Sequía, necios y gestión

1 diciembre, 2017 • Opinión

Parece ser que la sequía y sus graves efectos en el campo y en las especies cinegéticas está al alcance de todos los plumillas. Desgraciadamente, esta es una más de las consecuencias de la mal entendida “libertad de expresión”: cualquiera puede opinar. Bueno, lo cierto es que las opiniones son como el culo, todo el mundo tiene uno (y perdón por la grosería); el problema surge cuando quien opina utiliza para argumentar “no las témporas”, sino aquel lugar “donde la espalda pierde su casto nombre”.

Hace ya un par de semanas comentaba con un amigo la inconveniencia de las opiniones vertidas por un dirigente federativo (pretenso oráculo de cazadores) en un conocido medio generalista, el diario Expansión. En aquella entrevista se opinaba, y cito textualmente, “con el frío, las heladas darán humedad suficiente para el mantenimiento de un nivel aceptable de cubierta vegetal aprovechable por la fauna” o “Si no llueve más, esta temporada será complicada, incluso habrá zonas en las que se tendrá que dejar de cazar”. No voy a entrar a valorar tales afirmaciones, pues no me gusta hacer sangre de alguien que “trata de trabajar por la caza”; aunque el resultado sea el mismo que si yo me propusiera desarmar un reloj de cuco.

Lo malo, lo que es terriblemente malo, es cuando esas peregrinas ideas son puestas sobre el tapete, no para tratar de hacer un bien a la caza sino para tratar de prohibirla, para mostrarla como aquel jinete del Apocalipsis, para denostarla. Tal y como han hecho Ecologistas en Acción, el Partido Animalista – PACMA y demás iluminados. No voy a hacer aquí un alegato en defensa del magnífico esfuerzo que las  sociedades de cazadores, cotos y fincas de caza están realizando con aportes “imprescindibles” de agua y alimento; y no solo para que las especies cinegéticas coman y beban, sino para paliar las repercusiones que esta escasez de agua implica sobre el entorno. Quizás, gracias a este titánico esfuerzo, los animales no necesiten arrasar la flor o destrozar los suelos, pues estos también son una parte fundamental de los sistemas donde habitan. Desgraciadamente, muchas veces se olvida que los biotopos no solo los constituyen los animales, que son mucho más complejos, y que la vegetación o sus suelos son piezas que los conforman, piezas determinantes también para su correcto equilibrio.

¡Pero cada loco con su tema!, y como decía Paco Umbral en aquella famosa entrevista: “¡Yo he venido aquí a hablar de mi libro!”…

Parece ser que a ciertos colectivos, y a algunos “plumillas del copia y pega”, solo les preocupa que las especies cinegéticas estén en unas “condiciones de debilidad que limitan su capacidad de huida”… ¡Toma del frasco, Carrasco!, a freír puñetas la calidad del entorno, las condiciones de salubridad. ¿Para qué ocuparse del bienestar animal?, ¿para qué preocuparse de lo realmente importante?, ¿para qué utilizar esos criterios científicos de los que tanto cacarean para generar una opinión?… ¡Ups! No pueden. Desde un punto de vista, ya no “científico”, simplemente “racional”, y utilizando unos indicadores tan simples como “la capacidad de carga” de los sistemas. Su castillo de naipes se vendría abajo.

No es necesario ser biólogo o ingeniero (aunque si lo eres, mucho mejor), basta con haber tenido algo de interés, haber leído un poco y haber escuchado a quién realmente sabe de ecología. Conocer que el indicador del número de individuos que un entorno puede soportar para permanecer estable en el tiempo es la ‘capacidad de carga’, y que esta viene determinada por muchos factores; pero en este caso vamos a centrarnos en lo que se denomina un ‘factor limitante’. Estos factores conducen a la estabilidad o la regulación de las poblaciones. En este caso, ese factor limitante no es otro que el agua; el agua como factor limitante condicionará el número óptimo de individuos en el hábitat, y al hablar de individuos no vamos a centrarnos solo en los animales, pues como antes pusimos de manifiesto, la vegetación y  la materia orgánica del suelo es también un factor de estructura del hábitat.

A medida de que la cantidad de agua disminuye como recurso presente, este tiene que ser repartido entre el mismo número de individuos, con la consiguiente aparición de nuevos problemas; en el caso de los animales: mayor gasto energético en la búsqueda de alimentos, dificultad para hallar lugares de nidificación o refugio, etc. En estas condiciones, el crecimiento individual podrá ser afectado negativamente. Individuos mal alimentados podrán tener problemas de fertilidad y/o viabilidad de las crías, con aumento de mortalidad en edades pre-reproductivas. Además, el hacinamiento puede generar cambios etológicos (mayor agresividad y/o competencia intraespecífica, disminución de la actividad sexual, migraciones en masa). En síntesis, cuando hay falta de agua, la seguía hace su aparición, disminuye la tasa de nacimientos y tiende a incrementar la tasa de mortalidad. Por lo tanto “es de cajón” suponer que la abundancia de los recursos hídricos es directamente proporcional al número óptimo de individuos en el hábitat. ¡Y a la inversa!

Como todavía no se ha mostrado efectiva la danza de la lluvia, nos enfrentamos a un serio problema ético y práctico. A mi modo de ver, existen dos opciones.

  1. Asistimos impasibles a la degeneración y posterior destrucción del hábitat, primero de todas las especies leñosas palatables de las que los animales puedan nutrirse, la destrucción de especímenes por efecto del ramoneo excesivo, o al pisoteo excesivo de determinadas zonas, que además de destruir el estrato herbáceo, compactará los suelos reduciendo la capacidad de infiltración del agua, propiciando la escorrentía  y la erosión de los suelos. Mientras, impávidos, contemplamos la degeneración física y los efectos del estrés del que son víctima los animales. Hasta que las consecuencias  de nuestra estulticia sean irreversibles.
  2. Ejercemos lo que la razón y el pragmatismo aconsejan: adaptamos el número de animales a la capacidad de carga del hábitat que los alberga. Y sí en un futuro, cuando las condiciones sean las propicias y la coherencia así lo aconseje, ya tendremos tiempo de colgar los trastos.

A la primera opción yo la denominaría de forma cariñosa como “la del necio”. A la segunda, sin embargo, la llamaré “gestión”, y no por capricho, sino porque así la describen todos los tratados  y manuales que aluden a la buena praxis medio ambiental.

Y qué mejor herramienta que la caza como herramienta de una eficiente, necesaria y correcta gestión del medio ambiente.

Pero, como siempre, esta es tan solo mi opinión, y como tal, equivocada.

Laureano de Las Cuevas


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