Cazadores
Como cazador que soy —uno de los más de un millón de españoles que lo somos— me ha impresionado el suceso acaecido en el término municipal de Aspa (Lérida), en el que un cazador disparó con su escopeta a dos jóvenes agentes rurales, causándoles la muerte por un disparo a la cabeza, cuando le habían solicitado la documentación. En la información del suceso no se precisa si hubo discusión previa y tampoco importa, porque nada puede justificar la acción violenta del autor de los disparos. También la información es confusa, porque se habla de que no tenía licencia para usar una escopeta, que no era suya, por haberla vendido, pero añade que sí la tenía para usar un rifle de su propiedad. Como dije antes, lo terrible del suceso es la reacción desproporcionada del autor del doble homicidio, que lleva a pensar que no estaba en sus cabales. No obstante, recuperó de inmediato su cordura, porque todas las informaciones coinciden en que fue él quien llamó al teléfono de emergencias para denunciar el suceso. Su explicación fue que al solicitársele que descargara la escopeta «en un acto instintivo y no voluntario» procedió a disparar, o como dice su abogada «le dio un vuelco el cerebro».
Mal lo tiene su defensa, porque los disparos fueron tres, que es el máximo de disparos que tienen tanto las escopetas como los rifles, por mandato de la UE. Y fueron dos personas a las que se disparó y encima con perdigones, de un plomo conveniente para cazar tordos o zorzales (que era el objeto de su cacería), un pájaro pequeño, pero que también mata a las personas cuando se las dispara a bocajarro. Pido perdón, sí, con tanto detalle puedo herir la sensibilidad de algún lector, pero prefiero ser yo, y no los tradicionales enemigos de la caza, el que ahonde en los detalles.
Un suceso lamentable del que no tienen la culpa ni la caza ni los cazadores. La culpa corresponde a la naturaleza del hombre, porque ante una demanda tan propia de los agentes de la autoridad de enseñar la documentación, a la que los cazadores estamos sobradamente acostumbrados y no tiene nada de insólita, se reacciona con una violencia suprema y añado que cobarde.
Desgraciadamente, otras dos muertes violentas por disparos me dan la razón de que la culpa no la tiene la cacería ni quienes la practican, porque no eran cazadores los que fechas antes mataron en Alicante a tiros a una señora, viuda del presidente de la CAM y, supuestamente, por desavenencias familiares y, en un hostal de Orense, casi coincidiendo con la muerte de los forestales, un hijo mató a su padre con una pistola, suicidándose a continuación.
José Ramón del Río
Publicado en malagahoy.es