Un perro y sus consecuencias… por José Manuel Redondo

9 enero, 2012 • Miscelánea

Como siempre he tenido perras, el caso es, que yo, lo que se dice querer, quería una perra… Al menos, eso era lo que creía que me traerían ese día pero, mira tú, por donde, en aquel parto sólo nació una perra y se la quedó el dueño de la madre… Por ello, lo que me pusieron en las manos fue: ¡UN PERRO! (dicho sea en el sentido mas peyorativo del término).

Todo tuvo su origen aquél domingo, en el coto, donde me presenté a cazar sin mi “compañera” de los últimos siete años… Les expliqué, con un nudo en la garganta, que había fallecido (victima de su leucemia) y que, por ello, en adelante, cazaría sin perro… De todos los componentes de la cuadrilla recibí, en aquél momento, ofrecimientos de hipotéticos cachorros… El único viable, resultó ser el de Luís, que hacía mes y medio, había cruzado su braco alemán, con una perra de la misma raza –propiedad de un amigo suyo- y esperaban el parto  para finales del mes en que estábamos. Yo, que nunca he sabido cazar sin perro y, por tanto, era terreno “abonado”, me dejé convencer y quedé con él en que me traería una perra, la más bonita de la camada… ¡Que lejos estaba yo de saber lo que se me venía encima!.

Y así se empezó a escribir la historia de mi perro, al que pusimos por nombre “Serko” cuando lo dejaron en mi casa aquél día 9 de noviembre del año de  gracia (¿?) del Señor de 1984… Ya desde el momento en que entró en ella y pasó a formar parte de nuestra  familia, comenzamos  a darnos cuenta de que eso que se dice (por supuesto, trasladado al mundo canino): “Que un perro, es un perro y sus circunstancias”…, es totalmente falso.  Lo realmente cierto, como luego tuvimos ocasión de comprobar con total certeza y seguridad, es que: “Un perro, es un perro y sus consecuencias”…

Y conste que cuando digo lo que acabo de decir, no lo hago de forma gratuita. Ya desde que “Serko” entró en nuestra casa, puso todo su empeño en dejarnos bien a las claras lo cabezota y lo bruto (noble, pero… ¡muy bruto!) que era. A la hora de las salidas, era él, el que se empeñaba en sacarnos a pasear a nosotros, y no al contrario, como suele considerarse normal… Cuando lo normal, desde el punto de vista estético, es ver las esquinas de un pasillo, lisas y formando ángulos rectos, él se empeñó en que era mas decorativo tenerlas mordidas a distintas alturas, para que el pasillo de la casa pareciese una mezquita mudéjar, sólo que con los arcos en sentido vertical… Y así, podríamos estar diciendo de casi todo y durante mucho tiempo.

En vísperas de comenzar la temporada de caza, tuvimos ocasión de comprobar, una vez más, lo de las “consecuencias” de tener perro… Estábamos en el campo, pasando el fin de semana y “Serko” vigilaba  la valla metálica que nos separaba de la carretera. Cuando pasó un carromato tirado por un borrico, “Serko”, ladrando como un poseso, emprendió veloz carrera tras ellos, con tan mala fortuna que fue a impactar, con el pecho, contra un grifo que había situado a medio metro de altura, junto a la puerta de entrada de la finca, haciéndolo con tal violencia que quedó, con él clavado bajo el cuello, sin poder moverse y profiriendo lastimeras llamadas de auxilio… Acudí a desengancharlo y me lo llevé, a toda prisa, a que el veterinario remendara el “siete” que acababa de hacerse en el cuerpo… Total, la “consecuencia” quedó reducida a una operación de hora y media de quirófano, quince días de convalecencia (eso sí, sondado y con un cubo sin fondo atado a la cabeza, para que no se lamiera la herida) y al consiguiente retraso en el comienzo de su entrenamiento para la temporada de caza.

La siguiente “consecuencia”, llegó el día que pisé el monte con “Serko”… El día de la apertura de la veda. Salimos, cazando “en mano” con la cuadrilla y todo fue bien… ¡hasta que sonó el primer disparo!. A partir de este momento, todo-no-pudo-ir-peor: ¡”Serko”, poniendo ojos de alucinado, se metió dentro de una “carrasca” y, allí, se acabó nuestro primer día de caza!  Fue el “desvede” más amargo que recuerdo y, eso que, como cazador, llevo ya bastantes años de servicio activo.  Esa noche (que pasé “en blanco”, dándole vueltas al tema), traté de analizar los hechos fríamente y llegué a la siguiente conclusión: Si los padres de mi perro eran ambos cazadores, y cazaban bien; y él, durante los entrenamientos, también lo había hecho bien; estaba muy claro, al menos para mi, que el problema residía en algún “gen” heredado –con información sobre alguna experiencia traumática padecida por algún antepasado—que era el que estaba ocasionando el “cortocircuito” en las neuronas de mi perro y siendo el origen y la causa de su “consecuencia” inmediata: ‘el terror a los disparos”…

