Movimientos anticaza, entre la desinformación y la hipocresía (II)

12 diciembre, 2016 • Pluma invitada

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La caza reglada no es el problema, es parte de la solución

En primer lugar, por tanto, para analizar con criterio la caza y sus consecuencias, es imprescindible poner de relieve la diferencia entre la caza reglada (sujeta a cupos de captura, leyes y normas rígidas) y la caza furtiva (ilegal y sin control alguno). A los medios de comunicación y a los anticaza, bien por desconocimiento, bien por intereses obvios, les encanta mezclar ambos conceptos, sus intenciones y sus efectos, que nada tienen que ver, e incluso resultan antagónicos. Entonces surge la pregunta clave, la pregunta que merodea en la sociedad y que merece una respuesta meditada: ¿prohibiendo la caza reglada (no la furtiva), vamos a proteger a los animales de forma más eficaz? La respuesta es incontestable si nos basamos en un análisis no emocional, sino racional de los datos y acontecimientos. Si nos ceñimos a los datos objetivos, la caza reglada en ningún caso debe de suponer un problema para la biodiversidad puesto que debe de estar supeditada en todos los casos a criterios de sostenibilidad. Y esto no significa otra cosa que cazar se debe permitir donde y cuando no suponga un riesgo para el entorno.

Vayamos pues a los hechos tangibles. El “experimento” de prohibir la caza no hace falta imaginarlo; lo tenemos en un país africano emblemático, Kenia, que prohibió esta actividad en 1977. Las consecuencias de esta idílica medida la han convertido hoy en un paraíso para los furtivos al no existir caza reglada que vigile sus vastas extensiones y que les ponga freno en sus empobrecidas tierras. Pero además, ha sufrido una reducción considerable de su biodiversidad, aproximadamente en un 70%. Sí, sí, lo que leen, menos animales tanto desde un punto de vista cuantitativo como cualitativo. La gacela de Grant, endémica del país, prácticamente ha desaparecido y mientras el antílope sable se recupera en países donde se permite su caza, en Kenia está al borde de la extinción. Desde 2002, en Kenia han muerto un promedio de 100 leones por año, según el Servicio de Vida Salvaje (KWS). Este organismo alertó de que si no se detiene la matanza de los felinos, fundamentalmente a manos de los ganaderos y otros furtivos, la especie podría afrontar su extinción dentro de dos décadas. En este “santuario” de los anticaza, hace 40 años, cuando se prohibió la actividad cinégética, quedaban más de 80.000 elefantes; hoy, entre 15 y 20.000. Es decir, de cada cuatro elefantes tres han desaparecido estando su caza prohibida. Sin embargo, en otras áreas donde sí se permite su caza, como Zimbawe, la población aumenta a un ritmo de entre el 3% y el 7% anual. La explicación es sencilla: el valor asignado a los animales para su caza supone un atractivo que incentiva su conservación. Aunque sea un sistema que a muchos no les guste, funciona, y este valor cada vez tendrá mayor trascendencia en un mundo que se hace cada vez más diminuto para la fauna. Mientras que la biodiversidad en Kenia disminuye desde hace 40 años, en otros países con una actividad cinegética creciente, como en Sudáfrica o Namibia, la biodiversidad intensifica su crecimiento. Pero además, Kenia ha dejado de ingresar durante estos casi 40 años ingentes cantidades de dinero provenientes de la actividad cinegética. Recursos económicos que en otros países han servido para financiar el cuidado de sus parques naturales, potenciar patrullas antifurtivos, investigaciones sobre su fauna o programas de educación ambiental.  Aunque a los turistas que anualmente acuden a puntos muy concretos y muy bien conservados del país tengan otra percepción de la realidad, prohibir la caza en Kenia ha sido realmente un desastre para el país y ha supuesto la pérdida de importantes recursos económicos y de biodiversidad. Son datos y no ofrecen interpretación.

El ejemplo de Kenia deja en evidencia a animalistas y activistas anticaza. Pone de relieve con meridiana claridad que el modelo “prohibir la caza reglada” no funciona si con ello se pretende mejorar la biodiversidad de un territorio; por el contrario, tiene efectos claramente perjudiciales. ¿Cuándo se darán cuenta los anticaza que el objetivo es luchar contra la caza furtiva y no contra la reglada? Sin un diagnóstico correcto es imposible establecer un plan de tratamiento adecuado y se pierden valiosos recursos humanos, económicos y un tiempo precioso en un momento, el actual, que es crítico como punto de inflexión para conseguir dejar un legado natural a nuestros hijos como se merecen.

Pero volvamos a los datos, pues los números hablan por sí solos. En toda África se ha pasado de un millón de elefantes a 400.000. La causa fundamental de este declive es el comercio ilegal del marfil de sus colmillos que llega a pagarse a 1.500 euros el kilo. Cada colmillo suele pesar varios kilógramos, hasta 30 y 40, así que calculen ustedes. El precio de un cuerno de rinoceronte, por ejemplo, asciende a los 40.000 euros o más. Cualquiera puede hacerse una idea de lo que estos productos pueden suponer en el mercado negro de un continente como África. La caza furtiva, según la Convención sobre Comercio Internacional de Fauna y Flora (CITES), acaba con cerca de 20.000 elefantes al año. Cifras apocalípticas si las comparamos con las entre 400 y 500 licencias que se conceden para cazarlos de forma reglada en los lugares oportunos. Es decir, en un año de caza ilegal mueren los mismos elefantes que en más de 30 años de caza reglada. Con estas cifras, ¿alguien me puede explicar cómo es posible insistir en que es la caza reglada la que supone un riesgo para los elefantes? Por desgracia, el comercio ilegal de marfil, lejos de disminuir, aumenta año tras año. Así lo indicaron los datos hechos públicos por CITES en la ciudad de Kasane (Botsuana), durante la Cumbre Africana del Elefante, hace un tiempo ya. La voraz demanda de marfil por la creciente burguesía china es imparable. El incremento de la presencia de China en el continente Africano, especialmente en la gestión de infraestructuras de interior y puertos costeros facilita este tráfico ilegal a gran escala a través de grupos criminales internacionales armados y violentos. ¿Por qué los anticaza y los medios no dicen ni una palabra sobre este asunto? ¿Por qué no hay una respuesta internacional contundente en este sentido contra el gigante asiático? La respuesta es sencilla, ni vende en los medios ni conviene a los gobiernos. Vende mucho más la foto de un cazador adinerado con un pobre león o un elefante. Es más sencillo para una campaña anticaza este reclamo. Aunque realmente, este tipo de caza, la reglada, no sea parte del problema sino de la solución. Así de sencillo, así de triste.

La pregunta, por tanto, no es si cazar o no cazar. La cuestión es si no cazar asegura mayores posibilidades para la biodiversidad del planeta. La respuesta, como ya hemos visto con Kenia, apunta en sentido contrario. Pero hay muchos más argumentos, si profundizamos, que avalan de forma irrebatible la caza reglada.

[Continuará]

Daniel Rodrigo


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