El Doctor Sagra vuelve a las andadas de Manuel Quero

22 agosto, 2013 • Miscelánea

La historia que voy a contaros hoy comenzó con una llamada a mi amigo, el doctor Sagra, que, como ya he dicho en otras ocasiones (véase en este mismo foro el relato ” El cerdo de Pedro”) es un afamado anestesista de un hospital de la zona:
Buenas tardes, don Pedro, le llamo para pedirle un favor.
Pues tú dirás, solitario.
Bueno, usted ya sabe lo de mis dolores de espalda a causa de la hernia de disco. Este invierno lo estoy pasando fatal, y, aunque ya sé que no es su especialidad, quisiera pedirle, abusando de nuestra vieja amistad, que me eche un cable con alguno de sus colegas.
Bien, no te preocupes y déjalo en mis manos.
el doctor sagra y su jabalí
Sin más dilaciones, nos despedimos. Al día siguiente suena el móvil:
Te llamo porque pasado mañana te he conseguido un cita con el neurocirujano a las 8:30.
Coño, don Pedro, muchas gracias (y es que ya lo dice el refrán “hay que tener amigos hasta en el infierno”.
Pues ya sabes, el jueves te espero en la cafetería del hospital a las 8 y yo mismo te acompaño a la consulta.
No se preocupe usted que allí estaré.

Llegó el jueves y todo transcurrió según lo previsto; el doctor Sagra me acompañó a la consulta de su colega (por cierto, un gran profesional), que me exploró y me prescribió una serie de pruebas. De nuevo mi amigo se comprometió a ayudarme para evitar esperas.

Pero como en esta vida no es bien nacido el que no es agradecido ( y ahora viene lo bueno) se me ocurrió preguntarle qué iba a hacer el sábado por la noche.
Pues lo que tú digas- me contestó.
Como sé que se muere por una noche en mi puesto del balconcillo (lo llamamos así porque desde la postura parece que estás en un balcón), pues le cedo dicho puesto el sábado, y que sepa que me está entrando un macareno que calza muy bien.

No hubo que insistirle mucho (¡y yo, que pensaba que me iba a decir que no! Pero no tuve más remedio que callar, diciéndome a mí mismo “¡Solitario, ya has metido la pata, con lo bien que hubieras quedado con una convidà”! Pero no pasa nada, si con la sordera que tiene el pobre, el frío que está haciendo últimamente y lo tarde que me está entrando el marrano, seguro que no me lo mata).
Pues entonces, hasta el sábado.

Yo me hacía ilusiones (“con el frío que hace, igual ni se presenta”), pero no hubo suerte; como un reloj, allí estaba el doctor el sábado.
Y tú, ¿dónde te vas a poner?
Creo que el del pozo, ya sé que están muy cerca uno del otro, pero es el único que merece la pena.
¿A qué hora quedamos luego¿
A las doce me paso a recogerlo a usted (yo esperaba que antes de esa hora se habría hartado y me habría llamado).
Bueno, pues mucha suerte.
Igualmente (le dije con la boca chica).

Llegué a mi cebadero sobre las 6:30. Me puse el mono de esperas, y me preparé a aguantar el chaparrón. No había pasado ni una hora (serían las 7:20) cuando empecé a sentir el monte, pero nada, sólo estaban de paso, ni se pararon. Pasa otra hora más sin sentir nada; pasa casi otra hora, y nada.
Estaba yo encomendándome a todos los santos para que el marrano del balconcillo entrara más tarde de las 12, cuando de pronto ¡PUM!. ¡Me cago en la leche, ya ha vuelto el doctor Sagra a hacer de las suyas!. Cojo el móvil y mensaje al canto: “¿Qué ha pasado?”, y me contesta “era grande, pero lo he fallado”. Por una parte pienso que menos mal, pero también temo que con el susto el animal ya no entre más.

Como todavía era temprano, le mandé otro SMS para que aguantara otro rato más, pensando que yo todavía tenía tiempo de hacer algo, así que a seguir con la faena.

Ya cerca de las once, y harto de no sentir nada, estoy pensando en quitarme e ir a mirar si le ha dado o no (porque con la sordera que gasta este tío, lo mismo se le ha quedado más abajo y ni se ha enterado). Bajándome del pino, oigo un ruido a mi izquierda, después otro y un leve resoplido. Ya estoy seguro de que se trata de un marrano, pero no se decide a entrar. Después de 10 minutos interminables lo veo debajo del cebadero; hay mucha luna y se ve muy bien. Es muy grande, por que decido no moverme hasta que no está comiendo. Pero empieza muy despacio, primero un grano, después otro, hasta que se confía y da rienda suelta a su apetito. Entonces decido encender el nocturno y veo que efectivamente es grande, pero está totalmente de culo, por lo que apago el visor y aguanto otros larguísimos 30 segundos más. Ahora sí está terciando, así que le meto la cruz y cuando estoy acariciando el gatillo, de nuevo el doctor Sagra ¡PUM!, y mi comensal sale con un ronquido como alma que lleva el diablo.

Teníais que haber visto la cara de gilipollas que se me quedó en ese momento (¿pero este tío que está, de espera o a los zorzales?). Dejo pasar los diez minutos de rigor, por si mi amigo decide volver a entrar, pero no estoy de suerte, así que me bajo del pino y me dirijo a por el doctor.

Cuando llego ya se ha quitado y me está esperando impaciente para contarme el lance: “el primero como un mulo en el cebadero, pero no se ha quedado; y el segundo, cuando lo tengo todo recogido se me ha presentado en la baña, y por poco no lo tiro. Este sí se ha quedado”.

Y yo pensando “pues se podía usted haber esperado un segundo, que me ha dejado a dos velas”.

Pues, vamos a mirar en el cebadero.

Me dice que no hace falta, que a ese no le dado. Pero yo, no fiándome de su sordera y de las dosis de anestesia que les endiña (9 X 3 X 64, ya de ver la vaina dan cagaleras), voy y miro en el sitio, y cual no sería mi sorpresa cuando lo veo todo lleno de sangre (“¡Me cago en to´, que este me ha matado a mi macareno!”).

Y efectivamente, unos pocos metros más abajo estaba todo tieso. Cuando lo vimos más de cerca y comprobamos que tenía una boca más que decente sí que se me quedó una cara de gilipollas, sobre todo después del apretón (o, por mi parte, “apretoncillo”) de manos.

Nos fuimos a ver al otro, que también estaba muerto, y comprobamos que era más grande que el primero, aunque con menos boca (¡menos mal!). Debido a lo avanzado de la hora, y al frío que nos tenía paralizados, decidimos sacarlos al día siguiente.

De todo esto saco una buena moraleja: al doctor Sagra, ni agua. El próximo favor que usted me haga, estoy dispuesto a pagárselo con creces, pero usted elige restaurante y menú, que yo pagaré, porque esto de las esperas es una cosa muy seria. Ya sé, demás de la mujer y el coche, cual es la otra cosa que nunca se puede prestar: el puesto del balconcillo.

P.D.: espero no haberos aburrido con este relato, mitad en serio, mitad parodia. Y a usted, doctor Sagra, sólo decirle que es un monstruo, que muchas gracias por todo, y que con amigos como usted, no sé para qué quiere uno enemigos.
Aquí os dejo la foto del doctor Sagra y sus secuaces.

Doctor Sagra y secuaces


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