Cuando al siguiente día, tuve un cambio de impresiones con los compañeros de la cuadrilla, pude oír comentarios para todos los gustos… Por ejemplo, el de Paco (era el típico “enterado”): ¡Eso se acaba llevándole al tiro de pichón y dejándole, a pié de cancha, durante un par de tiradas!…O el de Juan (el mas “corrosivo”): ¡Que debía usar otra marca de cartuchos, porque a lo mejor no le “sonaban” bien los que usaba actualmente!… O el de Víctor (siempre radical y drástico): ¡Lo que debes hacer es…darle “puerta”!… De todos sus consejos hice caso omiso, puesto que ya tenía tomada mi decisión: Conseguir, con paciencia y cariño, que “Serko” acabase cazando como lo que era: ¡Un buen perro de caza!

El domingo siguiente, previamente puesto de acuerdo con los miembros de mi cuadrilla, “Serko” y yo, nos encaminamos al extremo opuesto de la zona que ellos pensaban batir aquella mañana, es decir, a la otra punta del coto. El caso es que el perro empezó buscando bien, pero yo  iba “con la mosca tras de la oreja”. Cuando, por fin, “Serko “ se quedó de muestra, mi corazón empezó a latir de forma exagerada, parecía que quería salirse de mi pecho…Dejé que permaneciera inmóvil durante un buen rato y después me adelanté para hacer saltar la pieza…Voló la perdiz y, al oír la detonación, “Serko” se quedó momentáneamente encogido pero, como había iniciado la carrera hacía ella, al verla caer, se acercó donde estaba y, entre mis sonoras muestras de aprobación y entusiásticas felicitaciones, la tomó en la boca y me la trajo a la mano. Creo que solo me falto darle un par de besos en el hocico para recompensar su comportamiento. A partir de aquel momento, parece que la cosa empezó a cambiar ostensiblemente “a mejor”. Siempre que “Serko”  mostraba una pieza, procuraba que mantuviera la muestra durante unos minutos, antes de hacerla saltar y, siempre procuraba asegurar el disparo (en caso de duda, dejaba marchar la pieza). Con ello conseguí, en dos o tres domingos más, que el “enfermo” empezara a responder satisfactoriamente al “tratamiento”. Tan es así que, en cinco semanas, estábamos cazando con la cuadrilla como si nunca hubiera existido el mínimo contratiempo.

Tuvo muchas “consecuencias” el hecho de que “Serko” entrara en nuestras vidas. Puede que fuera un bruto (a mi mujer la hizo caer una vez en la calle, cuando lo sacaba a pasear). Puede que fuera un obstinado y un cabezota (cuando decía de meter la cabeza por una pared… ¡Ya podías ir pidiendo presupuesto para la segura reparación!). Puede que fuera un buscapleitos (a punto estuve un día de verme en el Juzgado, ya que, persiguiendo a un gato, entró a la carrera en un restaurante, en el que fue a refugiarse el felino, no se si por casualidad, o porque en él, solía darse “gato” por “liebre”). Puede que no fuera un extraordinario perro de caza, pero estaba fuera de toda duda que ponía toda su voluntad en mejorar y cumplía dignamente con su cometido… Además, nos profesaba a todos un extraordinario cariño y eso era, para nosotros, más que suficiente…

Un aciago día (de cuya fecha no he querido nunca acordarme), el bueno de “Serko” se acercó a nuestra cama tratando de despertarme de forma  insistente y cuando, aún con los ojos cargados de “sueño”, vi que tenía anormalmente dilatado el estomago y que se quejaba lastimeramente, me asusté ante la posible gravedad de la “consecuencia” que, de aquello, pudiera derivarse… Cuando salimos de casa, camino del veterinario, ninguno pensó que ya no volverían a verlo con vida… A mi, me tocó, como correspondía a un buen “padre”, “compañero” y “amigo”, estar con él en sus últimos instantes… Se quedó dormido en mis brazos, con sus ojos clavados en los míos, reflejando en ellos la tranquilidad y la paz que da el saber que alguien –a quien no le importaron nunca las posibles “consecuencias” de quererle– , estaría velando sus sueños…

José Manuel Redondo


Hay sólo 1 comentario. Yo sé que quieres decir algo:

  1. Raquel Perez dice:

    Lindo lindo lindo el relato!!!! Ademas me ha traido granfes y buenos recuerdos de mi perrita LIZ tambien Braco Aleman! Una historia muy parecida,la mia no comia paredes sino plantas,y no se asustaba de los tiros pero se llevo unas buenas collejas porque comia ella mas perdices y codornices que yo! Me ha encantado

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