisos por la cinta mecánica y compruebo que cuando tengo prisa siempre hay gente que se queda parada en la cinta, sin andar y formando pequeños grupos que no me dejan adelantar. ¡¡Demonios si parece que viven allí!! Con satisfacción muestro mi modelo 790 sellado por el banco, que demuestra que mi aportación va a servir a los propósitos del Estado, aunque no sé yo si después de la comisión del banco quedará mucho restante del importe original. El guardia saca, con elegancia, un cuaderno y cumplimenta a mano los datos pertinentes (¿para qué vamos a usar ordenadores? ¡Menudo atraso!). Hay que rellenar cada casilla: marca y modelo del rifle, número de serie, número de balas, destino final, nombre y apellidos del viajero. Toda esta información “vital” se cumplimenta en un impreso que, gracias a las últimas tecnologías que usa la Benemérita –que están basadas en el uso indiscriminado del carboncillo– sale por triplicado. El documento final consta de tres cuerpos ciertos: uno amarillo, uno azul y otro verde. El papel amarillo hay que guardarlo con mucho cuidado para devolvérselo a la Guardia Civil a nuestro retorno, el verde tiene que ir dentro de la caja acompañando al rifle en todo momento y el azul lo guarda la Intervención con mucho esmero y dedicación en aras de la seguridad de España. Por fin hemos pagado todo, rellenado todo, aclarado todo y volvemos a la T2. Como siempre, hay que hacer más pagos –de aparcamiento y de peajes– y también hay que buscar infructuosamente una plaza para estacionar o un carrito en el que encajar maletas y armas. Es posible que con todos estos trámites hayamos perdido el avión pero hoy estamos de suerte y llegamos a tiempo. La azafata de tierra pone cara de horror al ver que llegamos con un rifle, y si tiene un mal día puede que nos pida que vayamos a la oficina de billetes para pagar 65€ de tasas por el mero hecho de transportar un rifle; y también nos recordará que deberíamos haber avisado con anterioridad a la línea aérea sobre nuestras intención de llevar un arma y que ahora ella tiene que enviar un teletipo al aeropuerto de destino para indicar que llegamos nosotros con nuestro rifle. Es más que probable que la azafata que nos ha tocado en suerte nunca haya realizado este ingrato trámite con anterioridad y, en este caso, tendrá que preguntar al compañero del mostrador de al lado que, por alguna extraña razón, siempre tiene más experiencia que nuestro “responsable” de embarque. Es como la fila de los tontos: nos pongamos donde nos pongamos, el señor o señora del otro mostrador inevitablemente tendrá las respuestas que precisa el del nuestro. Todo este proceso despierta el recelo de otros pasajeros, que empiezan a mirarnos con impaciencia, porque ven que su embarque se retrasa más de la cuenta por unos pesados que no paran de envolver una maleta metálica con cinta naranja. Por fin, imprimen las tarjetas de embarque y con nuestra colaboración envuelven las cajas de rifles y munición con la famosa cinta ZZ naranja, cinta que para ser cortada requiere de un uso indiscriminado de bolígrafos y llaves porque es bien sabido que ni unas malditas tijeras de uñas pueden llevarse ya en un avión. (Esto es curioso porque cuando vamos en aviones de países musulmanes sí que nos dan cubiertos metálicos para comer y no de plástico, es como si ellos mismos reconociesen que en sus propios aviones no va a pasar nada. Y es que a pesar de tanta alianza de civilizaciones y tanta igualdad de derechos religiosos sigue habiendo musulmanes que se inmolan en nombre de su Dios y de su Profeta y que yo sepa aún no se ha inmolado ningún rabino, ni ninguna monja católica de clausura en un autobús de línea). Bueno, volvamos a lo nuestro, que era cortar la maldita cinta ZZ que, por otra parte, habrán tardado varios minutos en encontrar, ya que nunca suele estar disponible porque se ha agotado y tienen que reclamar a voces a sus compañeros de los otros cinco o seis mostradores de embarque. El resto de los pasajeros piensan que el proceso ha terminado cuando ven con horror que la azafata abandona su posición y nos anima a acompañarla; y es que los rifles deben entregarse en la cinta de equipaje voluminoso y no en la cinta convencional que está junto al mostrador de embarque, importante formalidad que tiene que realizar la azafata en persona, aunque antes de ir deberá llamar a algún extraño ser que vive en las tripas del aeropuerto para decirle que va a despachar dos cajas especiales, una de armas y otra de munición, que siempre me ha parecido ridículamente pequeña para merecer el acceso a través de la zona de equipajes voluminosos. Menos mal que en la T2 la cinta de equipaje voluminoso está muy cerca del mostrador de LH que si no algún pasajero nos insultaría, seguramente porque no sabe que venimos de la T4 bastante sofocados.
