Color de rosa
Existe un fenómeno denominado “retrospección de color de rosa” que consiste en aplicar un matiz positivo a un recuerdo, decorar ese hecho pasado con un tinte más idílico de lo que realmente fue.
Muchas de nuestras pasadas vivencias cinegéticas están bañadas de ese color rosa. Recordamos casi con pinceladas oníricas, lances, momentos y episodios que si aconteciesen mientras se lee este párrafo perderían el componente que les dota de ese algo tan especial.
Y es que, en estas lides, parece que cualquier tiempo pasado fue mejor. Nuestro cinematógrafo mental reproduce a cámara lenta aquel jabalí perseguido por una profunda ladra o las plumas llovidas de la perdiz tras un certero disparo o aquel taco compartido con amigos tal día de tal año después de cazar en tal lugar.
Este fenómeno por sí mismo no es malo. Lo malo es no saber saborear el almíbar del presente.
Siempre hubo más conejos, siempre hubo más y más bravas perdices, siempre vinieron más palomas en invierno.
Todos hemos sido testigos del descenso de la caza menor y guardamos en nuestra filmoteca sepia historias y perchas de antaño que muy difícilmente se vuelvan a conseguir.
Pero como cazar y matar no es lo mismo, para mí, prima la calidad. La calidad del momento, de ese preciso momento que no hace falta pintar de rosa.
Es preferible vivir de ilusiones y no de recuerdos. Tener la voluntad de proponerse una gran temporada. De lo contrario seremos unos pusilánimes a los que el tedio ha vencido y amoldaremos el sillón con una morriña cada vez más honda.
Flaco favor le haríamos al relevo generacional si les desmotivásemos con tan desalentadoras expectativas. Recordad que ese niño insomne en la noche previa, tiempo atrás, fuimos todos nosotros.
Por ese niño tenemos el deber y la responsabilidad de cuidar y mejorar la caza, de dejarle una herencia mejor de la que nosotros recibimos y de animarle a cultivar una pasión que le quitará el sueño más intensamente que diez cafés. Y como este mundo está hecho de mieles y de hieles, ha de beber a sorbos cortos y delicados los aciertos y aprender de los tropiezos y los tiros errados, como hicimos todos.
Es final de septiembre y el otoño siempre se me asemeja a una segunda primavera. La luz del sol cambia, la temperatura se suaviza y el campo verdea tras el estío. Parece como si Perséfone eligiese también este tiempo para escapar de Hades y sembrase cada hoja yacente a modo de flor.
Vuelven a sonar las caracolas y a quebrarse las jaras; las mañanas frías de pólvora quemada; vuelve a brillar el pavón, a aullar el beagle y a clavarse el setter. Vuelve a llorar el perrero por el perro caído; vuelve la pitorra a zafarse tras los robles y los galgos a volar sobre el barbecho.
Ahora es momento de crear recuerdos, del carpe diem, que el tiempo ya se encargará de coser a nosotros con perenne hilo de iridio los que merezca la pena guardar.
Ya habrá lugar para lo pasado, cuando las piernas nos pesen más que las ganas, pero mientras tanto, cacemos. Preocupémonos por el disfrute ahora, por sumar batallas y comer el taco, por comentar el lance y maldecir los fallos. Vivamos la temporada que comienza con la ilusión de aquel niño, que ya habrá tiempo de que en el mármol se cincele: Aquí reposa un cazador.
Alberto Serradilla Garzón