El Confidencial abre el debate de los noviazgos en montería

6 febrero, 2017 • Miscelánea

La montería es una modalidad de caza tradicional y plenamente ibérica. A todo aquel que cobra su primera res se le ajusticia simbólicamente tras un proceso de acusación y defensa del acto venatorio. El Confidencial se hace eco de esta práctica montera que ha evolucionado con el paso el tiempo y llega a producir ahora escenas cuestionables. En un artículo en el que se mezclan conceptos tan dispares como animalismo, monarquía, edad legal para usar armas y las trifulcas generadas en las redes sociales, se discute el hecho en sí del noviazgo, cuando el debate debería enfocarse desde la perspectiva venatoria no a por qué se hacen sino a cómo se hacen.

Un niño es atado a un poste y embadurnado con la sangre de un animal que él mismo ha matado. En algunos casos será también rociado con vino y clara de huevo; en otros bastará con un puñado de harina en la cara. A algunos les obligan a posar con la cabeza cercenada del animal junto a la suya. A su alrededor los cazadores adultos ríen y le reprochan, en tono amigable, los errores que ha cometido durante la jornada de caza.

Se trata del noviazgo de montería, un ritual iniciático entre los cazadores que viene practicándose durante siglos. Según Alfonso de Urquijo, cazador, escritor y teórico de la cinegética, el noviazgo de montería es «un juicio jocoso, una ceremonia celebrada después de una montería en la que se condena al novio por haber cobrado su primera res para llegar a darle el título de montero, cuando cumpla la pena y pague la multa». Por su parte el ‘Diccionario de la caza’, editado en 1955 por José María Rodero, establece que «el cazador novato que mata la primera res ha de soportar las felicitaciones de todos, cazadores y criados, sin que ello le salve de pagar el noviazgo, especie de alboroque que el cazador más caracterizado determina».

Al tratarse de un ritual privado, que tiene lugar a puerta cerrada en los cotos de caza, existen múltiples variantes. Solo hay un puñado de reglas: que se trate de una pieza de caza mayor, que preferiblemente sea un macho –aunque también puede celebrarse al matar una hembra– y que se respete la voluntad de no ser sometido a la ceremonia cuando no se desee.

José Manuel tiene 33 años y es cazador desde los 12. Su familia, procedente del norte de Salamanca, le introdujo en la cinegética mucho antes: «Yo iba a monterías con mi padre y sus amigos desde los cinco años. No solo yo, todos los hijos de los cazadores nos veíamos allí y lo pasábamos genial», dice. José Manuel no quiere desvelar su apellido ni su localización exacta porque considera que se está sometiendo «a una persecución» constante a los cazadores. «No se nos entiende, y cada vez menos. El tema del noviazgo del montero es especialmente polémico: incluso entre los cazadores hay muchos que no lo ven bien», relata.

Explica su noviazgo de montería en primera persona: «Es más un juego, pero a todos los niños nos hacía mucha ilusión. Yo tenía 12 años y maté un jabalí pequeñito. Lo celebramos mucho y, al terminar, fue mi bautizo. Me echaron huevos y harina por la cabeza. Luego mi padre tomó un poco de sangre y me pintó las mejillas, nada escandaloso. Nos reímos un montón y después me dejaron beber cerveza, lo recuerdo bien. Hay fotos de aquello, e incluso estuvieron colgadas en Facebook, pero las quité porque muchos de mis amigos, sobre todo los de la universidad y de fuera de Salamanca, me hacían muchas preguntas. En realidad es un juego, otro ritual más dentro del mundo de la caza, que es muy tradicional».

La Oficina Nacional de Caza, el »lobby’ de cazadores más influyente, se ha limitado a enviar una nota en lugar de atender a El Confidencial: «El noviazgo de montería no es ningún ritual, en todo caso una tradición, y la ONC no tiene ninguna postura al respecto y respeta las costumbres de cada familia o grupo de amigos cuando se trata de dar la bienvenida al nuevo montero».

Hiere sensibilidades

No todos los cazadores están a favor de estas prácticas, aunque sean más inocentes de lo que las imágenes llevan a imaginar. Para el Pacma, el principal partido animalista de España, «la caza es una actividad violenta y, por lo tanto, nunca un menor debería estar implicado», dice su portavoz Laura Duarte. «Este es un caso especialmente grave porque significa perpetuar la violencia», dice.

La sensibilidad con respecto al bienestar animal ha sufrido un repunte importante en los últimos años. Así, es habitual ver reacciones desmedidas en las redes sociales ante este tipo de imágenes. La ONC denunció hace dos semanas a una persona que, ante la foto de unos niños posando con varios animales muertos, les deseó el mismo destino. «La Oficina ya ha trasladado su preocupación a la Fiscalía General del Estado por los casos similares (…). La ONC lamenta profundamente que la intolerancia y la extrema violencia del movimiento animalista se manifiesten centrando su inquina en dos menores de edad que, no lo olvidemos, aparecen en una imagen absolutamente legal y legítima», asegura en un comunicado.

Otra polémica reciente la protagonizó la revista ‘Jara y Sedal’, decana del sector cinegético, cuando en diciembre llevó a su portada la imagen de un menor de edad sujetando una escopeta y una perdiz muerta. La publicación, que alegó que se trataba de una respuesta contra el artículo de otro diario en el que se aseguraba que la caza era para la tercera edad, levantó un auténtico revuelo en Twitter. En torno al hashtag #soyjovensoycazador, decenas de cazadores menores de 30 años publicaron masivamente imágenes de animales que ellos mismos han matado.

Incluso amantes de la caza como Alfonso Ussía se oponen al noviazgo de montería. Pero, como apuntábamos antes, ni siquiera todos los cazadores están de acuerdo con el noviazgo de montería. El escritor Alfonso Ussía, reconocido amante –y premiado– de la caza, ha dedicado alguna columna a criticar la tradición. «La caza se rige por leyes y costumbres. Resulta sorprendente la mutación anímica que experimentan muchos cazadores, educados y normales vestidos de gris, cuando se indumentan con verdes y pardos y se ajustan los zahones monteros. Se convierten en seres deleznables, salvajes, y lo que es peor, ayunos de gracia. Harían bien las autoridades prohibiendo los noviazgos monteros, o limitando la frontera de sus fechorías», publicaba en 2012 en ‘La Razón’.

«Los noviazgos monteros no son menos intolerables que las cabras lanzadas al vacío desde los campanarios, los toros perseguidos y lanceados por una multitud de jinetes insensibles, o demás muestras populares de nuestro peculiar incivismo y pésimo estilo. Bien está la broma del ‘juicio’ y que le rocíen al novato un jarro de agua sobre la cabeza. Pero ahí se tiene que terminar el festolín de los necios», concluye.

Además, como denuncian desde diversas asociaciones ecologistas y una parte del sector cinegético, en España se siguen viendo niños empuñando rifles de caza sin alcanzar los 14 años, la edad mínima que marca la ley, incluso en instituciones que deberían ser ejemplares como la monarquía. El Reglamento de Armas es claro al respecto: «Los mayores de 14 años y menores de 18 podrán utilizar las armas para la caza y para competiciones deportivas en cuyos reglamentos se halle reconocida la categoría júnior, obteniendo una autorización especial de uso de armas para menores».

Informa elconfidencial.com


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