Volamos asustados en un asiento diminuto, porque al llegar a Alemania tenemos que importar las armas y no conocemos las diligencias. Y además todo el mundo sabe que los alemanes son muy cabezas cuadradas y muy rígidos, mientras que nosotros somos flexibles, creativos y rápidos. ¿Y si la oficina está cerrada? ¿Cómo localizarla? ¿Y si está en otra terminal? ¡Qué lío, Dios mío, qué lío! ¿Por qué no me habré dedicado en la vida a la observación de la TV?
Aterrizamos en Frankfurt. Mi maleta sale a los pocos minutos, pero mi rifle no. Me acerco al mostrador de equipajes extraviados y comento con timidez y voz baja que no encuentro mi rifle. La persona encargada me recomienda que vaya a la zona de llegada de equipaje voluminoso que, casualmente, está enfrente de la zona de reclamación en la que me encuentro. ¿Será casualidad o es que los alemanes se organizan así de bien? Allí me espera un sonriente empleado vestido con mono y con mi maleta ya cargada en un carrito de ruedas que señala en dirección a la salida y me dice: “Polizei, Polizei”. Miro a la salida pero no veo a ningún policía e interpreto que no debo salir por la zona verde del “Nothing to Declare” sino por la zona roja del “Goods to Declare”. Entro en este misterioso recinto, que nunca he visitado, y dentro hay dos o tres policías alemanes muy ocupados en tareas administrativas. Les digo que traigo un rifle de caza y me dicen que les enseñe la Tarjeta Europea de armas de fuego. La saco de un bolsillo y abro la caja del rifle. El policía de aduanas comprueba el número y me dice que todo está bien y que bienvenido a Alemania. ¿Y mis papeles triplicados? ¿Y el formulario de tasas? ¿Y los 3,61€? Nada de nada, solo me dice que bienvenido y me abre una puerta que me deja entrar en su país. ¡Caramba, qué sencillo! ¿Y estos son los cuadriculados?
Paso dos días estupendos cazando corzos y el domingo por la tarde cojo el vuelo de regreso que sale de Frankfurt más o menos a las 21:00 horas, un vuelo muy frecuentado por aquellos que quieren aprovechar el fin de semana o tienen conexiones desde otros aeropuertos. Llego con cautela al mostrador de embarque y pregunto que cuál es el procedimiento para facturar un rifle. La azafata me dice que no hay ningún trámite especial, que hace unos meses ella sí tenía que avisar a la policía que se encargaba de venir al mostrador y llevarse el rifle a la cinta de equipaje voluminoso, pero que ahora esa diligencia se ha suprimido porque era demasiado lenta. Con gran respeto por este pueblo entrego el rifle para que lo etiqueten con destino a Madrid y, al minuto, aparece un señor forzudo con mono que se lo lleva a la zona de embarque. No hay impresos triplicados –azules, amarillos ni verdes– ni tasas, ni intervención de armas, ni 3,61€. Así interpreta Alemania la libre circulación de personas en la Unión Europea, así de sencillo. El proceso de embarque no se retrasa porque uno de los millones de cazadores que hay en la Unión Europea decida salir de casa, no se molesta a los demás ya que la policía alemana no se preocupa de un rifle que sale del país. ¿Para qué iba a hacerlo? Si el rifle está en Alemania es que estará legal y si no, al fin y al cabo, ahora sale de sus fronteras. ¿Para qué preocuparse? (Por cierto, en Suiza es más sencillo todavía porque ni abren la maleta). ¿Será esto la civilización? ¿Que la Administración facilite la vida a sus administrados?
Aterrizo en Madrid, en la T2, pasadas las 11 de la noche. Después de esperar media hora, sale todo el equipaje excepto mi rifle, aunque esto lo esperaba. Pregunto al señor de equipaje perdido, quien me dice que no sabe muy bien donde pueden llevar mi rifle. Me dice:
–“Puede que a la intervención de armas de la T1 o a la de la T4. De todas formas, a esta hora ambas están cerradas así que vuelva mañana.”
–“Es que mañana me marcho a Santander” le digo con resignación. “Es por trabajo”, trato de justificarme, en un país donde el ocio de los demás está mal visto.
– “Y a mí ¿qué me cuenta? La Intervención está cerrada. Ponga una reclamación.”
A mi lado observo a un grupo atónito de cazadores alemanes, cada uno ha comprado un permiso para cazar un macho montés en Gredos por el que han pagado 20.000€ pero su rifle no está disponible.
–“Tomorrow, tomorrow”, les dice el señor de los equipajes perdidos.
