Oficios que nos dejan: La industria armera española está desapareciendo

10 agosto, 2017 • Miscelánea
El proceso de construcción de una escopeta de caza se compone de los siguientes pasos: toma de medidas (1), basculado o ‘fitting’ del cañón (2), expulsor y apertura automática (3), elaboración de la culata (4), grabado en el acero (5) revisión y montaje final de las piezas de la escopeta (6) | D. A

El proceso de construcción de una escopeta de caza se compone de los siguientes pasos: toma de medidas (1), basculado o ‘fitting’ del cañón (2), expulsor y apertura automática (3), elaboración de la culata (4), grabado en el acero (5) revisión y montaje final de las piezas de la escopeta (6) | D. A

A partir de cierta edad las reprimendas se reciben mirando para abajo. Iker Amesti, 36 años, acepta la suya como aprendiz del maestro grabador. La escena del imaginario colectivo se representa en un taller de escopetas artesanales de Eibar, Gipuzkoa. “No, no, así no. Ni que te guste más o no te guste”. Ya ves, un novato queriendo improvisar al decorar el acero. “Es que el encargo es así. En otros detalles queda bonito y se puede, pero este es inamovible”. La voz experimentada sale tras una visera que sostiene dos lupas frente a unas gafas, las de Armando Madinabeitia, alguien que tenía que haberse jubilado hace tres semanas. Aún cincela porque el otro grabador anda con ciática y hay que suplirle, pues no quedan tantos. Lo cuenta resignado, con prisa por acabar su pieza antes de la comida. Coge el buril y le da toquecitos con el martillo. «Clin, clin», relaja el ceño y masca chicle; «clin, clin», callo y dedos enseñados con décadas de lija. Como lleva, y todos de pie, 35 años de su vida.

Con su retiro se escapa un saber hacer que concluyó que para grabar el acero de estas escopetas de entre 7.500 y 20.000 euros lo mejor es coger un cartón de Marlboro, recortarlo a la medida e impregnarlo en una tinta que imprima el dibujo a seguir como un niño uniendo puntos. Se jubila a gusto un grabador con intrincados diseños en la memoria y desaparecen en España quienes se dedican a la fabricación de armas ligeras y sus municiones. Este epígrafe del Impuesto de Actividades Económicas, que aglutina a todas las personas físicas y jurídicas que pagan impuestos, ha sufrido un descenso del 36,4% entre 2002 y mayo de 2017. Quedan 49. Eso es un tercio menos en 15 años, según datos de la Agencia Tributaria conocidos por una petición de información amparada en la Ley de Transparencia.

Trabajando las maderas de una paralela / Lino Rico.

La mayoría resiste en la ciudad armera, Eibar. Aguanta media docena de talleres, lejano ya el tiempo de las fábricas de pistolas o cuando una escopeta al hombro de cualquier campesino ayudaba a la supervivencia y alegraba el puchero. Esta es una visita a dos de estos talleres que capean mala fama, crisis, ecologistas y cambio de hábitos.

“Nuestros clientes, gente que se gastaba 150.000 euros en caza, ahora se compra coches o barcos”, cuenta Bela Abellán, de AYA, empresa de 800 escopetas vendidas en 2002 a unas 220 ahora. El sector español, asediado en los artículos de lujo, no puede competir con las escopetas en serie, que vienen de Turquía por menos de 1.000 euros. De esas ya no se hacen en España. No podemos competir con los salarios turcos, dicen.

La transmisión del conocimiento es uno de los puntos que sustentan los oficios tratados en esta serie de reportajes. En la artesanía, la tradición y esconder el cómo se hacía importa tanto como la calidad. La raíz armera eibarresa aún se palpa en un método de fabricación cuya fama se remonta al siglo XVIII. Por entonces las familias carecían de medios para completar el proceso. Se subcontrataban unos a otros, con armas y piezas yendo de una casa a otra. Hoy 12 números de una avenida separan a dos de las armerías más antiguas. La grande, AYA, 22 empleados de los 500 que eran en los años 50, puede sacar cañones del acero en barras extraídas de un valle cercano. La pequeña, Grulla armas, con 13 operarios y más de 100 encargos anuales, se los compra. Una mensajera los acerca en furgoneta.

Gráfica de la evolución del oficio de armero.

Una cámara de seguridad graba la entrada por la puerta de Grulla. Queda fuera del campo visual el cielo azul que trae el verano y un segundo piso abandonado como tanta nave industrial próxima. Dentro el sol lo acapara el polvo expulsado de las virutas metálicas, pegado a los cristales de cuando las ventanas se hacían a cuadraditos. El color y el sonido del taller son el mismo: rascado de lima.

En la esquina derecha los robustos brazos del aprendiz sacan perdices vaporosas al metal, dándole la espalda al maestro. En el centro de la sala una mujer pule piezas y por allí se prueba el expulsor lanzando cartuchos al aire. De cara a la ventana se alinean los demás. Los culateros tallan la culata de madera de nogal turco y los basculeros la báscula, la esencia unida del mecanismo; para los montadores queda el puzle de piececitas.

Grabando a mano la pletina de una escopeta paralela / Lino Rico.

Grabando a mano la pletina de una escopeta paralela / Lino Rico.

El resto se empeña ocho horas con su caos tan individual como jerárquico de punzones, alicates y limas en adelgazar lo sobrante de la siguiente pieza que caiga en su tornillo de banco, sujeta con un pañuelo para no rallarla. Los encargos pendientes son nueve, y míster Robinson quiere una pareja de escopetas. Nueve de cada 10 piezas se exportan. Ambos talleres fabrican bajo el nombre de marcas extranjeras de nombre compuesto pero secreto, inglesas y alemanas, que se venden mucho más caras. Ellos no pueden competir con nuestros salarios, dicen. Somos para Reino Unido lo que Turquía es para España. Es la adaptabilidad del empresario armero vasco de la que escribe Igor Goñi, de la Universidad del País Vasco, en el Catálogo de la exposición de armas del Museo de la Industria Armera, la misma que llevó a copiar y abaratar los modelos más populares de fuera.

Pasado medio año desde la toma de medidas del cliente las escopetas se apoyan cañón arriba contra la pared en composiciones que asemejan el perfil de una etapa del Tour. Objetos que matan y que llevan encima un contacto directo con artesanos del metal de, quién sabe, igual 300 horas. Precisas en cada acople, con prietos cañones brillantes como la obsidiana, algo más caro que muchos turismos que puede levantarse con el brazo. Objetos que aún se fabrican en España, donde cada vez se fabrica menos.

Informan Javier Galán y David Alameda para elpais.es


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