Bautismo de fuego de Luis Galloti

16 agosto, 2013 • Miscelánea

Sonó el teléfono, el joven,  apenas 13 años, casi un niño, atendió.

Se oye la voz de su Tío del alma.

-Pibe, prepárate que el viernes nos vamos a La Pampa, a cazar jabalíes.

-¡Que sorpresa y que alegría! ¿Por mucho tiempo?

-Una semana por lo menos, ya le avisé a tu padre.

-¿Qué tengo que llevar?

-Abrigo, botas, cuchillo y un buen poncho.

-Muy bien. ¿Algo más?

-Nada más. Las armas y las municiones las llevo yo.

El viernes temprano, salieron rumbo a Libertador General San Martín, en el sur  de La Pampa.   Allí había una estancia de unos conocidos que con mucho gusto les permitían  cazar. Había que llevar asado y bastante vino.

Además de Tío y sobrino, iban dos cazadores más. Llegaron al campo casi  anocheciendo, en la cena, planificaron la cacería para el otro día.   El propietario del campo, les comentó que habían visto en esos días cuatro  padrillos grandes, uno de ellos de un tamaño sobresaliente y que tenía un colmillo  quebrado.

Como estaban en invierno y hacía tiempo que no llovía, lo ideal sería armar  “cacharolas”, en una aguada y tentar suerte a la noche. Además había luna llena.   El joven se preguntaba que serían las “cacharolas”, expresión que nunca había  escuchado.

A la mañana temprano salieron al campo a caballo con uno de los puesteros,  experto rastreador, para ubicar el posible paradero de los machos. Recorrieron un buen  trecho a caballo, reconociendo solo el rastro de uno de ellos.

Con el terreno relevado, había que armar las “cacharolas” y preparar los equipos.   Allí se develó la incógnita. Éstas eran el lugar en donde se apostaba el cazador a esperar  la presa. Consistía en un pozo alargado, en donde el tirador se ubicaba cuerpo a tierra con el fusil, se camuflaba lo mejor posible, se tapaba con algunas ramas y allí esperaba  la llegada de los cerdos. Estaban a una distancia de cien metros de la aguada. Era un  caso típico de caza “al acecho”. Se dispusieron tres. En una de ellas iba el joven, en las otras dos los demás cazadores. Uno de ellos desistió, por considerar la forma de acecho muy arriesgada.

La estrategia era, dejar que alguno de los machos pasara para ir a abrevar. Allí  dispararle.

Los dos cazadores llevaban fusiles Máuser calibre 7.65 y al joven le dieron un Winchester calibre 42/30, insuficiente para poder detener el chancho a la carrera. Por su edad y físico iba a poder disparar, sin el culatazo feroz de un arma más grande. Eso si, le recomendaron que no disparara hasta que el cerdo estuviera herido.

Así las cosas, se colocaron en posición para la espera. El frío de la noche era  considerable, pero el entusiasmo hacía que no se sintiera  tanto. Lo que era menos soportable era la inmovilidad. Cuando comenzó a amanecer se dio por terminado el  acecho, sin que hubiera noticias de las supuestas víctimas. El resultado fue el  consiguiente desengaño, el cansancio y deterioro causado por haber pasado una noche al sereno, inmóviles y expectantes.

A la noche siguiente, luego de una larga y reparadora siesta, se pusieron en  posición, nuevamente en la misma aguada en la esperanza de cobrar alguna pieza.

Aproximadamente a la hora de estar apostados, el novel cazador siente un ruido de  ramas muy cerca de su emplazamiento. Con mucho sigilo gira su cabeza hacia la  derecha, y a la luz de la luna ve, a una corta distancia de aproximadamente diez metros, a un jabalí enorme. Se había detenido y olfateaba el aire con desconfianza. Parecía que  lo miraba. Tal vez  era solamente la impresión.

Se preparó para el disparo de acuerdo a la recomendación que le habían hecho, de  no tirar primero por el riesgo que suponía esa acción.  Allí estuvo apuntando al codillo del animal un lapso de tiempo que nunca supo si fueron minutos, horas o años. A pesar del riesgo, no tuvo miedo. El tiempo estaba como detenido. Ninguno de los actores de este drama cinegético se movía.

Los demás cazadores, no parecían haberse percatado de la presencia del animal.   En un momento, el jabalí hizo tres o cuatro pasos en dirección al agua. Allí los otros cazadores hicieron un disparo que le destrozo uno de los cuartos traseros. El joven  también disparó casi simultáneamente, su impacto fue en el codillo y acabó con la vida de la presa. Cuando todo había concluido, al acercarse al enorme jabalí, vieron que tenía el colmillo derecho quebrado casi en su base.

Como siempre sucede, se habló de la suerte del principiante. Todos alabaron el coraje del joven. El orgullo de su Tío del alma era enorme.

Se quedaron en la estancia casi una semana, ya que cazaron cuatro machos más.   Prepararon los trofeos, salaron los jamones e hicieron chorizos y salamines, con el resto  de la carne.

Ese fue el bautismo de fuego del joven cazador y el comienzo de varios años de  expediciones, a cazar, además de jabalíes, ciervos dama, ciervos colorados, antílopes negros, pumas, guanacos y cabras de Abisinia.

De variadas maneras, con perros, a caballo, con fusiles, con arco y flechas y con  cuchillo.

El Ingeniero Cazador

Relato de caza participante en el concurso organizado por Cazaworld, autor Luis Galloti.  Toda la información del concurso en:  Concurso de Relatos


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