Seguramente el permiso es solo para dos o tres días y estos señores alucinados, que vienen a gastar su dinero en nuestro país, acaban de perder un tercio del tiempo de su cacería porque la Intervención de Armas está cerrada. Todo porque unos guardias no cobran 2.000€ de horas extras y han decidido dejar de prestar un servicio público. Todo porque un gobierno incompetente ha recortado donde nunca debió hacerlo y ha despilfarrado cantidades ingentes en proyectos o subvenciones que a los ciudadanos no nos aportan ningún valor. Escucho los comentarios de los germanos, alusivos a la incompetencia y la falta de seriedad de España y siento pena y vergüenza. Y yo, que pensaba que la policía no dormía, que siempre estaba vigilante… “Tomorrow, tomorrow” repite el eco. Esta es la España de hoy, donde todo se queda para mañana, mañana.
Mi rifle (como el de estos señores alemanes) pasará la noche en el aeropuerto de Barajas. Imagino que estará controlado, pero no estoy seguro. En vez de estar en mis manos, que tengo permiso vigente e incluso la Tarjeta Europea de Armas de Fuego, pasará la noche subido en un carro o quizás, si hay suerte, en algún depósito desconocido de Swissport, que es la empresa que lleva el handling de Lufthansa. Antes de irme a casa frustrado intento averiguar si, por lo menos, el rifle estará a buen recaudo. Pregunto que si hay algún guardia civil pero me dicen que no, que en la T2 a esa hora no hay ninguno. El vigilante de seguridad, de origen iberoamericano, tampoco sabe nada, aunque me recuerda que a esta hora de la noche solo funciona una de las puertas de salida del aeropuerto ya que todas las demás están inhabilitadas por falta de personal para controlar los accesos. Como cabe esperar, la puerta que sí funciona es la más alejada de la parada de taxis o la salida del parking.
A la mañana siguiente decido retrasar mi viaje y voy a la intervención de armas de la T4 a las ocho de la mañana, ya explicaré mi retraso en Santander. El papel amarillo lo emitió, al fin y al cabo, esta intervención y, en un ataque de optimismo, decido volver allí, ya que esta oficina de la T4 tiene un horario más amplio. El guardia civil de turno me dice que allí no hay nada, que no ha llegado ningún rifle y que seguro que se ha quedado perdido en Frankfurt. Le pido que llame a sus compañeros de la T1, lo que hace, no sin cierta resistencia, y me confirma que allí tampoco hay nada. Me mira con cierto aire de triunfo y me recuerda que seguro que el rifle sigue en Alemania y que debo protestar en Lufthansa o, en su defecto, poner una queja. Esta cantinela me empieza a sonar. Si alguien ha leído estas líneas con interés recordará que yo estoy ahora en la T4 pero LH está en la T2, así que nuevamente me dirijo allí cargado de frustración, pero cuando voy conduciendo (tras los procesos de aparcamiento, pagos, peajes y pérdida de tiempo) recuerdo que no he traído los resguardos de facturación de las maletas. Lo cierto es que nunca sospeché que la Guardia Civil, que a mí me exige una caja de seguridad para guardar mis armas en casa, iba a dejarlas abandonadas toda la noche en la oscuridad del aeropuerto sin control ninguno por su parte. Tengo dos soluciones: irme a casa a por los comprobantes que, por suerte, siguen pegados en el pasaporte (y para ello meterme a luchar en la M30 contra la masa furiosa de conductores que van cabreados a trabajar) o bien llamar a Lufthansa y ver qué pasa. Opto por la segunda solución y tras un par de llamadas me conecto con Swissport, donde me confirman que los rifles sí están allí –la próxima vez me va a oír el guardia que decía que estarían en Alemania– y que los llevarán a la intervención de armas de la T1 a las 11:00 de la mañana.
–“Oiga que son las 8 y me tengo que ir a Santander.”
– “Ya, pero es que ahora tenemos mucho lío. De todas formas, si no le parece bien ponga una reclamación”.
¡Coño con las reclamaciones y las quejas! ¿Es que nadie da soluciones realistas? Me vienen a la mente los alemanes que han pagado 20.000€ y una noche extra de hotel, que no tenían prevista, y que seguramente sigan sin sus rifles porque no entienden mi idioma, ni saben lo que es la Intervención de Armas, ni que hay una T1 y una T4 que no coincide con la T2 donde llegaron anoche. Jamás comprenderán, porque en Alemania la aduana está siempre vigilante pero aquí la Guardia Civil del aeropuerto se va a dormir porque no cobra 2.000 cochinos euros. Pienso en el valor añadido de los 3,61€, que pagué el viernes pasado y finalmente recuerdo que un día le pregunté a un guardia civil que para qué servía todo ese trámite y hoy, de forma muy especial, rememoro su respuesta: “Es que tenemos que controlar las armas.” Y yo me pregunto: “¿por qué? y ¿para qué?
No hay solución, así que a la hora de comer volveré a la T1 a recoger mi rifle, habré invertido más de 100€ en llamadas, taxis, aparcamientos, gasolina, tiempo y salud. Y todo para comprender el valor añadido que me aportan 3,61€. ¡Viva España!