Disfrutando del campo en la tierra del vino
Este fin de semana, decidí desplazarme hasta La Rioja para pasar acompañado de mi buen amigo Xuso uno de los fines de semana más cinegéticos de lo que va de año.
Acababa de desembarcar en Logroño, cuando subidos en el 4×4 de mi amigo decidimos ir a dar una vuelta por el terreno colindante a la ciudad. ¿Dónde están las viñas? Me imaginaba yo que la Rioja sería todo viñas…Y que mal imaginaba, hay viñas, sí, pero también mucho monte.
Tras una exquisita comida protagonizada por carne norteña, quedamos con Rafael y su novia, Rebeca. Dos amantes de los animales dónde los allá, podenqueros ambos y cazador él. Con una amena y divulgativa charla nos descubrieron todos los recovecos que aderezan su campestre vida diaria. Pareja llena de conocimientos campestres, nos enseñaron desde los cuidados que llevan las viñas, hasta lo difícil que es conseguir diferentes pelajes en las chinchillas. Fácilmente se puede deducir que la tarde fue entretenida, y que para debatir y profundizar en los tantos y varios temas que allí tratamos harían falta muchas más. Como no podía ser de otra manera, Rafael y yo, compartimos opiniones acerca de todo el panorama cinegético español.
Tras dormir muchas menos horas de las recomendables por las correspondientes juergas, pusimos rumbo hacía lo que sería el último eslabón del fin de semana cinegético. Se trataba de un gancho amistoso entre los componentes del coto local al que pertenece mi amigo Xuso. El terreno prometía, y es que por dónde mirases podías ver excrementos de ciervo y huellas de jabalí.
Pude comprobar el lado menos comercial y profesional de la caza mayor, y es que allí, todo se lo guisan, y como aquel que dice, todo se lo comen.
Si bien es cierto que en el primer ganchito me aburrí más que una ostra y los ojos se me iban en dirección a los pocos zorzales que por allí pasaban, en el segundo hubo más movimiento y por tanto, más entretenido estuve. Xuso tiró a un buen guarro, que se ganó el apelativo debido a su tamaño, a pesar de no tener una gran boca. Éste calló en el puesto contiguo. Al poco de abatirse el primero, vimos que venía a una marcha traumática otro jabalí, éste mucho más pequeño que el anterior. Esperando su entrada al puesto, el compañero que había resultado anteriormente afortunado consiguió abatirlo de un certero primer disparo. Nos quedamos con las ganas, otra vez será.
Con el embarque hacia Madrid poco después del medio día acabaron mis andanzas por las tierras Riojanas. Buen sabor de boca me quedó, y ya no por la gastronomía, que también, sino por el trato de sus gentes, por los bellos parajes que matizan la vista y como no, por la grata compañía de los amigos que allí me recibieron.