POLVORILLA

4 junio, 2010 • Miscelánea

En este blog queremos que además de contar temas relacionados con la red social, nuestros usuarios nos dejen sus mejores relatos e historias.  En este caso, Lolo de Juan, nos regala este, titulado «Polvorilla».  Seguro que os gustará mucho.

Es duro y frío como el acero más templado. Equilibrado en carnes. De más cara que traseras. Con poco seso y muchos cojones. De carácter sereno pero firme cuando actúa. Parco en palabras y jamás se rinde…  Es el que manda en la recova.

Su nombre es Polvorilla. Es el jefe y nunca prescindo de él. De ningún modo. Es un seguro de vida, para mí y para mis perros. No se separa de mis delantales hasta que no recibe orden en contrario. Al llegar al agarre, sin vacilar, se lanza a por el cochino, por kilos que tenga. Cuando esto ocurre, todos los perros se apartan para dejarle paso. Una vez que muerde todos callan. Su fuerza es tal que, guiada por mí, el resultado es seguro. Nunca en la vida se nos ha escapado un bravo verraco. Eso de que se suelte una vez que llega mi compañero es imposible. Cuando nos acercamos al agarre, Polvorilla y yo somos uno. Actuamos juntos, pero la orden la doy yo. Formamos un equipo perfecto. Lo siento parte de mí.
Hoy cazamos, todo está preparado para soltar. Lo acaricio. Siempre viene conmigo. El día está claro y casi hace calor; íbamos a sudar. Los perros hacen temblar los camiones mientras se va calentando el ambiente. Siento a mi amigo más cerca que nunca. Mis perreros me preguntan alborotados ¿a dónde? Sin dudar, mientras me aprieto los zahones con todas mis ganas, grito: ¡¡Perros a la solana!! El portazo me erizó el espinazo y, seguido por mis noventa perros me adentro en el espeso jaral y los otros perreros y guías hacen lo propio hasta quedar en línea. Todos a mi mano. Presiento que va a ser una gran jornada. Se comienza a menear el monte. Es un auténtico espectáculo.

Polvorilla me sigue pegado. Va siempre tras mi pierna izquierda. Me golpea para que sepa que está a mi lado. Cuando paramos le busco con la mano, sin mirar, para saber que voy seguro. Da la vida por mí.

La mañana continúa con disparos, carreras y lances que aceleran el corazón. Melenas para en seco a pocos metros de una gran mata de aulagas. Se queda fijo y late dos veces. Todos nos quedamos petrificados y la montería se para. Le animo y jaleo al resto que ayuden a su compañero. Poco a poco unos cuantos podencos rodean la gran maraña y no paran de ladrar al intruso. Sigo sin moverme. Polvorilla, serenamente impasible, no pierde detalle; aún no es su turno. En una milésima de segundo rompe a correr el marrano seguido por la recova que llevo en mi mano. Bajan a un regato donde se hacen con él. El verraco, macho de mucho encaje, da quiebros como un azor en pleno vuelo, y apuñala a todo can que se le acerca. Sigo animándolos desde lejos mientras noto que Polvorilla está deseando sacar su furia. El solitario corre unos metros más, pero la fuerza de la recova de la mano alta ha bajado al alboroto y ahora se han juntado más de treinta perros. Los otros están liados con una piara de cochinas en el corazón de una hoya que hay más arriba. Siento tensión y rabia porque aquel cabrón está rajando a los míos. Javi, mi perrero, ocupa mi lugar y sigue animándolos mientras, en el silencio más absoluto, vamos mi inseparable Polvorilla y un servidor a entrar por arriba al escándalo. Hay una lucha a muerte y el oponente no parece rendirse y, peor aún, tiene pilas para rato. Aprieto los dientes con todas mis ganas aguantando para no entrar antes de tiempo y echarlo todo a perder. Tienen que apresarlo, al menos un par de perros. El marrano pesa nueve arrobas y los canes están agotados del calor. Son buenos y valientes pero estamos en el terreno del cochino y, hasta que no vea una claridad, una muy pequeña, no puedo entrar. Tengo a Polvorilla sujeto en mi mano; estoy a escasos diez metros de los terribles gruñidos y castañeos que aquel navajero está produciendo con sus defensas… De pronto, por arte de magia aparece junto a mi lado Potaje, un cruzado de mucho cuello y más cojones; mi otro seguro de vida… Le sujeto del collar. Le agarro con energía y le susurro fuerte: -¡ahí con él!- el bravo presa sale lanzado, sin titubeos, como le ha enseñado su dueño, y prende al cochino de los hocicos. El marrano se revuelve y lo hace volar por encima de las jaras pero Potaje no se suelta. Dos perros más se lanzan a las orejas y, ahora sí, entramos mi inseparable Polvorilla y yo a poner fin a una batalla más que peleada. Subo a lomos de marrano cuando solo tiene dos perros porque ha degollado al tercero. Polvorilla saca toda su furia y, en milésimas de segundo, le parte el corazón al macareno que, vencido, se rinde y cae. No me acabo de convencer y le atravieso el otro escudo, por si las moscas…

El cochino, de cien kilos, ha sucumbido al agarre. Los perros muerden con ganas y yo les animo pues han recibido el premio a su trabajo. Siete perros están pinchados y uno, de nombre Limón, degollado y muerto. No hay nada que hacer…

Serenos los ánimos, marcado el cochino y grapados los perros rajados aquello debe continuar. Subo a un peñasco. Hace un día de sol imponente. Toda la montería contempla y aplaude el espectáculo vivido. Miro la soberbia solana donde nueve perreros esperaban mi orden. Todo organizado de nuevo acaba con un grito para seguir cazando a mi mano. Polvorilla, como siempre,  me sigue sin despegarse, esta vez pringado de sangre. Ahora descansa en su cuna de cuero y amarrado a mi cintura, esperando, impasible, volver a entrar en acción. Somos un gran equipo, pero él, de acero puro y filo infinito, es quien pone fin al agarre… yo sólo le digo cuándo… Gracias, Polvorilla…

Lolo De Juan


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