Crónica de una muerte anunciada

 

Me han llegado noticias de «monteros» que llevan el arma con munición de sorda para asesinar vilmente a traición a aquellas que salen mientras baten el monte con las rehalas, y estos detestables “depredadores”, aunque luego os hagáis la foto, la colguéis en Facebook y saquéis pecho, no os hace cazadores: os hace merecedores de no volver a cazar nunca más, porque no habéis entendido… ¡nada!

Nuestra querida dama del bosque se encuentra en un callejón sin salida. Siento ser tan agorero, pero las últimas campañas han llevado al desaliento a muchos becaderos, entre los cuales me incluyo.

Los enemigos naturales de las becadas siguen ahí, y no sólo no disminuyen sino que en la mayoría de los casos están aumentando. Las nuevas hordas “fascistoanimalistas” aprietan fuerte, y sus corrientes de opinión están arrastrando a las políticas comunitarias hacia la protección y conservación de gran número de predadores de forma indiscriminada, lo que va en detrimento de la becada y otras aves similares como el urogallo, el gallo lira, etc.

Si bien es cierto que los repuntes de peste porcina en Rusia han dado un respiro en lo que a depredación de nidos se refiere, no es menos cierto que el calentamiento global y el tan manido cambio climático han provocado en los últimos años devastadores incendios en los cuarteles de cría de las becadas en plena época de polladas, lo que ha hecho que los contingentes migratorios se vean fuertemente mermados. Si a esto le unimos los otoños e inviernos tan anormalmente cálidos y secos que estamos viviendo en Europa, nos encontramos con un cambio de costumbres migratorias en la que cada vez más ejemplares evitan el sur de Europa, concentrándose las  pocas que llegan en las zonas costeras y húmedas en cantidades inusuales.

A todos estos enemigos naturales se le ha sumado uno nuevo, no menos dañino que cualquiera de los anteriores: las redes sociales, en sus varias vertientes. El mal uso de estas está contribuyendo negativamente a la pervivencia de la especie.

El momento en el que hay entrada, la información en cuestión de minutos llega al rincón más inhóspito y no hay cazador, por muy perezoso que sea, que no salga al monte. Cuando hace años no existían las RR. SS., las salidas de los cazadores eran mucho más aleatorias y, si coincidía, bien; si no, buena suerte para el pájaro. Era una presión que permitía un caza sostenible de forma natural por propia inercia. Hoy esta aleatoriedad se ha perdido y la presión es brutal.

Lo peor no es esto, se ha creado un áurea sobre la figura de la becada que, erróneamente, parece que cualquiera que la cace es un prohombre, un supercazador. Se ha puesto de moda de tal manera que desde finales de octubre es un no parar la obsesión de colgar fotos y más fotos para demostrar lo gran cazador que es uno, y se ha convertido en una especie de efecto llamada muy dañino para la especie. Qué lejos quedan aquellos tiempos en que los grandes cazadores siempre daban por respuesta ante las preguntas de ¿cuántas?, ¿qué tal se dio?, ¿dónde la cazaste?… «En el campo, poca cosa, pasé la mañana; si quieres saber si hay patea el monte, ¡pínchate!». ¡El que quiera becadas que se moje hasta los calzoncillos y se pinche los atributos!

Hoy, esta falsa creencia de que cazar una becada te hace especial, ha hecho que se pervierta la esencia de esta caza hasta límites insospechados. Me han llegado noticias de «monteros» que llevan el arma con munición de sorda para asesinar vilmente a traición a aquellas que salen mientras baten el monte con las rehalas, y estos detestables “depredadores”, aunque luego os hagáis la foto, la colguéis en Facebook y saquéis pecho, no os hace cazadores: os hace merecedores de no volver a cazar nunca más, porque no habéis entendido… ¡nada! Del mismo modo que aquellos que salen con sabuesos, perros de rastro ante la presencia de fuertes pasos en el norte, no sois cazadores ni de becadas ni de nada; tampoco vosotros que las asesináis al paso, entre naranjos, esperando malvices, o en los pasos de paloma. Sois salvajes que corrompéis y prostituís una de las cazas más nobles que existen, porque cazarla con todas las de ley, eso sí tiene mérito. Vuestra forma de matarlas os delata y retrata tanto como aquellos que se creen grandes becaderos por aprovechar días de fortuna y hacer carnicerías tremendas sin respetar los cupos; eso hasta un tonto lo hace, porque cuesta abajo y sin frenos hasta la mierda corre.

No tiene mérito asesinar una docena de becadas bajo el pretexto de que he pagado mucho por ese día, o porque si no lo hago yo otro lo hará; no es justificable bajo ningún concepto, es pan para hoy y hambre para mañana. Los días que alguien mata una docena de sordas que piense que ahí lleva una treintena de pájaros, de los cuales 20 nunca darán juego a sus perros, ni a él ni a nadie, porque no verán la luz…, y el año próximo no te lamentes por el mal año que es; laméntate por haber contribuido a un mal año que podía haber sido fantástico.

Pasar del centenar de sordas por año, tal y como están las cosas, denota un desconocimiento total y una falta de empatía inexcusable. No tiene justificación bajo ningún pretexto y no hace sino dar la razón a quienes proponen un carnet becadero con precintos y cupos anuales a nivel estatal, tal y como ya hacen nuestros vecinos franceses.

Luego lloraremos como niños lo que no supimos gestionar como cazadores. Pero, mientras tanto, disfrutad de vuestros selfis, sacad pecho en las barras del bar de vuestras capturas y de los grandes perros que tenéis (con densidades anómalas por fuertes concentraciones, claro); sacad pecho, que ya llegará Paco con la rebaja. De momento, con tanto selfi y perchas de pájaros, hemos conseguido despertar a nivel global la inquietud de los cazadores locales en sus zonas de cría. Esto se acaba.

Espero no tener que decir a mis hijos y nietos que era una modalidad de caza preciosa, pero entre todos la matamos y ella sola se murió.

Miguel Alonso Valdivieso