Cazador cazado
Creo que no habría mejor título para este relato que el que he decidido poner y resuma todo lo acontecido en dos palabras. Pero así, sin más, no dice nada. Incluso ni os podéis imaginar que fue lo que me cazó.
Soy un esperista nato, enamorado de las noches extremeñas. Cada rato que tengo lo dedico a pistear huellas y rastros, y ni q decir tiene que cada noche que puedo, me escapo a disfrutar de mis esperas. Desde que empecé a cazar me iba solo y como yo decía » a espantar guarros». No sé cómo me las apañaba pero cada vez que me entraba alguno, siempre había una razón por la que se iba igual que venía. ¡Bueno no! Más rápido aún…
En mis noches a solas y algunas veces teniendo de testigo a la luna, he visto casi de todo lo que puede suceder con los animales nocturnos, hasta el punto de sentirme como uno más acechando en la oscuridad. Pero lo q me sucedió una noche de agosto no me había sucedido jamás.
La tarde estuvo muy calurosa y como a estas alturas del verano el agua escasea ya por los arroyos y manantiales, decido ir a los márgenes de una rivera donde solo unos pocos charcos reducen la posibilidad de encontrarme con mi deseado jabalí. Al caer la tarde ya estoy en el lugar deseado. Mi silla cómoda, mi rifle y mi botella de agua, somos los que estamos y estamos los que somos.
¡Que maravillosas vistas! Disfruto del atardecer y de los animales que van buscando su refugio. ¡Bendita naturaleza!
Al permanecer en mi puesto casi inmóvil, puedo apreciar como un zorro joven viene zigzagueante la rivera arriba y, con el sol puesto completamente, empiezo a escuchar como un soplido sale de unas encinas que están situadas en frente de mí. ¿Que serán esos soplidos? Se que de algún ave rapaz nocturna es, pero en ese instante, no estoy seguro de cual se trata.
Sigo a lo mío, buscando el más mínimo sonido y la más pequeña sombra entre la oscuridad de la noche. Lo que antes era un soplido ahora son dos, uno más abajo que el otro, pero sigo sin prestarle demasiada atención. De repente y como dos fantasmas, pasan a escasos metros de mi cabeza dos búhos reales, posándose en una ladera que tengo a mi espalda. Majestuosos seres que dominan la noche en nuestras dehesas, ahora si estoy completamente seguro que eran ellos los que soplaban incesantemente.
Pero yo, aún, sigo a lo mío. Ni rastro del cerdoso. Cuando de repente, “zassss”, noto como algo me golpea fuertemente la cabeza, clavándome unas púas que sin lugar a dudas, me llegaron hasta el cráneo. ¡Dios que susto! Salto de la silla sin saber aún que me ha pasado y veo a uno de los búhos intentando remontar el vuelo, creo que aún más asustado que yo al no ser la presa que se esperaba. ¡Que susto! Me toco la cabeza y saco la mano llena de sangre. Pobre animal que con la escasez de conejos ya no saben ni que comer…
¡Que dolor de cabeza! La sangre, que es muy escandalosa, de repente mancha mi camiseta, y lo peor de todo es que me ha estropeado mi aguardo.
Menos mal que todo quedó en un susto y no fue nada que un poco de agua oxigenada no pudiera controlar. Ahora sigo con mis salidas nocturnas pero con un buen sombrero y siempre debajo de una gran encina. Por si acaso.
Ismael García
Juvenex