El fracaso de la media veda

25 septiembre, 2018 • Pluma invitada

Como cazadores, sabemos que un fracaso no te quita la ilusión —mucho menos cuando la caza es intrínseca en ti—, pero sí hace que te preguntes: ¿por qué?, ¿por qué teniendo comida, agua, refugio… no hay codornices?, ¿qué está ocurriendo con las migraciones?

La media veda ha acabado. Todos nosotros hemos estado esperando el momento de su comienzo con ansia, ilusión, con el sueño y la esperanza de que este sería un buen año de codornices. Esa ansiada ave, que al igual que las patirrojas en la veda general, tanto nos quitan el sueño.

Muchos han sido los paseos previos a la apertura, esperando regalarle música a nuestros oídos, con ese melódico y elegante canto que las ‘coturnix’ nos donan a la caída del día… pero, ¿cuál ha sido la realidad en esta media veda?

Hablando desde mi propia experiencia personal, el fracaso ha sido máximo. Si me remonto al primer día, 15 de agosto a las 7 a. m., salía escopeta en mano y acompañada de mis inseparables compañeras de aventuras en estas jornadas de menor, Sena, una podenca con gran experiencia regalo de unos grandes amigos, y mi braca Rous, símbolo del amor, en busca del sonido de sus alas batiendo el vuelo; sin embargo, después de más de 4 horas de idas y venidas por rastrojeras, ribazos y laderos, ya con el sol de agosto abrasándome la cara, me retire sin la posibilidad de hacer ni un solo encare de mi Benelli.

Como cazadores, sabemos que un fracaso no te quita la ilusión —mucho menos cuando la caza es intrínseca en ti—, pero sí hace que te preguntes: ¿por qué?, ¿por qué teniendo comida, agua, refugio… no hay codornices?, ¿qué está ocurriendo con las migraciones?

No tengo una respuesta clara para estas preguntas, pero tengo claro que los ciclos están cambiando y las nuevas formas de agricultura están formando parte de ese cambio.

Si vuelvo a echar la vista atrás, muy atrás, y revivo aquellos días de media veda con mi padre en el coto de mi pueblo, recuerdo ir saltando entre las montoneras de paja de los rastrojos, sacudiendo cada uno, esperando que alzasen el vuelo; recuerdo tener que utilizar polainas, ya que los ribazos casi me tapaban entera; ahora, sin embargo, lo único que nos encontramos cuando salimos al campo son rastrojos limpios y ribazos sin maleza, sin cobijo para estas especies a las que tanto les gusta.

Quizás, y solo quizás, deberíamos reflexionar y entender que el campo es primitivo y es lo único real que en la sociedad actual nos queda.

Cuidemos de él y de su ecosistema al completo.

Bea Alcoya


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