De lobo a cordero

 

Aprendamos a usar las redes sociales, disfrutemos de esos días de amigos donde el número de piezas abatidas sea banal. Hemos pasado de ser lobos en la sociedad, a corderos que tratan de llevar al matadero, porque ahí nos dirigimos. Intentemos no atacarnos ni posicionarnos con el desconocimiento de los hechos. La caza ha cambiado, claro está, pero cada cazador elige su manera de vivirla.

Con un clima dentro del sector cuanto menos tenso, es hora de echar la vista atrás. Viajar a una época, por qué no decirlo, más bonita cinegéticamente hablando. ¿Cualquier tiempo pasado fue mejor? Me atrevo a decir que sí, sin ni siquiera haber vivido mucho. La caza está en cuarto menguante, enseñando una cara oscura y, de vez en cuando, oculta al conocimiento de los cazadores.

Somos diana para comentarios sobre destrucción de la naturaleza. La ignorancia se apodera de los teclados y, empachada de ego, vomita estupideces capaces de inundar las redes. Todos los beneficios directos e indirectos que la caza genera, quedan a la sombra de la sociedad. Por realizar una actividad dentro del marco legal somos blanco de crítica y, entonces, es hora de responder a una de las preguntas que más retumban a la hora de hacer balance en cuanto a la caza actual.

Claro que cualquier tiempo pasado fue mejor. Tiempos en los que los cazadores eran gente admirada en los pueblos, abriéndose a su paso caminos de elogios y halagos. Donde la caza era caza y donde el campo vivía una situación muy distinta a la actual. Se organizaban las cacerías en función de lo buena que estuvieran las manchas, sin la burocracia apretando y exigiendo; la carne se repartía entre los cazadores y había ambiente de autenticidad. Salidas de una semana, sin parar de cazar, por afición y necesidad. Entonces se abatían reses para carne -de consumo propio-, los cuernos se vendían y si se iba a guarros… era a por el más gordo. El campo no parecía un cultivo de plomo, se tiraba asegurando y la ausencia de ventajas hacían que ver bichos correr, a ‘ciento y algún metro’, se quedase en un simple porfiar porque había logrado escapar. Planteles, en el propio campo y no sobre hormigón, escasos -que sabían a gloria- y alguna que otra peseta que caía por presentar alimañas, hacían la boca agua a esos cazadores que hoy día están casi extintos. Los cazadores entonces se forjaban en el fluido de la vida ‘aviando’ sus capturas, porque el trabajar era parte de su ser y se aprendía a disparar cuando ya se sabía qué tocaba hacer con la pieza.

La verdad del campo hace tiempo que abandonó la amante que tantos años y buenos ratos le dio, para acercarse a lo nuevo y volverse peor. Ahora es época de granjas, de vallados de más de dos metros, de ‘cazadores’ escrupulosos incapaces de mancharse que buscan una nueva novia para la veda; ahora es época de mostrarnos, de cazar para el público. Los ganchos de amigos han dado paso a las monterías comerciales; perdices plantadas que caen con mirarlas, cuando el gran Tragacete hablaba que el mejor cartucho para las patirrojas eran las piernas; liebres pasando por su peor momento y migratorias que cambian sus hábitos. Repudiando un poco el momento de la caza que nos toca vivir, también tiene sus cosas buenas. Esa caza de público, bien entendida, puede servir de lanza directa hacia colectivos que nos atacan de no tener corazón y ser unos criminales. Respeto a la pieza abatida, la clave para no lanzar piezas contra tu propio tejado. En redes no todo vale, pero ante fallos tenemos que actuar con conciencia. Es de traca que un vídeo —por España entera ya conocido— genere comentarios por parte de cazadores criminalizando a otro igual. Esa desunión solo consigue abrir brechas y, de nuevo, exponernos al ataque. La ignorancia no puede hacer que nos debilitemos y rectificar es de sabios, pero aquí a veces es tarde, quedando huella que usan en nuestra contra. A falta de conocimiento sobre los hechos intentemos echar capotes en vez de poner zancadillas. Las críticas constructivas son las que ayudan a madurar y es por ello que, con educación, podremos ir ‘escribiendo’ unos cánones sobre el buen uso de las RR. SS.

Aprendamos a usar las redes sociales, disfrutemos de esos días de amigos donde el número de piezas abatidas sea banal. Hemos pasado de ser lobos en la sociedad, a corderos que tratan de llevar al matadero, porque ahí nos dirigimos. Intentemos no atacarnos ni posicionarnos con el desconocimiento de los hechos. La caza ha cambiado, claro está, pero cada cazador elige su manera de vivirla. Yo elijo disfrutar del campo con los míos, compartir lumbres con charlas interminables al calor de un vino, seguir soñando lances y ver como las barbaridades en redes sociales se quedan en la cara oculta de la verdad de los cazadores.

Ignacio Candela