Dos puntos de vista

7 febrero, 2017 • Pluma invitada

Quizá tengamos dos ojos por las distintas maneras de ver las cosas. Se trata de una dualidad visual, presente en distintos momentos de la vida. Hoy la tinta se desliza por el papel con algo de rencor. El ser humano, egoísta por naturaleza, barriendo para casa… ¿qué extraño no? Les hablo del día de montería.

¡Ay, montero! Cargado de experiencias en un macuto de años, sigues con ese nervio a flor de piel capaz de agitar tu mente. Esperas ansioso que vuelen las hojas efímeras del calendario. Preparas a conciencia los aparejos la tarde antes, ilusionado porque tu día ya llegó. Dulces sueños… si eres capaz de dormir. Larga la noche que te espera y en la oscuridad de una habitación aparece por arte de magia tu puesto. Comienza tu imaginación a indagar en tus recuerdos, sacando a la luz cuántas posturas fueron testigos de tus lances para intentar crear uno perfecto que ocuparás por la mañana. El estridente sonido de la alarma nunca sonó tan bien; casi la saboreas. Te pones el “uniforme” y el ambiente ya se encuentra enrarecido, barruntando emociones y esperanzas. Desde la finca lo notan y las migas se van dorando al tiempo que el asfalto se calienta al paso de los todoterrenos. ¡Qué manjar! Los aguardientes abren boca a lo que se espera de un día inolvidable.

De camino, en los coches, te sientes raro. Te arrolla una corriente de nervios que mezclado con esperanzas, misteriosamente, solo generan felicidad.

Analizas tu tiradero e iluso decides dónde tirarás a ese cochino de magníficas defensas o aquel venado que gallardo tronchará con firmeza las jaras. Las ladras que inundan el campo te ponen en tensión. Detonaciones retumbando río abajo que crean las “el siguiente voy a ser yoo “verás como ese viene pa´cá”. Feliz te encuentras, pero la tristeza de que acabe se desliza por tu cabeza. El momento que nunca esperabas llegó, y la caracola de la mancha a los perro sacó.

Alegrías y exageraciones amenizan la comida. El estallar de los hielos al contacto con la ginebra, las risas de amigos en un entorno especial y el ocaso avanzando dan fin a un día maravilloso.

La montería terminó ese día, pero para otros ojos empezó tres meses atrás.

Pones las ilusiones en una finca —y si ya es de tu propiedad, no te quiero ni contar—. El sol se apoderó de tu piel, caminaste casi a gatas en los días de niebla cerrada y viste llover, todo en un mismo lugar. Casi fermentaba el maíz mojado enraizando en tu hombro, pero tú seguías ahí. Te sentiste en la gloria al ver tupidas de pisadas las bañas o los llanos labrados de hozadas. El corazón se te encogió, elevando tus pensamientos al cielo del fracaso, cuando la comida permanecía intacta. Marcaste quebrándote la cabeza por la seguridad y, sin pensarlo, aquel puesto que no te convencía se adueña de tus horas de sueño. Los nervios crecen con el tiempo y la proximidad de la fecha te transforma. ¡Olé por quien te aguanta esos días!

Estos nervios son distintos a los del montero. Nervios de un sentimiento de precaución y fracaso que te acarician escalofriantes la espalda. Y como el baile aún no tiene reina, se suma el papeleo y las cuantiosas llamadas que te atormentan. Menos de veinticuatro horas y te olvidas de dormir esa noche. Mirando a la nada cazas desde la cama mil y una vez la finca. Imaginas la suelta, dónde estarán los encames y qué puestos serán los afortunados. Te levantas tras convertirte en una peonza por la cama y, con las estrellas por montera, la carretera es testigo de tus miedos. Con el caldero de migas calentándose esperas que la luz arrebate el cielo a la noche, que se resiste a partir.

Las bolas del sorteo asignan la suerte y te sientes incapaz de disfrutar, serio ante la situación. Intentas que todo el mundo esté a gusto. Sale la ultima armada y te encomiendas a todos los santos. Incrédulamente deseas que se termine la montería, que todo haya salido bien y esperas un plantel digno de las mejores monterías. Cada tiro te alivia de una de tus cargas. Haces vibrar todos los móviles de tus postores, sediento de buenas noticias. Y al sonido de la caracola respiras.

Todo ha salido como esperabas. De repente, los kilómetros no te pesan, te das cuenta de que llevas disfrutando como un niño todo el día, pero en silencio. Deseas volver a pasar esos nervios, que pase un año. Todo lo que has trabajado ha dado sus frutos. Las penas resultan insignificantes ante el sentimiento de felicidad que te invade.

Azota tu cabeza la meteorología de los días previos, capaz de henchir umbrías en el frío enero y despoblar solanas estando bajo cero. Se pasan malos tragos intentando complacer a todo el mundo y esto tan sólo es un balbuceo de palabras: vivirlo resulta mucho más difícil.

Antes de poner una mala cara porque no hayas tirado o porque se de mal, piensa que todo esto, en parte, se ha hecho por ti.

Ignacio Candela


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